Las Ciencias Sociales Hoy

Publicado el Las Ciencias Sociales Hoy

¿Vivimos en un territorio que expulsó la ternura?

Por: Alejandro Martínez A. 

Ashoka Fellow . Aprendiz de Pedagogía de la Ternura y de producción agroecológica. Director de la Maestría Transdisciplinaria en Sistemas de Vida Sostenible de la Universidad Externado de Colombia.

La ternura es una de esas expresiones que en nuestro país aparece acorralada, amordazada, apaleada, manoseada, pervertida y que cuesta referirse a ella sin sentirse desautorizado por el único hecho de ser parte de esta nación que parece no poder salir del pantano de los conflictos armados. Un país en el que en alguna ocasión un comisionado de paz escribió un libro sobre el derecho a la ternura y hoy huye de la justicia después ser encontrado responsable de múltiples delitos. Parece una locura escribir prolijamente sobre la ternura y actuar políticamente desde la criminalidad organizada para lograr prebendas para sí y para sus copartidarios. Lo del psiquiatra, filósofo y comisionado de paz delincuente y prófugo, se suma a las cifras sobre violencia contra mujeres, niños y niñas, a los números sobre deforestación, y los de degradación de los ecosistemas para dejarnos un panorama donde esa ternura es apenas una ausencia, vituperada y manoseada desde la acción violenta, desde el cinismo politiquero, desde la omisión calculada, desde las vitrinas de los mercaderistas o desde las cátedras de los neopredicadores.

Las cifras de personas desaparecidas, ejecutadas extrajudicialmente, torturadas, desmembradas y desplazadas se suman a los hombres en esta vorágine de vacuidad que deja la ternura como una expulsada más del territorio. Un día tal vez, seamos recordados como el país en donde se habló del derecho a la ternura, pero al mismo tiempo fue echada o cambiada por esa empalagosa mezcla de utilitarismo comercial y socarronería con la que se suele tratar a los niños y niñas en algunos espacios mercantiles para aumentar la audiencia y aceitar los mercados.

Ante la indiferencia y la complicidad pareciera que la amorosidad humana queda en manos de embaucadores profesionales de la política y la religión que desde sus “emprendimientos económicos religiosos de la contemporaneidad” reivindican la moralidad como un valor medieval petrificado y frío mientras amenazan con un Dios que se alimenta de castigo y sangre y premia con riqueza, salud y prosperidad la obediencia a los mandatos de culto al poder, el dinero y el juicio a la diferencia y a lo distinto, ese es otro elemento que desgarra la ternura en nuestro país. Como si no fuera poco, cabe ver cómo en el día en el que se celebra el día de la madre en nuestro país, se registran las cifras más altas de violencia; donde unos criminales son apedreados y otros acomodados lujosamente en sus casas y clubes, donde cada alegría se convierte en muertos y las preocupaciones fundamentales parecen estar ligadas únicamente a los esguinces de los jugadores de fútbol, las narices y pechos de las reinas y actrices y los vericuetos de la intimidad de los y las cantantes de reggaeton y neo-despecho.

Ese panorama está pintando un letrero que podríamos ubicar al borde, a la entrada y salida de esto que llamamos Colombia para advertir que se está en un “Territorio libre de ternura”.

Y es que, en este contexto, la ternura solo puede entenderse como “melcocha” mercantil que vende azucarados, peluches, lentejuelas y otros artilugios que edulcoloran las relaciones personales y sociales provocando una especie de diabetes que destruye nuestro hígado y entrañas, haciéndonos llorar ante las luces de la pantalla y reír ante la tragedia y la destrucción de la vida y de lo vital. Ese edulcoramiento es lo que he denominado “ternurizacion an-afectiva”, y se refiere a una ternura de chicle y peluche que no se expresa en vínculos humanos afectivos y efectivos.

No obstante, antes de “colgar el aviso”, “apagar las luces”, “dejar hundir el barco”, “saltar del edificio en llamas”, o de dejar que “el diablo entre y escoja” nos quedan espacios para dar la vuelta y ver entre los indicadores de la expulsión de la ternura, la imperiosa necesidad de su presencia. La insoslayable urgencia de insistir en la posibilidad de aprender lo que nos hace persona, sociedad y especie humana. Se trata de reconocer una ignorancia, de dejar caer tanto aparato y artificio para descubrirnos necios, incultos, reprobados en vincularidad humana y desde ahí preguntarnos por ese aprendizaje que no tuvimos, por esos estudiantes de humanidad que no fuimos y que se refleja en las opciones que tomamos a la hora de comprar, consumir, elegir y en los datos sobre asesinato, tortura, deforestación, extinción y destrucción, que podemos ojear sin provocarnos ni estupor ni rubor. A ese aprendizaje de la persona humana y su condición, a esa asignatura que nos omitieron en la sociedad, en las familias y en las escuelas, Cussianovich lo llama desde los años 70, pedagogía de la ternura y lo propone como ensayo en tanto lo humano es siempre un hacerse y no una técnica controlable que conlleve resultados indefectibles y anticipables.

Antes de que “Que sea demasiado tarde” para parrafear el nombre del conocido documental de Leonardo Dicaprio (aunque en realidad ya está siendo tarde) consideramos que es posible aprender a ser humanidad. Antes de instalar el letrero: “Territorio libre de ternura” es plausible reconocernos fracasados, rajados, robados de esa asignatura pendiente de aprender a ser gente. Dicho reconocimiento abre una ventana por la cual vale la pena descolgarse y que seguramente nos llevará a un vacío de los espacios para cultivarnos como humanos y donde podamos decirnos que no sabemos, que no aprendimos a ser personas y humanos entre nosotros y mucho menos con lo no humano; lo que tratamos igual que a nosotros mismos a la manera de mercancías o recursos.

Nos estafaron, no aprendimos la ternura con nosotros, con los otros, con lo otro y con las otredades que constituyen las células y el planeta. Es tarde, lo que significa que aún hay algún tiempo para este aprendizaje; de eso nos está hablando hace cuarenta años la pedagogía de la ternura y las pedagogías de la posibilidad que se ofrecen como escenario para aprender el relacionamiento de lo humano-humano y de lo humano con lo no humano, que no nos reclama más que eso: ser humanitarios con los congéneres, con las especies y con el entorno en donde estamos siendo eso que aún podemos llegar a ser.

 

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