“Cuanto menos comas, bebas, compres libros, acudas al teatro, a los bailes o al café, y cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes, pintes, practiques la esgrima, etc., más podrás ahorrar y mayor será tu tesoro que ni la polilla o la herrumbre deteriorarán: tú capital”.

Marx (2011, p. 152).

Todos los días millones de personas salen de sus hogares, después de descansar a medias, para volver a trabajar.  Arrastran sus cuerpos cansados, devastados, agotados para, en muchos casos, hacer una tarea repetitiva, mecánica, tal vez reglada, sin mayores sorpresas o sobresaltos. Es un volver a comenzar con el alba, con la luz del día, para ganarse el pan de cada día, para obtener dinero y así poder pagar la deuda de la casa, el estudio de los hijos, los servicios públicos y, principalmente, para poder comer. De hecho, es la comida, la alimentación la que les permite a esos millones reponer las energías gastadas para volver al trabajo. Así transcurren los trabajos y los días y se multiplica una vida tediosa, en muchos casos, sin horizontes, casi cerrada, clausurada, sin otras perspectivas.

Lo que aquí ocurre no es otra cosa que una venta, donde ese trabajador, ese obrero, empleado de fábrica, campesino a jornal, cotero de plaza, camionero, oficinista, etc., vende su corporalidad viviente a cambio de un salario, de un pago. Otra es la suerte y la dinámica de los trabajadores informales de la que no me ocupo aquí.  Pero ¿Cómo llegamos a la necesidad de cambiarnos por un salario, de gastar la vida día tras días por un pago que solo alcanza para reproducir y mantener vivo el cuerpo, para perpetuar el tedio; un salario que no alcanza para el ahorro? ¿Cómo llegamos a producir históricamente una vida donde el ocio, la alegría y los divertimentos están obturados o muy limitados? Marx, el filósofo alemán, dio una respuesta sustentada históricamente a estas preguntas. Veamos.

La prehistoria del capital

En El capital, el libro cumbre de Marx, publicado en 1867, dice:

“Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, como sale de éste la plusvalía y cómo la plusvalía engendra nuevo capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía, la plusvalía la producción capitalista y ésta la existencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece moverse dentro de un círculo vicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesta una acumulación ‘originaria’ anterior a la acumulación capitalista; una acumulación que no es resultado, sino punto de partida del régimen capitalista de producción”.

Este proceso es lo que Marx llama más adelante “la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción”.  (1975, I, p. 607 y 608). Es en la explicitación de ese proceso como podemos entender cómo llegamos al estado prostituido de tener que vendernos por un salario para poder perpetuar la existencia, la vida.

La investigación de la “prehistoria del capital” trata de explicar, en verdad, cómo surge el capitalismo desde dentro de las entrañas del régimen feudal. Es obvio que el capitalismo tuvo que surgir de la disolución del feudalismo y de sus transformaciones socio-económicas o, en pocas palabras, Marx quiere explicar cómo la “explotación feudal se convirtió en explotación capitalista”.  Veamos solo algunos aspectos.

Como el dinero, la mercancía, ni los medios de producción, ni los artículos de consumo son de por sí capital, se trata entonces de saber la manera en que llegaron a convertirse en tal. Para que esa conversión suceda, dice Marx, es necesario que dos clases distintas de poseedores de mercancías se enfrenten: quienes tiene la fuerza trabajo (que es la mercancía que tiene el obrero para vender) y quienes son los propietarios del dinero, los medios de producción, los artículos de consumo, y que quieren valorizar la suma del valor de su propiedad.

Pero de lo que se trata de entender aquí es: ¿Cómo los obreros llegaron a ser obreros libres que deben vender su fuerza de trabajo? Es claro que estos obreros libres no se pueden  equiparar a los siervos o los esclavos que son, para el poseedor, medios de producción, es decir, son cosas como las máquinas usadas en el proceso productivo: “Cosas animadas que trabajan” decía Aristóteles en la antigüedad. Pero, entonces, ¿cómo surgieron? Marx da una primera respuesta en términos un poco abstractos:

 “el régimen del capital presupone el divorcio entre los obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce y acentúa en una escala cada vez mayor” (1975, I, p. 608). 

Es decir, para que ciertos sujetos lleguen a tener la necesidad de venderse por un salario, es necesario que se les prive de lo poco que tienen, pues así se ven forzados a vender su cuerpo que es el soporte viviente de su fuerza de trabajo. Es así como esa fuerza de trabajo, que no es otra cosa que la vida misma como decía Enrique Dussel, se convertirá después en mercancía sujeta a la ley de la oferta y la demanda.  

Esto quiere decir que los obreros libres son producidos al interior de un conjunto de transformaciones que llevan a la estructura económica de la sociedad capitalista. Los obreros no son “cosas” naturales que han existido siempre, son un producto histórico. Y aquí es necesario explicar a qué se refiere Marx con el “divorcio entre los obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo”.

La desposesión de los medios de vida

Como la “estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal, al disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios para la formación de aquella”. Los obreros libres fueron producto de un proceso de acumulación violento que los despojó de sus antiguos medios de vida, de sus antiguas formas de subsistencia. Es decir, a ciertos sectores de la sociedad feudal que podían vivir, satisfacer sus necesidades, tenían sus casas, sus tierras, producían para sí mismos, les fueron sustraídos los medios para reproducir materialmente su existencia y fueron obligados a vender su fuerza de trabajo (su única mercancía) para sobrevivir. Ellos salieron directamente de las entrañas de la sociedad feudal. O lo que es lo mismo: estos trabajadores recién emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de sí mismos, asalariados, moverse por “sus propios pies”,

“una vez que se ven despojados de todos sus medios de producción y de todas las garantías de vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban” (1975, I, p. 608).

El proceso de producción del obrero asalariado es calificado por Marx como una verdadera “cruzada de expropiación”, una cruzada violenta que David Harvey llama hoy en día una “acumulación por desposesión” (2007, Cap. VI), que implicó, entre otras cosas, desalojar a los maestros de los gremios artesanos medievales e, incluso, a señores feudales que concentraban en sus manos las fuentes de la riqueza. Todo eso hizo posible a los capitalistas industriales, la clase burguesa en realidad, que se alío en Europa con la monarquía y se valió del Estado para acrecentar su poder y defender sus intereses. Tal como lo mostró Max Weber en Economía y sociedad:

“con la coalición necesaria del Estado nacional con el capital surgió la clase burguesa nacional […] En consecuencia, es el Estado nacional a él ligado el que proporciona al capitalismo las oportunidades de subsistir” (Weber, 2004, p. 1047).

La desposesión o robo de la tierra

Pero el proceso de acumulación originaria tiene tras de sí, como base, un hecho fundamental que Marx pasa analizar: “la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino”. Este proceso de privación de la tierra

“presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación, y en épocas históricas diversas. Pero donde reviste su forma clásica es en Inglaterra, país que aquí tomamos, por tanto, como modelo” (1975, I, p. 609).

 En el segundo apartado del capítulo XXIV de El capital, Marx intenta mostrar “cómo fue expropiada de la tierra la población rural”. Para ello empieza diciendo:

“En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos años del siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo XV, la inmensa mayoría de la población se componía de campesinos libres, dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuera la etiqueta feudal bajo la que ocultasen su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff (bailío), antes siervo, había sido desplazado por el arrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban su tiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y en parte una clase especial, relativa y absolutamente poco numerosa, de verdaderos asalariados. Más bien, estos eran, de hecho, a la par que jornaleros, labradores independientes puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza, con una extensión de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales en los que pastaban sus ganados y que, al mismo y tiempo, les suministraban el combustible, la leña, la turba, etc.” (1975, I, p. 610. Resaltados fuera del texto).

Marx trae cifras donde indica que alrededor de 160.000 pequeños propietarios gozaban de bienestar con sus familias; también se calculaba que quienes cultivaban sus propias tierras representaban un mayor número frente a quienes arrendaban a otros propietarios. Este es un cuadro bastante interesante sobre la situación social y la economía de la población inglesa en la época descrita por Marx. Sin embargo, en el último tercio del siglo XV (más o  menos hacia el año 1470) la situación empieza a cambiar. El poder de la monarquía empieza a lanzar al mercado de trabajo a una gran masa de gente privados de medios de vida. Pero este proceso generó una reacción de los señores feudales quienes aceleraron ese proceso de expropiación de las tierras de los sectores libres descritos. Así esos señores feudales desplazaron a la vieja aristocracia y formaron una nueva. Sólo que esta nueva aristocracia ya no es feudal, sino que está impregnada de los nuevos valores del dinero, del dinamismo, de todo lo que trae una sociedad más cinética o la forma-vida frenesí capitalista. Sencillamente, los siervos que tenían una tierra asignada, los jornaleros que disponían de una casa y sus acres de tierra, los terrenos comunales, fueron expropiados en todo este proceso.

Desde entonces, estas personas fueron lanzadas a ganarse la vida, vendiendo su fuerza de trabajo, produciéndose así el divorcio entre “los obreros y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo”, ya mencionada. Esa tierra expropiada fue destinada a las manufacturas laneras y pasó de estar al servicio del sustento de la población campesina a ser tierra para los pastos de ovejas. De toda esa masa desposeída saldrían también el vagabundaje, los mendigos, los salteadores, etc., y la ley empezó, ya en el siglo XVI, a perseguir, torturar y asesinar a quien se negara (o no pudiera) ganarse el pan por sus propios medios.

Lo que todo esto muestra es que el capitalismo solo fue posible por medio de la desposesión de lo común, de la tierra, de los medios de vida. El proceso correlativo de la desposesión fue la acumulación. Se desposee al campesino y acumula el terrateniente. El que acumula priva al otro de los bienes y medios de subsistencia. Así se acumula propiedad privada: propiedad privada es, entonces, también privar a alguien de los medios de vida. Esta lógica del capital funciona hasta hoy, pues se privatiza lo común: el agua, el aire, la tierra, la naturaleza misma, el conocimiento, y se los mercantiliza. Así, el capital mata la vida toda del planeta.

La prostitución vital actual.

El obrero del que habla Marx ha mutado en la clase trabajadora actual, más diversa, plural y heterogénea, pero, al fin y al cabo, dependiente del dinero de su patrón, ya sea privado o ya sea el Estado como empleador. Es clase trabajadora porque depende de otros para vivir, porque de un Otro dependen sus medios de vida; porque se vende al realizar una actividad que implica un desgaste diario, permanente e irreversible de la vida misma. Una vida que al final es vencida por la muerte y que no arrastra ninguna riqueza al más allá. Si la vida en el capitalismo es un “holocausto para la vida” como dice Marx, bien podríamos decir con María Zambrano (1939) que la “vida es una enfermedad que con el tiempo se remedia”. El remedio no hay que buscarlo en el más allá. No. El remedio frente a ese holocausto está en nuestro desgaste corporal diario. Un cuerpo vivo que el capital o el orden social vampirizan para existir y para reproducirse todos los días.

Nietzsche, que no leyó a Marx directamente, pero que sí conoció los socialismos y la crítica de la economía política de la época, tal como se demuestra en una investigación reciente (González Varela, 2025), y que por eso mismo realiza agudas críticas que resuenan con las hechas por Marx a la sociedad capitalista burguesa (Pachón, 2023), se percató de ese estado prostituido del ser humano en la modernidad. Decía por ello que la cultura capitalista

“es la forma de existencia más baja que se ha conocido hasta ahora…la rigen únicamente las leyes de la necesidad: es forzoso venderse para vivir”. González Varela, 2025, p. 46).

Pues bien, Nietzsche y Marx propusieron alternativas distintas a ese orden social, ¿Qué proponemos nosotros en la actualidad? ¿Tenemos imaginación política para crear otro modo de vida?  ¿Podremos vivir juntos? Siendo la especie más pensante, ¿nos extinguiremos por mano propia cual suicida efectivo que no falla en el intento? La historia, ese dialogo del ser humano con el tiempo, con el cosmos, sigue abierta…por ahora.

Referencias

González, Nicolás. (2025). Los dioskouroi: Nietzsche y Marx. En: Friedrich Nietzsche. El filósofo auténtico y la ética de la existencia (pp. 25-83). Universidad Central del Ecuador.

Harvey, David. (2007). Breve historia del Neoliberalismo, Madrid: Akal.

Marx, Karl. (1975). El capital. Volumen 1, México: Fondo de Cultura Económica.

Marx, Karl. (2011). “Manuscritos económico-filosóficos”. En Fromm, E. Marx y su concepto del hombre. México:  Fondo de Cultura Económica.

Pachón, Damián. (2023).  El «nuevo ídolo» y el rebaño. Estado y democracia en  Nietzsche. Estudios  Políticos  (Universidad  de  Antioquia),  66,  pp. 102-124.

Weber, Max. (2004). Economía y sociedad, México: Fondo de Cultura Económica.

Zambrano, María. Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económica.

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