El alcalde es mi vecino

No hay gobernante más cercano al ciudadano que el alcalde, sobre todo en los municipios pequeños. Es un vecino con quien se comparte lo bueno y lo malo de la vida diaria: la inseguridad y la corrupción; los apagones y los cortes de agua; el embotellamiento del tráfico y el mal estado de calles y andenes; los servicios de salud y de educación para los hijos. Pero también, los sueños y perspectivas de una mejor vida, de un futuro común más amable que el áspero presente.

Por eso, elegir al alcalde de su ciudad, de su pueblo, debe ser la elección más personal, más directa y menos intermediada por intereses políticos partidistas, que realiza el ciudadano; no olvidemos que la raíz del término es ciudad e identifica al habitante de la ciudad. Y la razón es la cercanía no solo física, existente entre el alcalde y sus electores. Colombia sigue siendo centralista a pesar del espíritu descentralizador de la Constitución que reconoce al territorio con sus gentes y cultura, recursos y posibilidades como el escenario de la vida de los ciudadanos.

Ese era el espíritu que en 1985 le dio nacimiento a la elección popular de alcaldes. Fue pensada como una elección que se adelantaría por fuera de las contiendas partidistas para evitar su manipulación por intereses políticos y que se articulara con los intereses de la ciudad y de sus habitantes. Un proyecto válido y fundamental para darle una base ciudadana al edificio del poder en el país; probablemente quijotesco y romántico pero necesario, necesidad que se mantiene e inclusive se acrecienta en el día de hoy. Constituye un paso fundamental en la dirección de consolidar una democracia directa y ciudadana, participativa, a semejanza de su madre, la griega con sus debates en el aerópago y luego en el foro romano. Por eso, por su misma naturaleza, riñe con las formas de democracia representativa, donde los políticos son actores fundamentales, en tanto que voceros del pueblo que los elige y delega en ellos su voz y representación; forma democrática necesaria para abordar los temas de naturaleza nacional y no local, aunque muchas de sus decisiones tengan impacto en ese ámbito restringido y concreto.

Sucedió lo que tenía que suceder, que las instancias y actores de la política convencional, por no llamarla tradicional, vieron en esa elección una amenaza desde sus bases, del edificio de su poder pero también que les serviría para acrecentar y controlar sus huestes electorales. El resultado fue la imposibilidad de conservarle su especificidad a esa elección, que sería la fundacional de una vida democrática renovadas. Aun así sigue siendo la elección donde de manera más libre se expresa la voz ciudadana, que es la voz del pueblo. Recuperarle su naturaleza primigenia es una tarea pendiente que no por difícil, es fundamental para la renovación de la política y con ella de nuestra democracia, que reclama una creciente voz ciudadana

 

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