Las apuestas de la teología de la liberación

Por: Israel Arturo Orrego Echeverría y Manuel Leonardo Prada Rodríguez

La figura intelectual, humana y pastoral de Gustavo Gutiérrez Merino Díaz, padre de la Teología de la Liberación, es relevante para cristianos, intelectuales, activistas, movimientos populares, colectivos, comunidades eclesiales de base, entre otros actores que, inspirados en su pensamiento teológico, están comprometidos con la transformación social, política y económica de Latinoamérica, a favor de la vida de los excluidos.

Gutiérrez nació el 8 de junio de 1928 en Barranco, Lima, y murió el 22 de octubre de 2024 en la misma ciudad. Creció en el seno de un hogar de clase media. Por sus rasgos pronunciadamente indígenas, sintió empatía por aquellos pueblos oprimidos desde la Colonia española, asunto que, más adelante, justificaría argumentativamente por medio de la teología dominica de Fray Antón de Montesino y Fray Bartolomé de Las Casas y llevaría a la práctica durante su vida. Junto a esto, padeció una osteomielitis que lo postró en una silla de ruedas desde que tenía doce años hasta que cumplió la mayoría de edad, asunto que no solo lo llevó a refugiarse de sus dolencias mediante la lectura asidua de, entre otros, el poeta peruano César Vallejo, sino también a tener conmiseración por los enfermos, en especial, los marginados del sistema de salud, los pobres.

Una vez superada su postración, Gutiérrez inició estudios de medicina en la Universidad de San Marcos, al tiempo que se inscribió en el movimiento Acción Católica. Con la mirada puesta en las necesidades de los pobres, indagó en la teología para construir, desde allí, una respuesta a la exclusión de la que no era ajeno. Una vez ordenado como sacerdote, Gutiérrez realizó estudios en varias universidades europeas como las de Lyon y Lovaina, donde entró en contacto con algunas figuras clave del Concilio Vaticano II. Junto a esto, en diálogo con las discusiones teológicas posconciliares, conoció y profundizó en la teología protestante de Edward Schillebeeckx, Hans Küng, Karl Rahner, Jürgen Moltman, Dietrich Bonhoeffer, Johann Baptist Metz, entre otros. A finales de la década del cincuenta, Gutiérrez regresó a su ciudad natal y fue nombrado párroco del distrito de Rímac, comunidad con la que mantuvo un compromiso pastoral a lo largo de su vida, a la par de su actividad académica, siempre inspirada en su compromiso comunitario y pastoral.

Gutiérrez fue autor de varios libros, entre los cuales sobresale Teología de la liberación: Perspectivas (1990), publicado en 1971 y traducido a más de 20 idiomas, porque, tras convertirse en un referente mundial de teología ampliamente discutido, en la década de los 80’s fue objeto de la crítica doctrinal del teólogo alemán Joseph Ratzinger. Gutiérrez fue reconocido con más de treinta doctorados Honoris causa.

¿Es el liberacionismo de Gutiérrez equivalente a los marxismos latinoamericanos?

Es desde el compromiso evangélico, que no traza distinciones entre doctrina cristiana y praxis, que Gutiérrez reflexionó sobre el problema de la pobreza y sus causas deshumanizadoras. ¿Cómo es posible hablar de Dios, mediante el quehacer teológico, en medio de circunstancias marcadas por la pobreza y la injusticia? Mientras que las teologías europeas y norteamericanas gravitaban en torno a los problemas modernos de la secularización y el ateísmo, Gutiérrez planteaba una reflexión menos metafísica, más concreta y ligada al evangelio consistente en alimentar al hambriento, vestir al desnudo, entre otras prácticas que derivan de la doctrina cristiana. Para Gutiérrez, es inviable una fe sin obras. No tiene sentido un cristianismo reducido al asentimiento de doctrinas, si no se tiene amor a ese prójimo latinoamericano, empobrecido por un sistema económico idólatra, es decir, que se fetichiza y exige sacrificios humanos marginando y generando desesperanza. La única manera de seguir a Jesús es mediante una comunión con Dios, que empieza con la contemplación silenciosa y se manifiesta en la rectificación de la sociedad, mediante la propagación de valores caracterizados por la alteridad y la entrega desinteresada hacia el pobre.

Cuando hablamos de teología de la liberación nos referimos a un movimiento teológico que se expresa mediante diversas comprensiones del evangelio y sus correspondientes prácticas. Por esa razón, encontramos ideologías liberacionistas que exaltan la lucha violenta en pro de quienes han sido marginados. De esta manera, no hay mayor diferencia entre esa propuesta y la de algunos grupos guerrilleros. Sin embargo, dentro de esa multitud de perspectivas, la teología de Gutiérrez sobresale por regirse según los valores de lo que en teología denominamos Reino de Dios, expresado por Jesús. Esto implica que Gutiérrez no monta versículos bíblicos sobre una plataforma teórica marxista para legitimar una revolución violenta, sino que edifica, a lo largo de su obra, una teología vivencial, derivada de la obediencia, actualización y contextualización del evangelio. Debido a que este último es una buena noticia para los pobres, enfermos, entre otros excluidos, la única manera de ser un cristiano auténtico es suscitando la liberación de las personas oprimidas de los contextos sociales que habitamos. La espiritualidad consistente en amar a Dios debe ser materializada en obras concretas a favor del prójimo, que lo liberen de sus condiciones perpetuas de esclavitud, causadas por un sistema estructuralmente injusto:

Liberación, ciertamente, de situaciones socio-económicas de opresión y marginación que obligan a muchos (…) a vivir en condiciones de vida contrarias a la voluntad divina (…) [;] no obstante, liberarse de estructuras socio-económicas opresoras no es suficiente, se requiere transformación personal que nos haga vivir en honda libertad interior frente a todo tipo de servidumbres. (Gutiérrez, 1990, p. 43)

Con base en lo anterior, se quiere advertir sobre la falacia de generalización que cometen algunos grupos cristianos afines a partidos políticos de derecha, tales como el republicanismo estadounidense esparcido en Latinoamérica mediante el evangelismo, consistente en hermanar a la teología de la liberación de Gutiérrez con los grupos políticos de izquierda, sean estos democráticos o subversivos. O, de manera similar, ciertos grupos evangélicos de América Latina que, temerosos de la dimensión social y política de la teología de la liberación y desconocedores de la profunda preocupación por la dimensión personal de la misma, proponen “alternativas” teológicas que se supone son más “integrales”. El teólogo limeño es enfático a la hora de explicar que lo suyo no es la sociología, sino la teología, y que usa a las ciencias sociales como mediación para comprender las causas de la pobreza en Latinoamérica, mas no para convertir a la teología en una expresión de los marxismos.

Por eso, su teología de la liberación no es un activismo político de izquierda ni converge con las opciones violentas de sacerdotes como Camilo Torres o el cura Pérez. Más bien, consiste en la evidencia de una espiritualidad caracterizada por el servicio a los pobres y la lucha por la superación de las dinámicas que generan y perpetúan su empobrecimiento. Esta exigencia se hace desde el reconocimiento de la propia identidad cultural, como quien bebe de las aguas de su propio pozo, en el itinerario espiritual del pueblo al que pertenece. En este horizonte, Gutiérrez posibilita el camino para una teología contextual que, posteriormente, será profundizada en la pedagogía del oprimido de Paulo Freire y la comprensión sociológica de Orlando Fals Borda.

Por lo anterior, es posible plantear relaciones entre la teología de la liberación y la diversidad de pensamientos críticos latinoamericanos. También es posible detectar aires de familia entre el liberacionismo y algunas consignas de algunos movimientos de izquierda, tales como la lucha por la dignificación de la vida humana, mediante la promoción de políticas públicas inclinadas hacia el bienestar de la clase trabajadora. Junto a lo anterior, se pueden trazar nexos entre dicha teología y las posturas de partidos políticos de derecha, tales como la lucha por la inserción de los pobres en el mundo laboral, la caridad de la cristiandad institucional, entre otros asuntos. Sin embargo, las izquierdas no ven problema en usar cualquier medio efectista para lograr sus fines, mientras que el liberacionismo implica una coherencia entre los medios y los fines. Si la meta es un mundo en paz, no podemos usar medios violentos para lograrla. Si queremos un mundo de bienestar para quienes ahora son pobres, no podemos seguir promoviendo la acumulación siempre desigual del capital.

De manera semejante, las ideologías de derecha, aunque caritativas, no cuestionan al sistema que mantiene a los ricos arriba y, a los pobres abajo. La teología de la liberación es otra cosa, más allá de las posibles relaciones que se puedan entablar con uno u otro grupo político o religioso. Ella sumerge su ethos en la praxis semítico-cristiana, para la que los seres humanos son más importantes que las leyes, por lo cual la prioridad es el bienestar total del prójimo. Esto implica que el orden de las cosas, aunque preestablecido, no debe ser así para siempre, sino que puede y debe ser transformado en un sistema que permita y fomente la reproducción de la vida, especialmente de quienes la tienen negada. Así, las acciones teologales de la teología de la liberación son políticas, históricas y contextuales. Pero ni la teología liberacionista ni su praxis se presta para ser politizada.

La opción preferencial por los pobres

En este contexto, hay acercamientos a la obra teológica de Gutiérrez basados en prejuicios, tales como que la opción preferencial por los pobres promueve la lucha de clases que deriva en la exclusión de los ricos. Pues bien, para Gutiérrez los pobres son aquellas personas que no tienen derecho a tener derechos, por lo cual van a morir prematuramente:

El término «pobre», puede parecer además de impreciso e intraeclesial, un poco sentimental, y finalmente, aséptico. El «pobre», hoy, es el oprimido, el marginado por la sociedad, el proletario que lucha por sus más elementales derechos, la clase social explotada y despojada, el país que combate por su liberación. (Gutiérrez, 1990 ).

Para dignificar su vida y prolongarla, siguiendo los mandamientos de Cristo e imitando sus acciones, Gutiérrez sostiene que el hecho de que los pobres tengan una “preferencia” en la reflexión-praxis teológica y que vayan primero a la hora de ser el objeto de la acción social de los cristianos no implica la violencia que elimina a los opresores, lo cual no significa validar su manera de vivir, sino la oposición argumentativa y performativa ante las ideas que fundamentan y orientan esas acciones opresoras de vivir. Si bien es cierto, el proceso de la liberación no supone la eliminación física de los opresores, sí exige reemplazar esa manera opresora de pensar y proceder con la manera que Jesús tenía de pensar y actuar. Por lo anterior, generalmente este proceso de denuncia desemboca en la muerte del profeta, tal como aconteció en el caso de Ignacio Ellacuría y las y los mártires del Salvador.

La opción por los pobres supone la denuncia de las estructuras de poder que los mantienen en esa condición, lo cual requiere de un análisis social serio, académico, que, por supuesto, resalte la gravedad de esa inequidad social. Pero advertir que la mayoría de la población latinoamericana ha quedado empobrecida por causa del enriquecimiento de unos cuantos no significa promulgar el odio al rico opresor, sino la liberación de este último, de tal manera que aprenda a vivir en comunidad, pensando también en el prójimo, y no solo en sí mismo. No se elimina al rico, en pro del pobre, sino que se humaniza, en el sentido de enseñar a ser un humano auténtico, en pro del excluido. De paso, tal como lo ha venido haciendo Leonardo Boff, hay que enseñar tanto al rico como al pobre a vivir en comunidad con la naturaleza, conceptuada desde la teología como la creación de Dios.

La opción por los pobres comienza con la profunda espiritualidad del cristianismo –mas no de la cristiandad, vinculada a los poderes de turno–, del lugar donde el Dios de Jesús, el Dios de la única historia que hay optó por manifestarse. En otras palabras, esta clave hermenéutica y práxica de la teología de Gutiérrez no tiene su punto de partida en una determinada estructura ideológica de izquierda, sino en el compromiso radical con la fe de Jesús: “el discurso sobre Dios no puede esquivar la vida cotidiana de los pobres de este mundo, vida transida de pena y de esperanza” (Gutiérrez, 2021, p. 316).


El lugar de los pobres es el espacio de vida de la espiritualidad cristiana. De allí que esto no sea un mero altruismo o postura política, sino el imperativo de la experiencia del amor de Dios en la historia. Esta es la razón por la que la teología de Gutiérrez no permite una lectura según la cual la lucha por los pobres podría expresarse en la violencia armada desde las guerrillas o en el ejercicio del poder institucional de un gobierno progresista, sino en el servicio comprometido y vivido en la experiencia comunitaria, en la que, como vimos, el teólogo peruano participó hasta los últimos días de su vida:

(…)  hemos visto la pobreza como alojada en el casillero de las cuestiones sociales. Hoy, la percepción que tenemos de ella es más honda y compleja. Su carácter inhumano y antievangélico, como dicen Medellín y Puebla, su condición, en última instancia, de muerte temprana e injusta, hacen aparecer con toda nitidez que la pobreza desborda el ámbito socio-económico y se convierte en un problema humano global y, por consiguiente, en un desafío a la vivencia y al anuncio del evangelio. Es una cuestión teológica. (Gutiérrez, 2007, p. 201)

Si bien, no fueron pocos los intentos diversos grupos conservadores, tanto políticos como teológicos, de acusar a Gutiérrez y a la teología de la liberación de marxista, es claro que, para el teólogo peruano, su lucha por la liberación de los pobres tiene su base en el profetismo bíblico y en la práctica histórica de Jesús. El profeta, lejos de ser un vidente que adivina el futuro, es un defensor que exige la garantía de los derechos de los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros, mediante la crítica a los poderes establecidos. Ello no quiere decir que la opción por lo pobres esté despolitizada, sino que la vida de denuncia profética y la práctica histórica de Jesús tienen una dimensión histórico-política, si se quiere, en la respuesta cristiana a los pobres. Gutiérrez inaugura así una nueva teología política, sin estar de acuerdo con la politización de la teología.

Del desarrollismo al liberacionismo

Otro punto clave del pensamiento de la liberación de Gutiérrez gira en torno a la idea misma de liberación, que pone el acento en los vínculos comunitarios y sociales. Ello, en contraste con la idea individualista de la libertad propia de la racionalidad moderna, capitalista, que se sustenta en la abstracción del sujeto como individuo. Para el teólogo, el problema no era la inmersión de los empobrecidos en el sistema-mundo del desarrollismo capitalista como supuesta alternativa para la superación de la pobreza, sino la liberación como la superación de cualquier condición que limite la vida individual y colectiva de los pueblos, lo que implicaría una temprana crítica a la idea occidental de desarrollo, que se anticipa a los actuales abordajes que se apalabran desde el buen vivir andino y a las posturas del posdesarrollo tan discutidas actualmente en la academia latinoamericana. Como evidencia de ello, la siguiente anécdota:

Entre 1969 y 1970 (…) conocí a Gustavo Gutiérrez quien, con 41 años, era asesor nacional de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC). Después de participar en la Conferencia Episcopal de Medellín, en julio de 1968, el padre Gutiérrez escribió un texto para un congreso teológico en Ginebra, Suiza, sobre Teología del desarrollo. Con dos compañeros de la UNEC nos encargamos de publicar aquel texto…Mientras trabajábamos, un día apareció el padre Gustavo y nos dijo: “no se llamará ‘Hacia una teología del desarrollo’ sino ‘Hacia una teología de la liberación’” (…) En este contexto, en 1971, se publicó la “Teología de la liberación. Perspectivas”, en versión peruana. (Rodríguez, 2024)

Así como Gutiérrez se dio cuenta de que la enunciación de la teología del desarrollo no era la más apropiada para el contexto latinoamericano, por lo cual había que reemplazar el nombre por el de teología de la liberación, de forma similar el pensamiento crítico latinoamericano de esta época tiene la oportunidad de extraer lo esencial de dicha teología, con el fin de actualizarla, convirtiéndola en una luz orientadora para responder a los desafíos que las dinámicas de la exclusión plantean en la actualidad. Por eso, a pesar de que desde la década de los noventa se ha venido promocionando la idea de la muerte de la teología de la liberación, esta sigue vigente. Mientras haya oprimidos, estará latente la necesidad de gestar una liberación no violenta, real y concreta, que parte de los lazos comunitarios, contextuales y vitales.  

Referencias                       

Gustavo Gutiérrez.  (2021). Lenguaje teológico: plenitud del silencio. Ius Inkarri, 3(3), 313–322. https://doi.org/10.31381/iusinkarri.vn3.4158

__________. (2007). Seguimiento de Jesús, opción por los pobres. ADITAL.

__________. (1990). Teología de la liberación: Perspectivas. Ediciones Sígueme.

Rodríguez, J. P. (2024, octubre 19). El Sodalicio: Un experimento fallido de la Guerra Fría en Latinoamérica. El País. https://elpais.com/sociedad/2024-10-19/el-sodalicio-un-experimento-fallido-de-la-guerra-fria-en-latinoamerica.html

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