En estos tiempos autorreferenciales en que ser uno mismo parece ser el valor supremo, es decir cuando podernos expresar con autenticidad es la máxima conquista, Maritornes, a quien le gusta mirar un poco el revés de las cosas, ha descubierto el asombro maravilloso de no ser ella misma.  Es necesario hacer, antes de tratar de explicar, eso que los norteamericanos llaman un “disclaimer” para no incurrir en la molestia de quienes no entendieron la primera entrada de este blog, La obligación de soñar, en la que Maritornes hablaba de los sueños (https://blogs.elespectador.com/actualidad/desde-el-fogon/la-obligacion-sonar) (pero esa es otra historia). El “disclaimer” aclara que Maritornes no está en contra de que las personas traten de ponerse en contacto consigo mismas, con lo que les resulta verdaderamente importante.

Sin embargo, uno mismo se agota pronto si no se alimenta de los demás, de una referencia externa. ¿Qué se gana uno con mirarse al espejo y por toda conversación recibir un eco que le reafirma que su forma de hacer las cosas es la única posible? Para crecer es necesario dejar de mirarse el ombligo y considerar otras formas, incluso ensayarlas. En estos últimos días Maritornes ha sido feliz de madrugar a caminar, a buscar el amanecer, no según su propia costumbre sino la de otra persona. ¿Y por qué no imitar al amigo abstemio, o probar el ayuno, o el baile si no es la propia costumbre, o cualquier cosa, las hormigas santandereanas, el yoga? Habitar de vez en cuando en el mundo de otros nos abre los ojos y nos mantiene vivos. Si solemos dormir en cama blanda, pues qué bueno es acoger la experiencia cuando dormimos en casa de los amigos que prefieren una cama dura.

Es posible que al final la conclusión consciente sea que hay más valor, según cualquier parámetro, en la costumbre propia, pero también es cierto que hay una enorme libertad en soltar todas esas cosas con las que cargamos como banderas imprescindibles, el jugo que me tomo a tal hora, la comida que tiene que ser así o asá, lo que ni de riesgos pruebo, la lectura que ni de fundas, la opinión que no reconsidero por nada del mundo. No se trata de ponerse en peligro para andar probando cosas absurdas ni corriendo riesgos insensatos, ni tampoco de perder identidad y convertirse en una veleta, sino de hacer uso de la posibilidad de acercarnos a otras formas de hacer las cosas con el fin de darles dinamismo a nuestras estáticas conclusiones, que a veces nos anclan a una sola perspectiva. Se trata de abrir los ojos, de bajarles los decibeles a nuestras reiteradas autoproclamas de lo que es así en nuestra vida o no es así en nuestra vida, prescindir de esos jamases que no nos dejan expandir el horizonte.

Finalmente, probar ese ejercicio que nunca he hecho pero que a otro le fascina, el alimento que a otro le encanta, la rutina que le funciona a mi vecino, la oración que hace mi amiga, abrir los ojos al asombro de los descubrimientos ajenos es parte fascinante de la aventura de la vida, es la dicha de escudriñar la existencia desde el puente que nos une y no desde el abismo que nos separa, es descubrir la deliciosa libertad del “tal vez”, es abrir la encantadora puerta del descubrimiento… y es un acto de rebeldía contra la ególatra idolatría de la sobrevalorada perspectiva personal.

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