Por: Leonardo Romero Olivera* /Barranquilla
Algo que vale la pena tener cuenta en el contexto de las emergencias relacionadas con la crisis climática, es el agua. Un bien común, es la base de la química, la física, la biología y la vida en el planeta. Entender su ciclo, es de vital importancia para los seres humanos en escenarios de incertumbres y crisis sociales, donde muchos países del Sur Global tienen grandes cuencas y reservorios amenazados por el modo de producción capitalista.
En Colombia, la hoja de ruta es Plan Nacional de Desarrollo: Colombia Potencia Mundial de la Vida, centra su atención del ordenar los territorios alrededor del agua, pero, ¿cómo se hace? Conociendo la importancia de nuestras grandes cuencas hídricas: el Caribe, el Pacifico, la Magdalena-Cauca, el Orinoco y el Amazonas.
Unidas representan 332.000 km2 de cuenca continental, englobando una de las cuencas más ricas del mundo, caracterizada por innumerables ríos, ocho grandes áreas de nacimiento de fuentes principales o estrellas hídricas; así como unos 988.000 km2 de cuenca marino-costera entre el mar Caribe y el Océano Pacífico.
Identificar cuál es nuestra gran cuenca, sería la primera tarea, la primera tarea ciudadana que deberíamos propender deberíamos propender, con este sentido de localización, podríamos saber de dónde viene el agua cuando abrimos el lavaplatos y nos duchamos. El manejo del agua ha representado la capacidad de desarrollo de muchas civilizaciones y ha hecho que entendamos el sentido de la palabra “desarrollo” en la capacidad de un colectivo humano en utilizar la racionalización con fines de tener ventaja frente a las condiciones del entorno que nos rodea.
En efecto, muchos procesos civilizatorios han usado esas capacidades para optimizar los beneficios que nos provee el agua, sea para el saneamiento básico, la irrigación de cultivos, el procesamiento de materiales minerales, el transporte y especialmente el consumo.
Una segunda tarea asociada es también al conocimiento a las aguas subterráneas, donde poco o nada se aplican en los esquemas de ordenamiento territorial y se desconocen las condiciones y manejos de esta fuente para muchas comunidades, que en medio de los embates del fenómeno de Niño puede ser un aliciente para calmar la sed.
La tercera y última, está correlacionada con las funciones de las coberturas vegetales contiguas a las grandes, medianas y pequeñas cuencas hídricas, que complementa condiciones ecológicas, otorgando un valor agregado a las condiciones de la vida humana, es decir, el paisaje.
Pero estos paisajes en la Colombia después de los Acuerdo de La Habana y de la Pandemia por Covid 19 están comenzando a cambiar. Por un lado, muchos paisajes se abrieron y se dieron a conocer de diferentes formas: exuberante belleza, problemáticas envueltas en más de medio siglo de conflicto armado, la extensión de fronteras agroindustriales, las grandes extensiones de tierras en pocas manos y desforestación desmedida, que aceleran conflictos y daños irreversibles en las condiciones ecológicas.
La clave es que estos territorios mediados por los paisajes del agua y la vegetación, tiene una vida propia, y los seres humanos, fauna, flora y saberes ancestrales inmerso en cada historia social, económica, cultural y de la naturaleza debe tener una voz y un protagonismo en la construcción de los nuevos planes locales y regionales de desarrollo, si se quiere ordenar alrededor del agua.
Un ejemplo para ordenar alrededor del agua, es la Depresión Momposina, lugar convergen la construcción de un territorio determinado por la cultura y la región, creando una condición sociocultural, conocida como la cultura anfibia, una mezcla de las relaciones entre sociedad y naturaleza determinadas por el agua, cuando Orlando Fals Borda menciona “el hombre hicotea”, trataba de enlazar las condiciones de adaptación de la vida humana a condiciones ecológicas mediadas por condiciones y capacidades del territorio en la configuración de un ethos regional; así como también, el papel del patrimonio que entretejen herencias indígenas y negras; para llegar a definir como las visiones del territorio se adaptan las incertidumbres de la naturaleza y el ordenamiento territorial.
Pero en medio de esas condiciones complejas, el agua representa otro valor esencial, esta vez desde los aspectos de cultura inmaterial o desde el punto de vista de las creencias, puede interpretarse la leyenda del “hombre-caimán”, original de esta subregión (por la parte de Plato, e inspiración del conocido porro “Se va el caimán”) como una idealización mitológica de la cultura anfibia. En efecto, según la versión más generalizada de la leyenda, se trata de un riberano que no halló otra forma mejor de cortejar su enamorada que en el agua, para lo cual empleó medios mágicos que le dieron forma de caimán.
La tragedia ocurre al fallar estos medios en la reconversión a la forma humana, “lo que condena al riberano enamorado a su angustiada existencia, parte en el río, y parte en cuevas y laderas. Ahora lleva el fango maloliente de las aguas negras y residuos químicos de Barrancabermeja y, más arriba, las basuras de plásticos de Tamalameque, los detritus de El Banco. Sus fuertes remolinos ya no recogen sólo la taruya de flor lila, sino la cepa podrida del platanar derrumbado, y la carroña flotante en la que se solazan los goleros”, como lo señala Orlando Fals Borda en la Historia Doble de la Costa Tomo I Mompox y Loba.
En conclusión, el agua representa una oportunidad de encontrar una estructuración tanto del territorio y de dentro de esté, la misma identidad que es un elemento que cohesiona las condiciones sociales, culturales, en este caso para la Depresión Momposina y por ende la construcción del ethos regional, esta vez que debe evitar tener la suerte singular del “hombre caimán” que por su infortunada tragedia se va para Barranquilla, dejando su mundo atrás.
Sociólogo, planificador de Desarrollo Social y Gestor Cultural. Maestría en Estudios Urbanos y Regionales. Doctorado (C) en Ciencias del Mar.* /Barranquilla.