Introducción

Si toda la filosofía occidental es, como decía Whitehead, una nota al pie a la filosofía de Platón, esto es lo que ocurre precisamente con algunas de las representaciones sobre el amor que la cultura occidental se ha hecho durante siglos.  En efecto, en el famoso diálogo El Banquete o El Simposio, de la obra del periodo medio de Platón, y escrito entre los años 384 a 379 a.n.e, encontramos muchos de los tópicos sobre el amor que aún hoy circulan en la cultura popular.

En este escrito me referiré a algunos de los tópicos sobre el amor que aparecen en los discursos que se pronunciaron esa noche en el homenaje a Agatón, entre ellos, los de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, el mismo Agatón, y el del propio Sócrates. No es, entonces, un estudio pormenorizado sobre cada uno de los discursos, sino una muestra de muchas de las representaciones más populares sobre el amor que han calado la conciencia colectiva y que han inspirado obras literarias, análisis filosóficos, películas, canciones, entre otros productos culturales. De tal manera que esas representaciones o tópicos sobre el amor equivalen a ideas, formas mentales, imaginarios, que nos hemos forjados sobre el mismo, los cuales se han heredado y encuentran sedimentados en el sentido común de la sociedad, y están tan presentes que aún determinan o condicionan nuestras concepciones y percepciones del hecho amoroso. Esos esquemas son llamados aquí “forma mentis”, formas mentales.

El morir por amor y el juego erótico entre varones

Recordemos que es el médico Erixímaco el que propone en El Banquete que cada uno de los presentes realice un elogio o un encomio al dios Eros. Una vez todos asienten, inicia su intervención Fedro. De acuerdo con Fedro, el amor es el causante de los “mayores bienes”. Y uno de ellos es, cuando se arriba a la juventud, el de ser un buen amante y un buen amado. Nada debe haber por encima de este bien: ni el parentesco, ni los bienes, ni los honores, ni la riqueza. Aquí ya encontramos un tópico común en las representaciones del amor: el de que este es más importante que cualquier otra cosa. Es decir, que el amor es fundamental en la vida y que es más valioso, de que está por encima de cualquier otro bien o consideración, pues “la vida si amor no es nada”; por ello debemos apostar siempre por él, como dice una famosa canción interpretada por la cantante Lola Flores.

Una vez dicho lo anterior, Fedro introduce la idea de virtud entre el amante y el amado (el agente del amor y el que es objeto del mismo). Alude, específicamente, a la vergüenza que se siente cuando algunos de los dos hacen algo feo, no virtuoso. Por ejemplo, el amado descubierto por el amante cometiendo un acto injusto debe avergonzarse más ante él que ante otros miembros de la sociedad. Y es aquí cuando aparece, a mi juicio, una de las ideas más comunes en torno al amor: la idea de que es virtuoso morir por él, pues el amor inspira la valentía. Amor y cobardía no van, pues, de la mano. Si es necesario morir por el amado, hay que hacerlo. Así aparece esta idea del amor como sacrificio, pues qué mayor sacrificio que dar la propia vida por otro; esta idea donde el amor aparece unido a la virtud de la valentía forma parte del llamado amor romántico. Es el amor sacrificial.  

Esta concepción del amor la ejemplifica Fedro con la idea de que “exista una ciudad o un ejercito de amantes y amados”, tal como ocurrió efectivamente entre los espartanos y los dorios. Con este ejemplo Fedro muestra que el amor es virtuoso y que debe evitar la vergüenza y potenciar la valentía. Cito in extenso:

“Y si hombres como ésos combatieran uno al lado del otro, vencerían aún siendo pocos, por decirlo así, a todo el mundo. Un hombre enamorado, en efecto, soportaría sin duda menos ser visto por su amado abandonando la formación o arrojando lejos las armas, que si lo fuera por todos los demás, y antes de eso preferiría mil veces morir. Y dejar atrás al amado y no ayudarle cuando esté en peligro…ninguno hay tan cobarde a quien el propio Eros no le inspire para el valor, de modo que sea igual al más valiente por naturaleza”.

La idea expuesta sobre los ejércitos de homosexuales ilustra las virtudes de la valentía y el esfuerzo. Es una idea que en términos actuales sería pragmática y haría ejércitos más abnegados, comprometidos y, quizás, más efectivos para los objetivos de la guerra. El cuidado por el otro, el deseo de protegerlo hasta el final, es una potencia insuflada por el mismo Eros evitando así abandonar las filas por cobardía.

En este ejemplo del amor y la valentía, Fedro introduce una idea desigualitaria del amor: aquella según la cual un amante “es cosa más divina que un amado”. Es decir, el sujeto activo es más valioso que el amado de acuerdo con la escala de valores de los dioses. Por eso, cuando Aquiles pierde a su amado Patroclo y lo venga, recibe más honores. Aquí el amante, Aquiles, venga la muerte de su amado, Patroclo, ejemplificando después con su muerte el amor sacrificial del que hemos hablado. Sin embargo, se introduce la idea de la desigualdad entre los sujetos del amor, tema que luego se materializará en la mayor valoración que se le da al sujeto activo, al hombre, frente al presunto sujeto pasivo, la mujer, en la tradición cristiana y en otras tradiciones, lo cual ha justificado su dominación, explotación, expoliación y la negación de sus derechos. Esa idea ha justificado regímenes del deseo, roles, repartos sociales y sexuales desigualitarios. Y no solo entre hombres y mujeres, sino también en las relaciones homosexuales donde el individuo pasivo suele ser degradado y menoscabado siendo sujeto a los estereotipos machistas y patriarcales tal como se ejemplifica en múltiples expresiones lingüísticas populares.

En la intervención de Pausanias el Eros ya no es uno, el dios más antiguo que favorece la adquisición de la felicidad y la virtud, sino es doble: es lo bello en dos cuerpos. El Eros aparece ligado a las acciones buenas o feas. Ahora, no es que las acciones en sí mismas sean buenas o feas, sino que depende de cómo se hagan, de los móviles o motivos que tenemos para hacerlas. En esta concepción, entonces, no todo amor es digno de ser alabado, sino solo el que induce a amar bellamente. Por ejemplo, no es un amor digno de alabar el que ama más al cuerpo que el alma y el que ama más a los menos inteligentes que a los más sabios. Lo que sostiene Pausanias es que es bueno amar el carácter de las personas, su alma, por sobre la belleza corporal, pues ésta es efímera mientras el alma es lo estable. Aquí también hay dos representaciones que se encuentran en el sentido común actual, aunque ya aminoradas por el actual culto a la belleza: la idea de que es mejor amar la belleza interior de las personas que al cuerpo mismo. La belleza física se acaba, pero la belleza del alma, del carácter, dura toda la vida. Igualmente, amar a alguien inteligente es preferible a amar al más bruto o al más feo, pues buscar la inteligencia es algo virtuoso y bello. ¿No es esta la fuente de la idea según la cual lo que importa es la belleza interior sobre la belleza externa? ¿De que debemos amar a las personas por lo que son en su interior y no por lo que aparentan exteriormente? Por eso dice Pausanias:

“es pérfido aquel amante vulgar que se enamora más del cuerpo que del alma, pues ni siquiera es estable, al no estar enamorado de una cosa estable, ya que tan pronto como se marchita la flor del cuerpo del que estaba enamorado, desaparece volando, tras violar muchas palabras y promesas. En cambio, el que está enamorado de un carácter que es bueno permanece firme a lo largo de su vida, al estar íntimamente unido a algo estable”.

Así, pues, el que se enamora de la belleza se desenamora una vez esta desaparece del cuerpo del amado. Este tipo de amor es malo, es feo, es pérfido, no es virtuoso.

En la intervención de Pausanias se recalca que lo que importa es cómo se hagan las acciones, si estas se ejecutan bellamente, pues estas no son buenas o malas en sí como ya se dijo. Por eso, el principio general es que “complacer en todo por obtener la virtud es, en efecto, absolutamente hermoso”.  Es así en lo relativo a la “pederastia y en el amor a la sabiduría”. El amado (erómenos) que complace al amante (erástes) por obtener virtud, sabiduría, hace bien; no así el que lo hace por honor, fama, prestigio, riquezas, favores políticos. Desde luego, este tópico tiene que ver con la famosa pederastia griega cuyo mejor ejemplo es la relación de Alcibiades (el erómenos) y Sócrates (el erástes) que aparece al final de El Banquete. En ese diálogo, cuando Alcibiades llega ebrio y se une a la conversación, confiesa su amor por Sócrates, y hasta sus celos, y pone de presente cómo estuvo dispuesto a complacerlo, sin embargo, Sócrates lo rechaza y no accede a las insinuaciones del bello joven. Aquí Sócrates aparece como el maestro, como el amante, poseedor de una virtud que no flaquea ante la belleza del cuerpo. Esta escena es, a mi juicio, la que tal vez mejor representa el amor entre dos hombres, el sabio y el aprendiz, en Grecia. 

En el discurso de Pausanias además de la idea habitual de que es mejor amar la belleza interior y el carácter que al cuerpo, aparece otra según la cual es “vergonzoso, en primer lugar, dejarse conquistar rápidamente”, pues entre el amante y el amado debe haber una especie de competición, de juego erótico, de seducción, diríamos hoy. El amado no debe ser fácilmente conquistado ni dar rápidamente sus favores sexuales. Como ha mostrado Foucault en sus estudios, entre el amante y el amado existía, más bien, un tire y afloje, un coqueteo e insinuaciones donde ambos debían resistir sin entregarse, darse sin hacerlo del todo, tal como siglos después Georg Simmel hablaría sobre la coquetería de la mujer. Además, esto es clave para entender que no había un homosexualismo extendido en Grecia, como suele pensarse; o que la figura de la pederastia no gozara de ciertas restricciones basadas en las virtudes, pues un joven libre, educado, no podía, en principio, ser penetrado, lo cual no era digno de su estatus. Ser penetrado o no estaba relacionado con la posición en la sociedad, pues un hombre libre no debía ser penetrado por un esclavo, pues eso atentaba contra su dignidad, su honor. El esclavo, era más bien, el ‘objeto’ de la penetración.

De todo lo anterior se sienta este precepto, según Pausanias: “es obrar feamente el conceder favores a un hombre pérfido pérfidamente, mientras que es obrar bellamente el concederlos al hombre bueno y de buena manera”. Es hermoso complacer a los hombres buenos, “y vergonzoso complacer a los inmorales”. No bastaba, entonces, la virtud del amante, sino también la virtud y los ‘buenos fines’ del amado. En el caso de la pederastia griega, en su relación pedagógica, el amante posee el saber, ayuda a luchar contra la ignorancia, y el amado va tras la sabiduría. Ambos son poseedores de virtud, por lo cual no se trata de relaciones estrictamente utilitarias que buscan un beneficio personal, egoísta o monetario, tal como pensaríamos hoy.

Tras el discurso de Pausanias sigue el médico Erixímaco, quien expone la idea de un amor universal, presente en todos los cuerpos, que potencia lo que es bueno en ellos y crea una nueva realidad más armónica, una especie de cordialidad entre lo que es discordante, entre lo que es desigual, por eso debe “hacer amigos entre sí a los elementos más enemigos existentes en el cuerpo y de que amen los unos a los otros”. Es una doctrina de la reconciliación de los contrarios u opuestos que remite a Heráclito; aquí aparece el amor como una fuerza que une y que mantiene el equilibrio del cuerpo, de los humores, y de las cosas opuestas. Su teoría recuerda no solo a Empédocles y a su diada amor-odio, donde el amor es unión, re-unión de elementos, del kosmos, sino a la medicina hipocrática. Posteriormente la idea de Erixímaco se puede asociar con la doctrina galénica del equilibrio entre los humores, o filosofías renacentistas, entre ellas, la de Francis Bacon, donde aún pervive la idea de la simpatía entre los cuerpos, y donde existe, también, una antipatía entre algunos de ellos, tal como entre el agua y el aceite. Nos dice el canciller en The History of the Sympathy and antipathy of the Things: “La lucha y la amistad en la naturaleza son las espuelas del movimiento y la llave para las obras”.  Así, si el científico descubría las leyes de las cosas simpáticas y de las antipáticas podía gobernar la naturaleza e instaurar el imperio humano sobre el universo. 

La de Erixímaco es, entonces, una especie de panamor cósmico presente en algunos imaginarios modernos, pero menos extendido que otros tópicos de El Banquete. De todas formas, de ahí se puede derivar la idea de que existen personas totalmente afines, compatibles, y otras que se repelen por naturaleza, o de acuerdo con sus caracteres o personalidades.

Nota: para las referencias de El Banquete he utilizado la edición de Gredos y la traducción de M. Martínez Hernández.

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