Desde el fogón

Publicado el Maritornes

La contravía vivificante

Hay que ir en contravía; no todo el tiempo y no en relación con todo, pero sí es indispensable hacer periódicamente el ejercicio de revisar si nos está arrastrando alguna corriente. De vez en cuando Maritornes trata de parar en la mitad del río para mirar hacia arriba de la corriente, hacia abajo y alrededor. Por ejemplo, cuando llevamos mucho tiempo viviendo entre la complacencia de personas que en general comparten nuestro modo de pensar, y hemos estado escasos de encuentros con personas que confronten nuestras ideas, es importante apartarnos para ver de qué nos hemos vuelto correligionarios y fanáticos.
La defensa contra los fanatismos, contra la ceguera grupal, se encuentra en cuidar con celo la posibilidad de pensar con independencia, de suscribir algunas ideas —pero no todas—, de las que vienen en un paquete ideológico, o religioso, o incluso anárquico, aunque esto último suene contradictorio. La conciencia ejercida a fondo es el bien supremo, y no la obediencia.
Si está de moda el cuadrado, hay que pensar por qué no será mejor el círculo. Si todos miran para un lado, hay que mirar para el otro, a ver qué hay allí. Maritornes no quiere proponer una posición de rebeldía sistemática, que en sí misma es una suerte de fanatismo y es apenas una respuesta automática—y que es agotadora para propios y extraños—. Y no es un ejercicio ególatra, avasallador ni vociferante. Lo que propone es más la posibilidad del vuelo de la mariposa que con su sobrevolar impredecible contribuye a embellecer el aire en el que se mueve. Lo que quiere enaltecer es un pensamiento inteligente y ponderado que dignifique al ser humano. Vivimos demasiado rodeados e incluso inmersos en manadas. Y una manada se cree muy original solo porque no es la otra manada.
La infinita riqueza del ser humano se manifiesta en la falta de uniformidad: el corredor solitario honra la vida mucho más que la marcha acompasada de un ejército. Podemos cantar en coro, sí, ahí también hay un gran potencial de belleza, pero son dos cosas muy distintas: cantar a coro o caminar cabizbajo y enajenado dentro de una tropa de reos. La libertad, la hermosísima libertad, está siempre en preguntarse si esto o aquello es lo que yo verdaderamente pienso, o quiero, o si por pereza de pensar, o por presiones directas o sutiles, particulares o generalizadas, estoy renunciando a mi derecho libertario de ir, —cuando así lo reclame mi conciencia—, en contravía.

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