Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

LAS MIGRACIONES Y LOS DERECHOS HUMANOS*

La idea de progreso en que se fundamenta la historia occidental considera que la sucesión de generaciones ofrece, de siglo en siglo, un espectáculo siempre variado en el que la sociedad está destinada a perfeccionarse moral y materialmente. Sin embargo, la realidad se encarga de desmentir esa idea y vemos repetirse, de tanto en tanto, la consolidación del individualismo y la apatía.

A propósito de las críticas que, principalmente desde sectores de extrema derecha, ha recibido el apoyo que prestó el Gobierno colombiano al Pacto Global por una Migración Segura, Ordenada y Regular –PGM-, adoptado el 10 de diciembre de 2018 en el marco de la conferencia intergubernamental de la ONU sostenida en Marrakech, me tomaré la licencia de recordar algunos hechos, no tan recientes, para tratar de entender este empeño del ser humano por separarse a través de fronteras imaginarias.

Foto tomada de elprogreso.es

En marzo de 1960, Ingrid Jonker, una poetisa sudafricana blanca, crítica del Apartheid, vio caer a un niño muerto por los disparos de la policía, en medio de una manifestación pacífica en la que un grupo de personas negras reclamaban el derecho a moverse por sus territorios ancestrales sin estar obligados a portar los pases que la minoría blanca en el poder les exigía para desplazarse por algunos sectores.

Esta imagen inspiró un crudo poema que sería declamado por Nelson Mandela durante la apertura del primer parlamento democrático sudafricano en mayo de 1994, con el propósito de que nadie olvidara los tiempos turbulentos que habían tenido que afrontar antes de poder participar en la construcción de un proyecto de nación donde todos tuvieran lugar.

Hoy, Sudáfrica ha abolido el Apartheid, pero tal vez los seres humanos no lo hayamos hecho aún, pues mientras miles de personas intentan cruzan mares, ríos y alambrados huyendo, unas veces de la guerra y otras veces del hambre; otros tantos construyen muros o cavan fosas como único albergue destinado a estos migrantes.

Así, más de 3000 kilómetros de muro de concreto separan la frontera de México y Estados Unidos; alambres con cuchillas que alcanzan los 3 metros aíslan del territorio africano a Ceuta y Melilla; zanjas y placas de cemento de hasta 8 metros de alto conforman el muro de Cisjordania. La lista de muros de la infamia es interminable.

Preservar la identidad nacional es un argumento común para que los Estados blinden sus fronteras y nieguen la protección de los derechos humanos a quienes llegan a su territorio. Se les considera humanos, pero no ciudadanos. Esta es una categoría excluyente sobre la cual se edificaron la mayoría de los instrumentos internacionales de protección de derechos. Es esto lo que busca cambiar el Pacto Global, pese a su carácter no vinculante y su lenguaje difuso

Los derechos humanos no son, entonces, inherentes a los seres humanos en general, sino tan solo a aquellos que pertenecen a ciertas comunidades políticas. La globalización ha visibilizado las brechas que existen entre los Estados: los más débiles parecen marcar los destinos de sus ciudadanos, quienes terminan por ver en la migración su única alternativa para disfrutar de las conquistas políticas de otras latitudes, antes de advertir que estas no pretenden ser compartidas con ellos.

La gran mayoría de Estados defiende la tesis según la cual su autonomía política resulta incompatible con la defensa de derechos sociales universales para cuya titularidad basta el estatus de persona. Sin embargo, debería existir el derecho universal a que todo individuo que se encuentre descontento con las desventajas impuestas por la comunidad política en que nació pueda emigrar a otra, y la garantía de que los Estados solo puedan evitar esa decisión trabajando en eliminar las desventajas que la impulsan; por ejemplo, que el hecho fortuito de nacer en alguno de los 4 países africanos más pobres limite la expectativa de vida a los 40 años, mientras los ciudadanos de los países más desarrollados tienen la esperanza de vivir hasta los 90 años.

Por esta razón, el Pacto Global traza 23 objetivos alrededor de una migración “segura, ordenada y regular”, cada uno de los cuales convoca a los Estados a trabajar de forma conjunta por minimizar los factores adversos y estructurales que obligan a las personas a abandonar su país de origen, por reforzar la respuesta transnacional al tráfico ilícito de migrantes, por emplear la detención de migrantes solo como último recurso y, más que nada, por «salvar vidas».

Así pues, aunque los Estados más privilegiados promocionen el sistema internacional actual como un orden que protege la vida, imparte justicia y lucha por la paz perpetua, día a día la realidad que se nos revela es diferente. En materia migratoria, el esfuerzo del hombre por cambiar su historia ha tenido tanto sentido como el del mitológico Sísifo que fue condenado por los dioses a empujar un peñasco hasta la cima de la montaña, solo para verlo rodar de vuelta y repetir su acción, incansablemente.

Lo afirmo sin dudar pues, de estar aún con nosotros, Ingrid Jonker, la poeta que prestó su voz a Mandela para hablar de la infamia cometida contra la raza negra en su propio territorio, habría visto en estos días teñirse de púrpura ese mar en el que se adentró en su última noche y en el cual cientos de personas siguen perdiendo su vida por no portar un pase para transitar legalmente por el mundo.

Por eso, en consideración a las duras críticas que ha recibido un documento que es apenas razonable, considero que el poema que Jonker escribió en los sesenta está más vigente que nunca y me serviré de él para hacer un homenaje a aquellos que, por la desidia de otros, han perdido su vida tratando de migrar.

“El niño no ha muerto
El niño levanta el puño contra su padre
en la marcha de las generaciones
que gritan ¡África! gritan el olor a libertad,
El olor a justicia y a sangre
en las calles de su orgullo armado.
El niño no ha muerto
Ni en Langa ni en Nyanga
Ni en la comisaría de Phillipi
Donde yace con una bala en la cabeza.
El niño es la sombra oscura de los soldados en guardia
con fusiles blindados y bastones de mando
el niño está presente en todas las asambleas y legislaturas
el niño que sólo quería jugar al sol en Nyanga está en todas partes
el niño hecho hombre recorre toda África
el niño hecho gigante recorre todo el mundo

Sin un pase”.

Ingrid Jonker.

* Juliana Uribe Mejía. Abogada egresa de la Universidad de Antioquia. Tercer Secretario de la Carrera Diplomática y Consular. Actualmente se encuentra en comisión en el Tribunal Administrativo de Antioquia.

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