Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

LA PAZ NO ES UN JUEGO (DE SUMA CERO)*

Nos han enseñado toda la vida que para ganar hay que hacer perder el otro. El fútbol, el ajedrez, el tenis; cualquier deporte individual o colectivo se basa en la idea de competencia contra el otro. En Teoría de juegos, estos son los que se conocen como juegos de suma cero: Solo puedo ganar si el otro pierde y si el otro gana es solo porque yo estoy perdiendo.

El mundo no funciona así. Ya lo dijeron sabios de todas las épocas: Es mejor cooperar que competir. Es mejor trabajar juntos que tratar de tumbarnos entre nosotros. Nadie quiso escuchar a quienes afirmaban esto porque suena utópico y emocional. No lo es. John Nash demostró que no lo es. Este matemático estableció en forma perfectamente racional que el mundo no funciona como un juego de suma cero y que podemos ganar sin hacer perder al otro y que si el otro gana no necesariamente nosotros hemos perdido.

Hay quienes no entienden, no quieren entender esto. Hay quienes siguen pensando en que es necesario derrotar al otro para ganar. Un ejemplo reciente lo vemos con el proceso de paz en Colombia: Todavía se alzan las voces indignadas por la sensación de derrota. Todavía hay quien piensa que un acuerdo de paz es una derrota, que la única forma de ganar es haciendo que la guerrilla pierda (y por perder entienden mandar soldados a matarlos). Hay quien piensa que no todos podemos ganar con el desarme de la guerrilla y los acuerdos, no porque no quiera la paz, sino porque cree que la paz solo se puede alcanzar si acabamos con el enemigo. Porque eso es el otro: el enemigo.

Todo el concepto de guerra, de victoria, de competencia, gira en torno a la idea del “otro”. Ante la carencia de identidad, solo nos podemos definir por oposición. Buscamos alguien a quien llamar “otro”. Señalamos al que es diferente, al que menos conocemos, al que tiene otro idioma. De esta forma sentimos que nosotros somos parte de algo: de los que no son como los otros. El otro, por supuesto, siempre está equivocado, siempre es malo, siempre es enemigo. Por esto es que se matan los hinchas de fútbol en las calles. Les gusta sentir que ellos hacen parte de algo y que el otro es su adversario. No hay diferencia sustancial entre uno y otro, pero la sensación de que ganar o perder porque hay otro al cual enfrentarse es lo que los define.

En la finca de mis padres hay un ajedrez con un tablero de vidrio.  Sobre el tablero, alineadas de lado y lado, solo hay fichas blancas. Para mí es un perfecto ejemplo de lo que es la guerra. Aquí no hay “el otro”. Aquí no hay “el enemigo”. Aquí todos somos lo mismo. Esta guerra es una guerra entre muchachos, campesinos, pobres, colombianos, humanos. Es una guerra entre iguales. Es un fratricidio. Nuestro eterno conflicto es un juego de suma negativa, es decir, un juego en el que todos perdemos.

Seguimos pensando en ellos como los otros. No es fácil superar décadas de propaganda política. No es fácil entender que ellos no son un cuerpo homogéneo con una identidad: son muchos. La mayoría de ellos son también víctimas de esta guerra que nos destruyó durante décadas. Pero esta idea no vende. No en la política al menos. La política es un arte, no debería ser la política sucia de inventarse enemigos. Es más fácil movilizar a las multitudes CONTRA alguien, que a FAVOR de algo. La idea de un enemigo siempre es fácil de asumir. Al enemigo no hay que entenderlo. Por definición, un enemigo no se entiende, así que es fácil estar contra él. Entender al otro siempre supone un esfuerzo y nuestra natural tendencia a la pereza suele encontrar ese obstáculo insalvable y se conforma con condenarlo: es más fácil.

En 1975, la Universidad de Stanford realizó un experimento psicológico con el que demostró la increíble incapacidad que tenemos para cambiar de forma de pensar, incluso cuando sabemos que no tiene sustento. Hugo Mercier y  Dan Sperber, de Harvard, llegaron más lejos y demostraron que somos capaces de condenar ideas solo porque creemos que son de otros, aunque sean nuestras propias ideas.

Necesitamos aprender a pensar, a pensarnos de nuevo. Necesitamos aprender a desaprender esa forma de pensar nociva y empobrecedora, y asumir una nueva forma de entender el juego en el que estamos (Un juego que no es de suma cero). No necesitamos matar más gente, castigarla, verla vencida y acabada. Tal vez se lo merecen. No lo sé. No importa. Lo que me importa es lo que todos ganamos con esta paz; imperfecta paz; frágil paz que vamos a quebrar y tendremos que reconstruir muchas veces, pero al fin y al cabo paz; o al menos, esperanza de una paz que todos ansiamos.

 

*Carlos Arturo García Bonilla. Ingeniero de la Universidad Industrial de Santander con Maestría en Educación. Tercer Secretario de Relaciones Exteriores. Actualmente presta servicio en el Consulado de Colombia en Esmeraldas, Ecuador.

 

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