Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

LA CASA DE LOS TRASHUMANTES*

Pensé mucho si debía escribir esta entrada para el blog porque siempre me he rebelado contra las posiciones que puedan tener el mínimo asomo de condescendencia y también porque en estos tres meses oficiales de pandemia, cuarentena, paranoia, esperanzas, temores, tragedias, corrupción e injusticias, una historia local que puede resultar ajena y simple no pasa de ser una más. Sin embargo, para mí y creo que para muchos de mis amigos y colegas sí es importante, de manera que aquí va.

Tuve la fortuna de fijarme una vida trashumante como objetivo desde que era muy pequeña y de hacerla realidad gracias a un concurso que me permitió colarme en un mundo que, afortunadamente es cada vez menos un derecho reservado para algunos privilegiados. He pasado mi tiempo entre Colombia y el exterior, trabajando y vacacionando, conociendo países y culturas, observando y aprendiendo, enriqueciendo el intelecto y el espíritu, amando y a veces rechazando, sintiendo nostalgia, curiosidad, alegría, sorpresa… todos los verbos y adjetivos posibles ¡Qué fortuna!

Siempre antes del regreso a casa, a esa casa que a veces nos duele tanto, inevitablemente pienso a quiénes de mis compañeros de trabajo me encontraré, ¿Cómo estarán? ¿Más viejos? ¿Más flacos? ¿Simpáticos o irascibles? ¿Con sus hijos o sin ellos?  Esa emoción del reencuentro siempre la he experimentado con mucha alegría y también con algo de ansiedad. En los ya muchos años que he pasado en este ir y venir, la Cancillería dejó de ser nuestra casa grande con sus personajes reconocidos y añorados a ser un palacio con muchos rostros extraños, se transformó en un hotel de grandes proporciones con habitaciones de todas las categorías, con huéspedes que van y vienen.

En esa metamorfosis, nuestra casa, nuestro Palacio de San Carlos, conserva su bella arquitectura y esplendorosos salones; si bien, según el gusto o el ego de turno, algunos estilos y decoración han hecho pequeños estragos. Pero más que el rostro, lo importante es que la casa tiene corazón y memoria alimentados por leyendas, anécdotas, historias y memorables personajes, sucesos grandiosos, otros trágicos, algunos cómicos. Gran parte de ese corazón y esa memoria la han hecho las personas que han permanecido en ella por décadas, las más sencillas. Esas personas también han cambiado, los años pasan para todos, pero son quienes, cada vez que regreso, me hacen sentir que la Cancillería sigue siendo mi casa. Ellos hacen de la habitación que me corresponda, la más cálida y acogedora, aunque el edificio se sienta a veces como un hotel desconocido, frio e impersonal. Siempre me recuerdan, a todos nos recuerdan, nos nombran; no importa si volvemos con algunas canas, casados, con hijos, divorciados o casados otra vez, con kilos de más o de menos, a ocupar una suite o un cuarto compartido; siempre nos recuerdan a dónde pertenecemos y nos tratan con cariño. Los conductores, las secretarias, los auxiliares, el embolador (Pedrito Q.E.P.D y ahora su relevo); antes los vigilantes aunque ahora cambian mucho según se renueve o no el contrato; pero sobre todo, las señoras de los tintos. Así, con cariño y sincero aprecio las llamamos por su nombre: Cecilita, Isabel, Estelita, Doña Bernarda; ellas hacen parte del área de servicios generales y las conocemos como las señoras de los tintos, las dueñas de casa.

Entre lo que más extraño estando lejos, están sus sonrisas, la frase amable: le luce ese vestido ¡Qué bonito amaneció el día! y la infaltable pregunta que anticipa el aroma y el sabor del café: Buenos días, ¿le traigo su tintico? Mujeres trabajadoras como tantas en Colombia, sobre algunas de las cuales ha pesado una gran responsabilidad para sacar adelante a sus familias, madrugadoras como ellas solas, amables y respetuosas, constantes, elegantes y dignas con su uniforme. Ellas han sido por décadas el corazón y la cara de nuestra casa, hemos celebrado sus cumpleaños y las hemos acompañado en sus dolores, nos hemos acordado de ellas en nuestros viajes; el recuerdito que se empaca primero es para ellas, para la secretaria y para el conductor. Sin embargo, se les ha dicho que se van de la casa, a quienes la han cuidado y nos han cuidado, a ellas que tienen tanto, si no más derecho que cualquiera de nosotros a permanecer. Pues bien, el nuevo operador no ha contratado a muchas ni a otros trabajadores de servicios generales de la Cancillería, 35 personas que ahora son parte de los más de 5,4 millones de colombianos que perdieron su trabajo en abril según las cifras conocidas[1].  Son personas para quienes no va a ser fácil encontrar un nuevo trabajo formal.

Hago un llamado a mis amigos y colegas. Nosotros, que fuimos por tantos años el objeto de sus atenciones, de su cuidado y de su buen trato, no debemos ser indiferentes. Podemos expresar nuestra gratitud y solidaridad, algunos individualmente, otros atendiendo la invitación de la Asociación Diplomática y Consular, tal vez alguien sepa de un empleo al que puedan aplicar, otros pueden contribuir a través de la colecta en Vaki https://vaki.co/1591925407090

En fin, espero que no olvidemos a quienes nos dieron tanto.

*Margarita E. Manjarrez. Abogada egresada de la universidad de los Andes con maestría en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos de la universidad Externado de Colombia. Embajadora de Carrera Diplomática designada actualmente en Israel.

[1] En abril más de 5,4 millones de personas perdieron su empleo pues la población ocupada pasó de unos 22 millones a solo 16,5. 5/31/2020 https://www.semana.com/nacion/articulo/coronavirus-en-colombia-54-millones-de-personas-perdieron-el-trabajo-en-abril/675140

 

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