
In memoriam Diego Armando Maradona(1960- 2020)
Por: Andrés Felipe Hernández Acosta
El fútbol se introdujo tempranamente en Argentina a causa de la influencia del Imperio Británico en tierras australes: River Plate se fundó en 1901 y Boca Juniors en 1905. Había mucha influencia extranjera en esos primeros equipos pero ya en 1914, un equipo de “puros criollos”, el Racing Club de Avellaneda, se lleva el campeonato nacional. Más adelante el fútbol argentino comienza a adquirir notoriedad mundial al consagrase subcampeón del mundo en el primer Mundial de Fútbol, organizado por la FIFA en Uruguay, en 1930. Después de este mundial, como nos dice Eduardo Archetti, la AFA (Asociación de Fútbol Argentino) deja de participar en los dos mundiales siguientes (1934 y 1938) en protesta contra la participación de argentinos en otros equipos nacionales. Por ejemplo, la Italia fascista campeona de esos dos mundiales, alineaba a varios jugadores argentinos en su selección absoluta.
La AFA decidió volver a los mundiales solo hasta 1958, una vez se acaba la piratería, así considerada por la FIFA, de sus jugadores en otros países, como la que sucedió durante el periodo denominado como “El Dorado” en Colombia (1949-1953). Hacia acá migraron algunos de los más grandes jugadores de ese tiempo como Adolfo Pedernera, el “Pipo” Rossi y Alfredo Di Stéfano. Es importante considerar que estos jugadores vinieron a Colombia a raíz de una huelga contra Juan Domingo Perón en 1948, quien no quiso reconocer al sindicato de Futbolistas Argentinos Agremiados. Una situación paradójica, ya que consideraba a los jugadores de fútbol como representantes directos de la nación.
Adelantándonos 20 años en esta narración, Argentina es sede en 1978 del XI Campeonato Mundial de Fútbol y por primera vez se corona campeona. En razón de que la dictadura estaba en el poder, este mundial dio lugar a gran cantidad de polémicas, aunque la sede del mundial la había conseguido Argentina, antes de que los militares llegaran al poder, en 1976. Algo similar había sucedido en 1936 con la olimpiada organizada en la Alemania nazi, en el sentido de utilizar el nacionalismo deportivo desde el Estado para legitimar un poder dictatorial. César Luis Menotti, director de la flamante selección campeona, intentó desvincular el fútbol del nacionalismo de Estado y distanciar el campo del poder del campo del deporte, insistiendo en que el “fútbol es un deporte, está para defender el prestigio del fútbol argentino. Jugando no protegemos nuestra frontera, ni la patria…” El mundial lo ganó Argentina bajo sospecha de soborno a una de las mejores selecciones de la historia del Perú: la de Oblitas, Cubillas, Chumpitaz etc., en el famoso 6 a 0, partido que fue aparentemente arreglado. En la final le ganaron al formidable equipo holandés, la “Naranja Mecánica”, que jugó sin su máxima estrella: Johan Cruyff, quien se había negado a ir al mundial porque para él era claro el uso político del evento por parte de la dictadura.
En 1982, entre los meses de abril y junio, se llevó a cabo la Guerra de las Malvinas entre Argentina e Inglaterra. Nuevamente el discurso nacionalista de Estado impulsado por la dictadura, con la intención de legitimarse, llevó a la nación de Gardel a una guerra suicida, con un país con el que siempre ha tenido una relación intensa y contradictoria: por una parte, fueron invadidos por este en 1806, en 1807 y también en 1833, cuando perdieron las Malvinas, y, por otra parte, que gracias a la introducción de los deportes por parte de Inglaterra, Argentina ha logrado configurar parte de su identidad nacional, al asociar su imagen de nación a grandes victorias deportivas.
Cuatro años después de esta guerra, Argentina se enfrentó en cuartos de final del Mundial de México de 1986 contra quien recientemente había perdido la guerra de las Malvinas: Inglaterra. El partido reabría heridas recientes entre las dos naciones y se presentaba como una oportunidad de librar, en términos del sociólogo Norbert Elías, de manera civilizada, simbólica, mimética, un conflicto. El equipo argentino estaba compuesto por un gran número de estrellas del momento: Pumpido, Olarticoechea, Valdano, Burruchaga, entre otros y lo dirigía el célebre Carlos Salvador Bilardo. Dentro de todos se destacaba -y con creces- un hombre de 165 centímetros, proveniente de Villa Fiorito, un lugar bastante pobre en Argentina, llamado Diego Armando Maradona.
Éste haría memorable el 22 de junio de 1986 por los dos goles de antología que le marcó a los ingleses. Al primero, hecho con su puño, él lo denominó el de “la mano de Dios”. Fue un gol válido pero ilegal que respondía con la misma moneda a la posesión ilegal de un territorio argentino por parte del “imperio”. Pero el segundo fue un verdadero gol de crack, sellado con pierna izquierda, tras bailarse a todos los ingleses a punta de talento. La connotación política del partido y la habilidad del “pelusa”, hicieron del segundo gol contra la “pérfida Albión”, el que es reconocido unánimemente como el mejor gol de la historia. Ese acontecimiento convirtió en una sola tarde a Maradona en genio y dios argentino, en el mejor futbolista del planeta y por lo mismo en símbolo latinoamericano y en ídolo mundial. Además de su genialidad futbolística, Maradona también se destaca como una figura política: por ejemplo, cuando felicita a Alfonsín por instaurar la democracia o cuando estrecha relaciones con iconos que simbolizan la lucha contra la desigualdad social como Fidel Castro o Hugo Chávez, y con ello da muestras, como Mohammed Alí, de que los deportistas no se pueden quedar al margen de los demás hechos sociales que se desarrollan en el mundo. Quizá su comprensión de los problemas de los pobres -por haberlo sido- hacen que su politización se incremente y genere polémica. Su personalidad polariza a la sociedad y debido a sus escándalos casi siempre se mantiene en las primeras planas de la prensa mundial.
No me seguiré deteniendo en las múltiples polémicas que genera el astro argentino, por ello quiero rescatar, a modo de conclusión, que si bien el triunfo argentino en 1978 fue utilizado por la dictadura para legitimarse, aún contra la resistencia de muchos a la manipulación; la conquista del campeonato en el 86, sí representó un triunfo del “pueblo” y así quedó grabado en la memoria nacional argentina: fue un triunfo de la nación, de lo criollo y no del Estado. Hace 34 años, Diego Maradona le devolvió a los argentinos, como dice el célebre intelectual uruguayo Eduardo Galeano, “el orgullo patrio malherido en las Malvinas”. No solo se dio el lujo de humillar a los ingleses, sino que también le devolvió la técnica a un fútbol que se venía convirtiendo por esos años en algo muy defensivo y lo convirtió en fútbol arte, en el mismo sentido en el que el historiador Eric Hobsbawm se refiere al caso del Brasil de 1970.