Desde el fogón

Publicado el Maritornes

El innombrable

Está en los hisopos. Envuelve las lechugas. Con él nos tomamos las bebidas, en él sacamos la basura. Sobre él se construyen canchas de golf. En él se sirven ensaladas, pasteles y comidas para llevar. De él están hechos los cubiertos y los vasos que se reparten en los aviones, en millones de vuelos al día que llevan millones de pasajeros.          Tapas, bolsas, abalorios, fruslerías ahora indispensables, botellas, botellitas y botellones. La vida entera se inundó de este material efímero y a la vez eterno. Es odioso pero, daría la impresión, indispensable. Nadie sabe del todo qué hacer con él, o cómo hacer sin él. Aunque algunos se esmeran cada vez más en no utilizarlo —o al menos en reutilizarlo hasta que definitivamente ya no cumpla su función original, ni ninguna otra—, adorna los litorales en una pesadilla multicolor que pareciera inventada por una muñeca barata (fabricada con el innombrable) cuya imaginación se desatara en una película de terror. Según estadísticas del World Economic Forum, de él se vierte al mar por minuto el equivalente a la carga de un camión. Aparece en su no biodegradable identidad en los buches de ballenas, en las fosas nasales de las tortugas y en toda la cadena alimenticia. Ondea al viento lastimando el paisaje, enredado en las ramas de cactus y arbustos. Su colorido estridente contra natura, o la transparencia con la que emula el agua y nos engaña, marca las riberas de los ríos y los bordes de los caminos, y se hace presente hasta en lo más alto de los páramos.

Por fortuna, toda pesadilla tiene su anverso. Inventemos entonces un sueño en el que los cepillos de dientes están hechos de bambú, las bolsas de basura de fique y los cubiertos de los aviones y de los restaurantes de comida rápida —qué sabe Maritornes— de algún aglomerado de hoja de plátano o de afrecho.

Soñemos, por ejemplo, que en todo el mundo se adopta el descubrimiento de una bacteria que convierte a este enemigo en humus para sembrar naranjos, olivos y guayabas, para convertir en huerto las incalculables expansiones de suelos en donde lo hemos enterrado y para desaparecerlo de los mares.

Otras cosas difíciles han sido posibles cuando suficientes personas las sueñan.

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