Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

MIJAÍL GORBACHOV, UNA FOTO BORROSA Y UN DISCURSO INOLVIDABLE*

La carrera diplomática brinda oportunidades únicas en la vida, como ocurrió en febrero de 2014, cuando me encontraba en la embajada de Colombia ante el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos y recibimos una invitación desde el Emirato de Sharjah para asistir a un foro internacional de comunicación gubernamental. Al ver un nombre en el grupo de los oradores del evento, no dudé en asistir. Se trataba del hombre que contribuyó a cambiar la historia del mundo como lo conocemos hoy día, el mismo que acaba de fallecer, el último gobernante de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov (d. e. p.).

Para ubicar a los lectores, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) son una federación de siete diferentes emiratos, siendo los más conocidos Abu Dhabi y Dubái, en particular por las ciudades que llevan el mismo nombre; los demás no son tan populares, pero cada uno detenta cierta autonomía y, de hecho, cuentan con su propio gobernante. El Emirato de Sharjah es muy cercano a Dubái, pero resulta muy diferente en su vida cotidiana; es mucho más conservador que el otro y además su gobernante le ha querido impregnar el sello de la cultura. El emirato es gobernado por el jeque Sultan bin Muhammad Al-Qasimi, quien cuenta con un doctorado en Historia, ha sido profesor universitario y escritor. No es raro que el emirato organice diversos eventos culturales.

M. Gorbachov. Foto Dixon Moya. Febrero 2014.
M. Gorbachov. Foto Dixon Moya. Febrero 2014.

Así las cosas, el 23 de febrero de 2014 en el Centro de Convenciones de la ciudad, bajo estrictas estrictas medidas de seguridad, pude ver que, detrás de la primera fila de las autoridades y los expositores, venían las de invitados especiales, casi todos emiratíes, y posteriormente, diplomáticos, periodistas y, atrás, el público en general. Luego de los discursos iniciales de inauguración, vino la presentación del expremier Mijaíl Gorbachov. Me impresionó verlo tan avejentado y obeso. Para esa fecha contaba con 83 años y se le dificultaba caminar.

Sin embargo, cuando comenzó a leer su discurso, que fue traducido con interpretación simultánea al inglés y al árabe, recuperé la imagen serena y acogedora de uno de los hombres más importantes del siglo XX, a quien le preocupaba, no su propio futuro ni el de su país, sino del mundo entero. Alguien que, a pesar de tener el arsenal militar más grande del planeta, apeló a la razón, al diálogo con el enemigo, a las reformas democráticas internas, para intentar que su Estado no sucumbiera, y si eso pasaba, como ocurrió, no se llevara por delante a los demás. En mi opinión, jamás un Premio Nobel de la Paz fue mejor concedido. Quizás no fuera casualidad que aquella marca personal en su frente se antojara un mapa de algún lugar real o imaginario: era un hombre al que literalmente le cabía el mundo en la cabeza.

El discurso que pronunció fue prueba de ello, no solo importante por su repaso de la historia, sino visionario. Gorbachov inició recordando que el siglo XX había sido el más violento en la historia de la humanidad y que, a pesar de estar hora en un mundo global e interdependiente, los seres humanos no hemos aprendido a vivir en él y los peligros políticos, económicos y ambientales se incrementan. Recordaba que, con otros líderes, había contribuido a terminar la guerra fría con el fin de reconstruir un mejor mundo, pero que desafortunadamente los procesos globales habían tomado otro rumbo. La globalización, en sus palabras, se ha convertido en un proceso espontáneo y ciego que ha exacerbado conflictos y rivalidades, ampliando las diferencias en diferentes partes del planeta, hasta el punto de crear nuevos colonialismos. Gorbachov expresó su preocupación por las dificultades del mundo islámico para adaptarse a los retos de la modernidad, sufriendo procesos particularmente dolorosos como los problemas de migración, conflictos étnicos, luchas religiosas.

El premio nobel lamentó que el proceso de reducción de las armas de destrucción masiva, especialmente las nucleares, perdió su momento; por el contrario —añadió— se han desarrollado nuevos tipos de armas. No se han aprendido a manejar los procesos del mundo contemporáneo global e interdependiente. Hemos fallado —agregaba— en desarrollar una plataforma común, un programa de acción para la comunidad internacional que enfrente los problemas actuales. Luego, señaló una serie de eventos recientes en aquel año, de protestas y violencia en países como Tailandia, Grecia, Turquía y, significativamente, Ucrania.

En el caso de Ucrania, afirmaba que era lo que sucedía cuando un gobierno no desea construir instituciones democráticas ni comprometerse a dialogar con los ciudadanos y luchar contra la corrupción, siendo la causa del problema haber interrumpido la perestroika (reestructuración). Gorbachov hacía un llamado a los lideres de Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea para ayudar a los ucranianos a detener la escalada de violencia. Un llamado que pareciera retumbar hoy día.

Regresando a los problemas mundiales, Gorbachov destacó que no ha habido una real reducción de la pobreza y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, proclamados solemnemente por los jefes de Estado en el 2000, no han sido cumplidos. «Las declaraciones no son seguidas por acciones», sentenció. Miles de millones de personas no tienen acceso al agua potable ni a una sanidad básica. El planeta enfrenta un desastre ambiental como resultado del calentamiento global.

Gorbachov fue enfático al señalar que hay una falta de claridad de los líderes actuales para enfrentar los retos, acuden a la fuerza y no a la inteligencia y se crean serias dudas sobre la habilidad colectiva para identificar las soluciones a los problemas globales. No hay liderazgo ni valentía, crítica que va también para la comunidad de negocios.

Gorbachov fue más allá y señaló que debía reconocerse que la causa de las dificultades estaba en el actual modelo de desarrollo, que no provee un crecimiento sostenible económico. El modelo actual privilegia las ganancias y el sobreconsumo, por lo cual se hace necesario un nuevo modelo. El mundo futuro no puede basarse en el interés egoísta y la continua ansiedad de necesidades materiales. Necesitamos reorientar la economía global del consumo excesivo individual a bienes públicos como la seguridad ambiental, calidad de vida, acceso a la educación, sanidad y cultura, desarrollo humano. La transición al nuevo modelo debería ser gradual, pero sin pausa. Es el principal reto de la humanidad.

Vamos tarde (al menos 20 años), sentenció Gorbachov, en la transición al nuevo modelo de desarrollo sostenible, y a eso deben enfocar sus esfuerzos las Naciones Unidas, la sociedad civil, la academia y la comunidad de negocios. Necesitamos una glasnost (apertura, transparencia) planetaria y abierta, un honesto diálogo entre gobiernos y público. Es posible hacerlo, así como a mitad de los años ochenta, los líderes de la Unión Soviética y los Estados Unidos fueron conscientes de la importancia del diálogo.

Gorbachov finalizaba enfatizando que la llamada gobernanza global no es igual a un «gobierno mundial», y no puede entenderse como un centro único de poder, de uno o un grupo de Estados, sino que debe ser un complejo sistema multinivel que incluya el nivel nacional, regional e internacional, compatible con el sistema de Naciones Unidas, basado en el derecho internacional. El camino para lograrlo es el diálogo, la democratización y desmilitarización de las relaciones internacionales, alcanzando un tipo de comprensión de los intereses universales y la solidaridad global. Gorbachov dijo que confiaba en que la humanidad se embarcaría en esa ruta, para poder ver el futuro con optimismo. Esbozó una ligera sonrisa, no sé si irónica o de conmiseración.

Al final, el premio nobel agradeció, y de inmediato salió con su esquema de seguridad por una puerta lateral. El presentador anunciaba el próximo expositor.  Al final, me quedaron un par de fotos borrosas, pero el recuerdo permanente de Mijaíl Gorbachov, un líder que, a diferencia de la mayoría, tuvo el valor de renunciar a su propio ego, abandonando un gigantesco poder, salvando de paso millones de vidas. Un hombre que pasaba de las declaraciones a los hechos. Descanse en paz.

 *Dixon Moya. Embajador de carrera diplomática, actual cónsul de Colombia en Chicago. Sociólogo y escritor.

Nota: el contenido de cada blog es responsabilidad exclusiva de los autores y no compromete a la Asociación Diplomática y Consular de Colombia.

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