Después de la Segunda Guerra Mundial, cualquier encuentro amistoso entre los gobernantes de Alemania y Francia tiende a ser noticia en favor de la viabilidad de una Europa pacífica y sin obstáculos mayores para el avance del conjunto comunitario. Al mismo tiempo, cualquier gesto del Kremlin de Moscú, sobre la situación europea, será motivo de alerta.

La reconciliación, y una sincera amistad franco alemana, fueron los principales logros, post guerra, de figuras cimeras como Charles De Gaulle y Konrad Adenauer. Después de haber vivido los horrores de las dos últimas guerras protagonizadas principalmente por sus países, llegaron a la conclusión de que la convivencia pacífica entre alemanes y franceses era la clave para la paz y la estabilidad de Europa. 

François Mitterrand y Helmut Kohl renovaron ese compromiso en momentos cruciales. De esa refrendada amistad salió un impulso definitivo para la construcción de una Europa comunitaria que constituye el tratado de paz más importante de los últimos siglos. 

Es posible que nuevas generaciones, que no tuvieron que vivir, ni percibir siquiera de cerca, el martirio de la guerra, den por sentada esa convivencia que en realidad tardó tanto tiempo en darse, luego de una confrontación, todos contra todos, en prácticamente todos los campos. 

Si bien para muchos el ejercicio de recordar la violencia que hasta la primera mitad del Siglo XX caracterizó a Europa resulta un ejercicio anacrónico y aparentemente sin sentido, no es lo mismo para los gobernantes. Parte esencial de su obligación tiene que ser, precisamente, la de apreciar el panorama y advertir, a tiempo, tanto las oportunidades de profundizar la Unión Europea, como las amenazas que se puedan vislumbrar contra ella.

La visita de estado del presidente de Francia a Alemania, a menos de un mes de las elecciones europeas de principios de junio, tiene un valor simbólico enorme dentro de la reflexión que, sobre el futuro de Europa, han de realizar los votantes antes de acudir a las urnas. 

El avance de los sectores radicales, principalmente de la ultra derecha populista, que buscan revolver sentimientos nacionalistas, con argumentos en contra de la primacía de la dimensión europea respecto de asuntos puntuales, obliga a la movilización de los sectores favorables al refuerzo de las instituciones comunitarias. 

Sin perjuicio de que sea necesario hacer ajustes que permitan una mejor atención de la voluntad ciudadana respecto de asuntos inmediatos, sobre los cuales las oficinas de Bruselas no necesariamente pueden tomar mejores decisiones, mal se puede pensar que sea urgente el desmonte del andamiaje de la institucionalidad europea en su conjunto. 

La última visita de estado de un presidente francés a Alemania tuvo lugar hace 24 años. Un dato inverosímil frente a la realidad de una relación que muestra un intercambio prácticamente permanente, con múltiples visitas de trabajo entre los jefes del estado francés y del gobierno alemán, lo mismo que de los ministros de todas las materias. 

Las “visitas de estado” no se enfocan, sin embargo, hacia los asuntos políticos o económicos, sino que buscan ir al fondo de los sentimientos populares de ambas partes. Por lo cual la oportunidad de la cercanía de las elecciones europeas resulta inmejorable. Si bien el presidente Macron tuvo que aplazar su presencia solemne en Alemania debido a la situación de orden público en su país el año pasado, ahora la oportunidad no podría ser más propicia. 

La situación política de Francia no es ahora mismo tan favorable al presidente, en cuanto el Rassemblement National de Marine Le Pen, derrotado de manera reiterada en varias elecciones presidenciales, podría pasar a ser, con motivo de los próximos comicios europeos, el partido político más fuerte de Francia. 

El avance de ese partido, como el de sus correspondientes en España, Italia, Alemania, Hungría, Polonia, Chequia y otros, constituye sin duda una amenaza para la integridad de la Unión Europea. En torno a problemas comunes, ese conjunto de defensores de sus respectivos nacionalismos busca ralentizar, cuando no detener, la marcha de la Europa comunitaria desde el propio seno de sus instituciones. 

Si se tiene en cuenta que el eje amistoso Berlín-París es el principal animador de la comunidad europea, nada más propicio que el refuerzo de los sentimientos en favor de las instituciones comunitarias en este momento. Algo requerido cuando se siente el vacío que dejó la partida de Angela Merkel, que no ha podido ser ocupado por el canciller Olaf Scholz, y que tiene como aspirante entusiasta al presidente Macron.

Los sondeos de opinión del Eurobarómetro han mostrado que, al menos en Francia, el parlamento europeo no es precisamente una institución conocida y admirada. Respecto de la corporación existe además un desgaste, derivado de la falta de interés popular directo en una instancia multicolor que ejerce una función legislativa distante, que para muchos resulta además antipática. 

Alemanes, franceses, y todos los europeos, no pueden olvidar que las instituciones que tanto trabajo requirieron de sus antepasados como mecanismo para salir de muchos siglos de confrontación, están bajo amenaza. Por lo cual precisamente las elecciones europeas deberían ser cada vez más apreciadas, pues no se puede dejar ese espacio a los opositores que buscan llenar loa vacíos que se presenten, para frenar la marcha de la comunidad desde el epicentro de su propia organización. 

Algo quiere hacer Macron, a nombre de Europa, con motivo del desánimo ciudadano. Fenómeno alimentado por la crisis migratoria, que los nacionalistas aprovechan, la amenaza de Rusia “neozarista”, que quisiera recuperar los territorios de influencia perdidos, y el menosprecio ignorante de “amigos” como el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos. 

El presidente francés ha dicho explícitamente que “nuestra Europa puede morir” y que es necesario fortalecer su soberanía, como conjunto, en los campos económico, diplomático y militar. Hace unos años, inclusive, llegó a proponer un ministerio de finanzas común. Algo que no gustó a los líderes alemanes, celosos de esa lógica y esa disciplina implacables con la que acostumbran manejar sus propios negocios. 

Sin perjuicio de la amistad, los dos países que mueven la unión tienen diferencias respecto de algunos asuntos concretos, como el de la preferencia francesa por la energía nuclear, mientras que Alemania acelera el compromiso con las nuevas energías, el envío eventual de tropas a Ucrania, que proclama Francia y sobre el cual Alemania guarda prudente silencio, el apego total de Alemania a la OTAN, frente a la “autonomía estratégica” que reclama Francia. Mientras avanza la idea de una posible construcción de tanques o aviones de guerra francoalemanes,   

Es como si Francia mantuviera elementos heredados de la actitud del General De Gaulle, mientras Alemania siguiera los rastros de su conocida Ost Politik. Cartilla que le llevó a comprender a Rusia a lo largo de la Guerra Fría, que ahora llega hasta China y obedece, como lo explica el profesor Andrés Molano, a una refinada idea de sostener relaciones amistosas con quienes pueden ser al tiempo aliados comerciales y contradictores políticos, sin que eso sea incompatible. 

Como hay pocas cosas que obliguen a la unión más que la presencia de amenazas comunes, ahí están las proclamas agresivas del actual jefe del Kremlin, que deben preocupar a Europa. El hecho de que califique al resto del continente como “neonazi”, en abuso de los sentimientos de su pueblo que condujeron a millones al sacrificio en la Gran Guerra Patriótica, y señale de manera melodramática, que estaría dispuesto a desatar una guerra nuclear, no puede menos que suscitar algún grado de preocupación y de preparación, pues no puede pasar desapercibido.

El presidente Emmanuel Macron quisiera abanderar las huestes europeas frente a Rusia. Para lo cual le serviría contar con apoyo suficiente en su propio país, y en la mayor parte de las capitales europeas, que todavía piensan cada una por su lado. Razón por la cual no cesa en su empeño de hacer las advertencias del caso y mantener una relación fuerte con sus colegas y hacia los demás pueblos del continente. 

El Premio Internacional de La Paz de Westfalia por su compromiso con la unidad y la paz de Europa, recibido Münster por el presidente francés, tiene un profundo significado. El mismo que ojalá anide en la conciencia ciudadana ante unos comicios que deberían estar precedidos de una cuidadosa reflexión sobre aquello que significa la Unión Europea, por encima de los cantos de guerra de los nacionalistas, cuyos antecesores sembraron el continente de enemistades que es mejor dejar en el pasado. 

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