Escribió el famoso teólogo brasileño Leonardo Boff: “No es importante que el Papa Francisco no use el término teología de la liberación. Lo importante es que hable y actúe de manera liberadora”.  Y esta manera de actuar y de hablar se enmarca en una concepción de la iglesia preocupada por el bienestar real de la gente en este mundo, a diferencia de la vieja posición donde el mundo es concebido como un “valle de lágrimas”. Al respecto dijo Francisco:

“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra”.

Sin duda, fue esta actitud la que generó preocupación en la derecha más recalcitrante del mundo- también en la colombiana- que vieron en la autoridad moral del Papa una amenaza contra sus privilegios y una crítica de su hipocresía.

No se trata sólo de algunas de sus posturas en torno la familia o el homosexualismo, sino de su crítica social. A continuación, voy a mencionar dos de estos aspectos, de sus ideas, que cuestionaron directamente el orden social capitalista mundial actual:

1º- La denuncia de la desigualdad social

2º. Su llamado a que el Estado controlara la economía de mercado.

Veamos en qué consistió su crítica.

1º. La actual era para el Papa una sociedad en la que imperaba una “economía de exclusión”, y en la cual los excluidos no eran solo explotados sino que eran considerados “desechos sobrantes”. Es decir, era una “cultura del descarte” en la cual las personas son consideradas bienes de consumo, que se pueden usar y luego tirar. En estricto sentido, eso se debía a la lógica misma de la economía, basada en la competitividad y la eficiencia, en el consumismo y en una “cultura del bienestar que nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado”. Esa economía de la competitividad no cuestiona el crecimiento económico y supone la “teoría del derrame” según la cual el crecimiento “favorecido por la libertad de mercado logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo”. Sin embargo, esta teoría denominada “Teoría de la filtración” por el Premio Nóbel de Economía Joseph E. Stiglitz, era falsa, pues los beneficios no necesariamente se irrigan a la totalidad de la sociedad, sino que se concentran en los sectores privilegiados. Francisco era plenamente consciente de este fenómeno.

La actual no es una economía al servicio de la vida, sino del capital que defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, de ahí que “niegue el derecho de control de los Estados”. Por eso se instaura una tiranía invisible que impone sus reglas y sus leyes a la inerme población. Ese culto al dinero y esa dictadura de la economía han generado otras patologías sociales como el aumento de la corrupción y problemas como la evasión fiscal “que han asumido dimensiones mundiales”.

2º. En consonancia con la anterior denuncia, el Papa propuso abiertamente un control del mercado por parte del Estado. Se requería cambiar el concepto de economía que adoptaban las sociedades actuales. La economía, resignificada, era para el Papa: “el arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero”.

Este nuevo paradigma económico, de marcado acento social y equitativo,  implicaba:

a) no confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado, b) la recuperación de la soberanía estatal, c) el control del libre mercado por el Estado, d) asegurar el bienestar económico de todos los países y no sólo de unos pocos; e), abandonar el paradigma eficientista de la tecnocracia, buscando un desarrollo integral de la persona, f) “desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo”, dando origen a otro modelo de desarrollo y de progreso, de tal manera que se cuidara el medio ambiente y, por último, h) regular la actividad financiera especulativa y la economía ficticia. 

El fundamento de la nueva economía, la cual debía estar al servicio de la plenitud humana, era “la dignidad de la persona humana y el bien común”. Este era el horizonte último de la economía y también de la política, la cual debía ser dignificada y puesta al servicio de la vida. Para el Papa Francisco era claro que la política debía escuchar a todos los sectores sociales; y algo muy importante: no debía someterse a la economía. Esta era, entre otras, una forma de evitar que la economía se pusiera por encima de la democracia y de los procesos de participación de las comunidades, pues “El dinero debe servir y no gobernar”. 

Estas dos ideas, presentes en sus encíclicas, evidenciaron concepciones que también están a la orden del día en los movimientos sociales más progresistas del mundo, así como en sectores de izquierda: se trataba de luchar contra la pobreza, la desigualdad social y la exclusión generada por un sistema económico capitalista  injusto; se trataba, también, de cuidar el medio ambiente, la casa común, pues la vida biológica es precondición de la salvación humana.

Así las cosas, es comprensible que el Papa denunciara- contra Donald Trump- y contra todos aquellos que acumulan riqueza a costa del despojo y la explotación de los pobres- la relación que había entre el calentamiento global, la contaminación debida a la minería, y la destrucción que causa pobreza en el mundo. De ahí que muchos de los privilegiados de hoy, beneficiados con esas prácticas, manifestaron su animadversión por las ideas del Pontífice, pues veían en su pensamiento crítico un aguijón moral contra su mezquindad.    

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