Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

SOBREVIVIR A LOS EXTREMOS DEL CLIMA, OTRO RETO DIPLOMÁTICO.[1]

Cuando los diplomáticos hablamos de los sitios a los cuales hemos sido enviados para cumplir nuestra misión, los llamamos “destinos” y es interesante porque el concepto de destino, no solo se refiere a algo transitorio, puede llegar a ser absolutamente definitivo en la vida de una persona, incluso ser el lugar de no retorno, la última estación que se visita en el viaje de la existencia.

Los destinos pueden ser medidos de muchas maneras, sus dimensiones pueden resultar inconmensurables, grandes ciudades, pequeñas poblaciones, lugares costeros o mediterráneos, pero al final, lo que define el carácter de un destino es su temperatura. La misma naturaleza de las personas que viven en un determinado sitio, se fija con una rayita al lado de los grados que marca el termómetro, al menos en el imaginario popular, vale decir, los lugares cálidos son habitados por gente festiva, mientras los fríos por gente introspectiva, así en ocasiones sea todo lo contrario.

Pero sin duda para los extranjeros, el clima es lo primero que les afecta de un sitio, el mejor tema para iniciar una conversación entre extraños y en el caso particular de los diplomáticos, más que un tópico dentro de los aspectos anecdóticos para alimentar memorias futuras, puede resultar un elemento definitivo que marque su salud física, mental o emocional, que en ocasiones debería tenerse muy en cuenta. Tomaré mi caso personal, porque es el que más conozco, pero seguramente habrá más de un colega que se identifique con mi experiencia.

Mi caso resulta una paradoja. Soy alérgico a los cambios bruscos de temperatura. Padezco una condición llamada rinitis alérgica, por lo cual no es extraño que sufra frecuentes resfriados o fuertes gripes; pero, dado mi trabajo diplomático, mi organismo ha tenido que afrontar un verdadero cambio climático, pasando de cincuenta grados centígrados a menos cincuenta grados centígrados en relativo poco tiempo. Cien grados que dejan huellas en el cuerpo y recuerdos imborrables en la mente, así en ocasiones haya duendes malignos que quieran robarnos esas memorias.

En alguna época, pensaba que mis destinos diplomáticos me los escogían en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia con termómetro y no con un mapa. Mi primer destino fue Puerto Ordaz (Ciudad Guayana) en Venezuela; el segundo, Managua en Nicaragua; luego vino la experiencia en Abu Dhabi. Cada uno de estos lugares son calurosos en orden ascendente. El máximo, sin duda, el verano de los Emiratos Árabes Unidos que resulta lo más fuerte para cualquiera que no esté habituado al desierto hirviente.

Es curioso como los extremos son tan parecidos. Tanto en el verano árabe (Medio Oriente le llamamos en Colombia), como en el invierno de la región del Medio Oeste estadounidense (que sería Medio Occidente), las temperaturas excesivas obligan a las personas a recluirse en los espacios interiores y no arriesgarse en la calle más allá de lo preciso, urgente o necesario.

En los días de Abu Dhabi, al salir a la calle, uno experimentaba algo similar a estar en un sauna, pero con traje y corbata, quedando ensopado, como le gustaba escribir a Gabriel García Márquez. En las noches, que eran exactamente como los días, uno concluía que la sensación no se debía al Sol, pues sentía que rayos invisibles calóricos seguían cayendo perpendicularmente sobre la cabeza. Los médicos recomiendan no hacer actividades físicas en espacios abiertos en esta época del año. Realmente es muy peligroso.

En Chicago, en donde ahora presto mis servicios diplomáticos, hemos pasado por un fenómeno que no se veía en esta generación, el llamado vórtice polar. No solo las temperaturas bajaron considerablemente, sino que, por la fuerza de los vientos helados provenientes del ártico, la sensación térmica llegó a menos cincuenta grados centígrados. La ciudad, durante los inolvidables 30 y 31 de enero, estuvo tan fría como el Polo Norte o la Antártida. Estar unos pocos minutos en la calle representaba un peligro potencial, no solo para la salud, sino para la vida misma.

Este es uno de los retos insospechados que el diplomático debe enfrentar en su vida laboral, pero no solo se restringe a los funcionarios, también a sus familias. Mi amada esposa, Patricia, quien me ha acompañado a los dos destinos extremos, pues cuando nos casamos me prometió que iría conmigo hasta la Patagonia si era preciso, y lo ha cumplido, padece una dolencia que le afecta los músculos y huesos, en ocasiones bastante dolorosa. No me extrañaría que se hubiera complicado por estar expuesta a estos cambios tan radicales.

Como observará el amable lector, no todo es color de rosa, ni mucho menos, en la vida diplomática. Hay sacrificios y costos en la salud de los funcionarios y sus familiares que la opinión pública no llega a intuir. Quizás algún día me envíen a un destino de temperatura moderada, donde las estaciones no sean tan extremas. Aunque, con el cambio climático y el calentamiento global, deben quedar pocos sitios así de ideales, pero en todo caso, dudo que me puedan encontrar climas más extremos: ya los he experimentado, o mejor, sobrevivido.

No obstante, está demostrado que uno siempre se puede sorprender con los destinos, además con la incertidumbre de no saber cuál será el último, la estación final del tren que nos lleva como pasajeros.

[1] Publicado originalmente en “El Correo del Golfo”, único periódico en español del Golfo Arábigo.

Dixon Moya: Ministro Plenipotenciario. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Ministro Plenipotenciario de la Carrera Diplomática y Consular, ha prestado servicios en Venezuela, Nicaragua y Emiratos Árabes Unidos. Actualmente Cónsul en Chicago.

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