Por Ramon Garcia Piment y Claudia Patricia Romero
En todo el mundo, el sabor del café suave evoca las tradiciones de países tórridos, acompañadas de aromas a trópico suave y climas afables, de inconfundibles paisajes montañosos y rocíos de lluvia, también de tradiciones artesanales de preparación, coladores, filtros, trillados, manos de campesinos que cultivan con tan especial cuidado, que cuando se lleva a la boca el último sorbo de la taza, se siente un sabor que va más allá de los sentidos, llevándonos a la necesidad de la búsqueda del origen, identidad y tradición que está detrás de los sentidos.
Detrás de la producción, explotación y exportación del café colombiano, del impacto que ha tenido en los países europeos, en donde logró reemplazar milenarias tradiciones del té por la variedad de cafés arábigos comunes, borbón, maragogipe o caturra, se descubre la construcción propia de la nación colombiana y el impulso de personajes quijotescos que superaron barreras inquebrantables para dar a conocer ese sabor inconfundible que lleva en sí mismo un realismo mágico.
Se sabe a través de investigaciones sobre el tema, realizadas por Marco Palacios, que entre 1850 y 1870 las plantaciones cafeteras de las islas de Java y Ceila (Sri Lanka) en Indonesia fueron devastadas por la enfermedad de la roya en el café plantado por los colonialistas holandeses, eliminando en la región la variedad de café Arábica típica. A partir de ese declive, América latina tomó la delantera como la principal región productora del mundo. Ese impulso fue aprovechado de manera temprana por varios visionarios colombianos que vieron la oportunidad de expandir un producto colombiano a la exportación, y ofrecerlo en regiones lejanas, llevando la tradición a caminos insospechados, ayudados por la masificación de la industrialización y de la explotación de la urbanización y alta concentración de masas en las urbes americanas y europeas.
Lejos quedaron los proyectos inconclusos de llevar a la exportación masiva, las plantaciones de quinas, impulsadas por botánicos e intelectuales como José Jerónimo Triana, quien luego de terminar su trabajo en la Comisión Corográfica, viajó a Europa como delegado del Gobierno trabajando en la clasificación y enriquecimiento del conocimiento botánico colombiano, aportando al campo de la flora tropical, en especial en lo que respecta a las quinas así como su participación en ferias internacionales, en las cuales dio a conocer la flora de Mutis, que lo llevó a ocupar un lugar destacado en la comunidad científica europea.
Igualmente, se apagaron los impulsos de exportadores de quinas, como Juan Sordo Girardot, pues el café a diferencia de la quina, tenía un carácter especulativo en el comercio exterior, al cultivarse exclusivamente en las zonas tropicales del planeta y no ser un alimento vital como la sal o el trigo. La exportación de café inició de manera temprana hacia 1850 por parte de Brasil, seguido por Costa Rica, Venezuela y en los 60s por Guatemala, Salvador y México.
En 1904 se fundó la Sociedad de Productores de Café, lo que convocó a varios empresarios hacia el producto. Es así como encontramos a Jorge Sordo, un colombiano aventurero y visionario que advirtió en el Café una opción real de exportación de productos agrícolas colombianos, Él, como otros varios colombianos inició la faena de llevar nuestro café a otras regiones, es así como proyectó en 1906 e instaló en 1911 una tienda llamada “Café Colombia, Cafés Fins- Cafés Supérieurs” en la 23 Rue Richer de París, promocionando sabores cerca de la ópera de Garnier, del Palacio Royal y el Museo del Louvre, logrando conectar el romanticismo parisino con el cálido sabor de américa del sur. Su logro permitió difundir el patrimonio vivo 16 años antes de conformarse en el país la Federación Nacional de Cafeteros.
Entre tanto, La Dirección de Exportación del Banco de Colombia, a cargo de Jorge Ancízar Samper, en colaboración con Julio Caro, Arturo Maldonado, Eduardo Michelsen y Rafael Iregui Cuellar, promovía de la industria cafetera del país. El banco, por intermedio de esa sección, hacia préstamos a los cafeteros, financiaba sus cosechas y exportaciones, y vigilaba muy de cerca su explotación. Allí se tenía la mejor información sobre cada uno de los cafetales del país y los tipos de café que producían y que estaban clasificados en el mercado internacional. El jefe de la sección hacia visitas periódicas a los cafetales que recibían la asistencia del banco. Se mantenían relaciones muy estrechas con las casas compradoras de café de Europa y de los Estados Unidos logrando la información más completa posible sobre el mercado interno y externo. Como parte esencial de ese impulso por la apuesta de convertir al café en nuestro mayor producto de exportación nacional. En el último piso de banco había un pasillo y un amplio espacio cubierto de vidrios que hacían el oficio de invernadero, lo que permitía a Jorge Ancízar mantener allí una especie de jardín con cafetos llenos de frutos maduros. En ese ambiente solían tomar las mejores variedades de café preparados con el esmero y dedicación que hoy identifican el sello del sabor único.
Años después, a pesar de las diferencias que existían entre productores de café, en las diferentes regiones colombianas como Antioquia y Caldas, con los Santanderes y Tolima. Epifanio Montoya desde Antioquia promovió la creación de una asociación que apoyó, financiera y protegiera a los cultivadores de café, iniciativa que fue atendida y respaldada por Antonio Samper, Ramón González Valencia, Germán del Corral, Lucas Caballero, entre otros. Es así como se conforma el 27 de junio de 1927 la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia.
Queda como legado de esas batallas heroicas, los archivos llenos de historias no contadas y la fotografía del almacén atendido por Jorge Sordo, en un lugar que en la actualidad conserva los mismos paramentos y hasta los mismos balcones que vieron el origen de nuestra fértil tradición. Su esfuerzo, junto con el de otros intrépidos comerciantes, superando guerras civiles en un frágil país, conformó la caficultura colombiana. Jorge Sordo, puede representar al original y primer Juan Valdez, con un espíritu aventurero, liderazgo empresarial y el inconfundible optimismo colombiano.