Un grupo de científicos colombianos se ha dedicado a estudiar la presencia de mercurio en las ballenas jorobadas, una especie que, por su dieta, no se esperaba que acumulara grandes cantidades de este metal pesado.  

Ballenato en aguas costeras del Golfo de Tribugá, Pacífico norte Colombiano. Foto: Cortesía Dr. Natalia Botero Acosta

Por: Daniela Quintero Díaz – periodista Blog El Río y El Espectador

Cada año, entre los meses de julio y octubre, cientos de turistas llegan a las costas del Pacífico colombiano a ver a las majestuosas ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), unos mamíferos marinos gigantes que pueden llegar a medir hasta 16 metros y pesar 40 toneladas. La visita de las migrantes no solo abre un espacio de acercamiento a la naturaleza, sino que también propicia la investigación científica de esta especie, que en el país está clasificada como “vulnerable”.

Desde hace algunos años, un grupo multidisciplinario de científicos -en su mayoría mujeres- se ha dedicado a estudiar la acumulación de mercurio en las ballenas jorobadas del Stock G, es decir, de ese grupo que se alimenta anualmente en la Península Antártica durante el verano austral y migra en la época fría a países como Colombia para aparearse y dar a luz a sus crías.

Aunque las investigaciones sobre la presencia de mercurio en cetáceos y peces no son nuevas -en el país la Fundación Omacha ha hecho grandes estudios en delfines rosados que habitan las cuencas de los ríos Caquetá y Amazonas, y también se han hecho de atunes, bagre rayado, entre otros-, era poco lo que se había estudiado en mamíferos marinos cetáceos que poseen barbas o balenas en lugar de dientes, como las jorobadas. ¿Por qué? El mercurio ingresa al organismo por medio de la comida, almacenándose a lo largo de la vida. A medida que aumenta la posición en la cadena trófica o alimenticia, se incrementan las concentraciones del contaminante, generando que las especies más afectadas sean las de los predadores topes (como algunos delfines o lobos marinos). Al alimentarse de krill (crustáceos pequeños), sardinas y otros peces pequeños, se pensaba que las ballenas jorobadas eran menos propensas a la bioacumulación de mercurio. Sin embargo, una investigación de pregrado fue el punto de partida para nuevos hallazgos.

Krill colectado como parte de los monitores oceanográficos de la V Expedición Colombiana a la Antártica. Foto: Cortesía Dr. Natalia Botero Acosta
Krill colectado como parte de los monitores oceanográficos de la V Expedición Colombiana a la Antártica. Foto: Cortesía Dr. Natalia Botero Acosta

Entre el Pacífico y el continente blanco

Mientras que una parte de los científicos recolectaba muestras en el golfo de Tribugá, otros estaban a bordo de la Primera Expedición de Colombia a la Antártida Almirante Padilla (2014-2015). Con lo recuperado, el grupo de expertos pudo realizar el primer estudio de la presencia de mercurio en ballenas jorobadas en el país. “La investigación de pregrado de la científica Paula Ángel fue como el proyecto piloto. Ahí encontramos que, efectivamente, las ballenas jorobadas estaban acumulando mercurio en la piel y en la grasa del cuerpo, y que la acumulación era significativamente mayor en la Antártica que en Colombia, lo que se tomó como referencia para un estudio más grande”, explica Natalia Botero, bióloga e investigadora de la Fundación Macuáticos de Colombia y la Universidad Javeriana. La propuesta se pasó a la Comisión Colombiana del Océano (CCO), con el fin de que se considerara el tema para las siguientes expediciones y se le diera continuidad al proceso. Miembros del equipo asistieron entonces a la cuarta y quinta expedición al continente blanco.

Ballena Jorobada en la Antártica desde el ARC 20 de Julio. Foto: Cortesía Dr. Natalia Botero Acosta

Mientras que en el Pacífico los científicos navegan cerca de ocho horas en una pequeña lancha de fibra de vidrio, dirigida por un pescador local que ha dedicado su vida al mar, en la Antártica se mueven en una lancha de goma inflable, con personal de la Armada, durante dos o tres horas expuestos al frío y a las difíciles condiciones de visibilidad y comunicación. En ambos lugares recogen pedazos de tejido y grasa usando el método de biopsia remota, pero “en Chocó, cuando los animales saltan o coletean, el golpe de esos apéndices con la superficie del agua hace que la capa de piel más superficial se desprenda, entonces nosotros nos acercamos a la huella y la recolectamos”, explica Botero. Esta técnica permite conocer si las concentraciones de mercurio cambian significativamente para el mismo individuo según el tipo de muestra, y hasta ahora todo parece indicar que en la piel las concentraciones son mayores que en la grasa; como con los saltos se va desprendiendo, podría tratarse de una ruta de eliminación de mercurio, de un mecanismo de defensa.

En video: Técnica de biopsia remota. Crédito: Fundación Macuáticos Colombia

Otro de los aspectos interesantes de la investigación en curso es que los científicos pudieron recolectar muestras de pares de mamá con cría, “lo que nos permitirá conocer si existen acumulaciones de mercurio en las crías, que solo podrían adquirirlas a través de la lactancia. Lo que presumimos es que sí va a haber transferencia de esos contaminantes por la leche materna”, asegura.

¿Qué tanto mercurio están acumulando las ballenas jorobadas? ¿Qué tan grave es? ¿Influye en algo su paso por las costas pacíficas, caracterizadas por la presencia de minería de oro legal e ilegal? Esas son las preguntas que esperan responder de ahora en adelante a raíz de lo que arrojen las muestras que -tras meses de ser secadas, procesadas, lavadas y cortadas- serán enviadas a un laboratorio en Francia, en donde se harán las pruebas específicas para conocer la concentración de mercurio hallada en cada muestra.

“Los mamíferos marinos son muy propicios para investigaciones de tipo toxicológico, por lo que se les ha llamado los centinelas de los océanos; son especies informativas de lo que está pasando a nivel de todo el ecosistema. Puntualmente, si las ballenas están acumulando mercurio, es porque sus presas, a su vez, también tienen mercurio. Al monitorearlas podemos conocer el estado del ecosistema y empezar a diseñar estrategias de manejo y conservación que no solo las beneficien a ellas, sino a todos”, concluye Botero, sobre todo si algunas de las especies que consumen las jorobadas son también las que consumimos los humanos.

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