Ese extraño oficio llamado Diplomacia

Publicado el Asociación Diplomática y Consular de Colombia

EL SENTIDO DE MI TRABAJO*

Un niño de 5 años viaja junto a su padre. El padre decide detenerse en la finca de unos amigos y el niño se ve tan feliz que decide dejarlo unos días mientras sigue con sus negocios. Cuatro años después el niño se entera de que su padre fue asesinado en el viaje y por eso nunca regresó.

El niño decide ir en busca de su madre. La encuentra casada. Su esposo es un buen hombre, le toma afecto al niño. Viven en una vereda tan lejana que deben ir en lancha al pueblo a vender la cosecha. Unos hombres abordan la lancha, disparan. El niño ve el brazo de un hombre desprenderse de su cuerpo, su padrastro cayendo al río lleno de agujeros. Los cuerpos que caen sobre él y lo protegen. Regresa a casa. Huye con su madre y sus hermanos por llevar la maldición del testigo. Viaja a otra ciudad, busca a un tío. El tío le enseña a hacer pan. La situación no está bien. Hay armas por todos lados el dinero es para balas. El tío lo lleva a otro país a donde unos amigos que le enseñan a pescar. Al día siguiente su tío se ha ido. Tiene 16 años. Sabe hacer pan y pescar y sobrevivir. A eso se dedica.

Diez años después llega a mi oficina, me cuenta todo esto con calma, sin rencor, sin jactancias. Solo es un muchacho cualquiera. Tranquilo y risueño. No es un hombre exitoso. No es otro avatar de la venganza. No es el producto de una sociedad enferma. Solo es un muchacho tranquilo y risueño que me cuenta cosas en la oficina como quien habla de la mar y de la lluvia.

Cada día llegan historias así a los consulados. Nuestro trabajo no consiste solo en expedir pasaportes y visas. Nuestro trabajo consiste en escuchar a la gente y entenderla. Es cierto que no en todas partes se presentan personas con este tipo de historias, pero en el consulado en el que trabajo, un pequeño consulado casi olvidado en la frontera, recibo todos los días a personas que han sufrido la violencia del conflicto en Colombia. Mi labor, con ellas, es ayudarles a recibir una reparación por medio de la Ley de Víctimas.

He aprendido que una de las primeras y más importantes formas de reparar a quienes han sufrido esta violencia es escucharlos. Muchas personas nunca han contado sus historias o las han contado a funcionarios que toman los datos automáticamente, que oyen sin escuchar, que solo rellenan formularios y luego los convierten en estadísticas. Más que funcionarios, somos personas; y más que a usuarios, atendemos a personas. El material con el que trabajamos es la humanidad, nuestra humanidad, su humanidad.

Puedo notar el alivio de las personas cuando se sienten escuchadas. Algunas hablan con rabia, otras con tristeza, con incredulidad; no falta quien se contradice, quien parece querer sacar provecho. No falta quien llora. No falta quien miente.

Mi trabajo no es juzgar la veracidad de sus historias. Yo solo les ayudo a organizarlas, a darles forma, a tejerlas. La mayoría de las personas que llega al Consulado, son personas con una escasa educación. En el mejor de los casos son bachilleres, la mayoría hizo un par de años de primaria. Algunos de ellos nunca han pisado un aula de clases.

La memoria es una cosa caprichosa, fragmentaria, inexacta. Los recuerdos se atropellan cuando los convocamos. Yo escucho cómo las personas saltan adelante y atrás en el tiempo. Confunden momentos, lugares, individuos. A veces aventuro una pregunta para ayudarles a encontrar el hilo, para ayudarles a tejer la memoria. En muchas ocasiones, cuando terminan, puedo notar su propia sorpresa. El asombro nace cuando un montón de recuerdos fragmentarios se unen, se concatenan, se tejen para formar una narrativa coherente.

Este ejercicio me ha ayudado a comprender algo importante. Yo creía que la literatura nos servía para escapar de la realidad, ahora entiendo que nos sirve para entenderla. La herramienta que uso para ayudarle a las personas es la literatura, no porque invente historias, sino porque les ayudo a encontrar sentido a su propia historia. Es la literatura la que nos permite entender lo que vivimos, descubrir las causas y los efectos; nos permite entender cosas que no sabíamos que no entendíamos. Nos permite entendernos. Yo lo puedo ver en sus ojos, en su alivio. El absurdo de lo que han vivido poco a poco empieza a tener sentido a medida en que les ayudo a tejer su memoria.

No deja de ser extraño para mí que, después de que me han contado atrocidades, se levanten de la silla con una sonrisa franca y un nuevo brillo en los ojos. Me dan las gracias. Se van un poco más tranquilos. Más allá de las estadísticas, los trámites, los informes; más allá de la burocracia y sus absurdos, es en ese momento cuando entiendo que mi trabajo tiene sentido.

*Carlos Arturo García Bonilla. Ingeniero de la Universidad Industrial de Santander con Maestría en Educación. Tercer Secretario de Relaciones Exteriores. Actualmente presta servicio en el Consulado de Colombia en Esmeraldas, Ecuador.

 

 

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