Aclaración pertinente: Dice Google que “la cuadratura del círculo es un problema geométrico que consiste en construir un cuadrado en la misma área que un círculo. También se utiliza como expresión coloquial para referirse a algo imposible de realizar”.

Con rabia escribió su última columna Héctor Abad Faciolince (El Espectador, 23 de marzo de 2025), para referirse al presidente Gustavo Petro: “Dice que él –el dañino- tiene la receta para arreglar lo que él mismo ha destruido. La cuadratura del círculo”.

Sería una tremenda frase si fuera del todo cierta. Pero esta columna es otra diatriba en el país de las diatribas, con muchas acusaciones, algunas verdades pero poca argumentación. Se entiende, porque en 500 o 600 palabras no se puede decir mucho cuando se aborda tantos temas y de tal hondura.

Dice el columnista: “Lleva más de dos años despedazando, hundiendo a propósito un sistema de salud que no era perfecto, pero que funcionaba relativamente bien. En lugar de mejorarlo, en vez de suplir sus carencias, lo ha venido desmontando y empeorando hasta llevarlo a la quiebra. La atención en salud en Colombia está sumida en una crisis sin precedentes en los últimos treinta años”. 

No, estimado Héctor Abad, las cosas no están funcionando relativamente bien en el sector salud, como cree. “En nuevo informe (03-10-25), la Contraloría General de la República reveló que ha abierto 522 procesos relacionados con la gestión de 11 billones de pesos, 111 imputaciones por daños al patrimonio público, y 41 fallos de responsabilidad fiscal por 542 mil millones de pesos”, escribe, también en El Espectador, el columnista Fernando Galindo.

La crisis no empezó con el actual gobierno. Dice el columnista Galindo: “Quienes persisten en defender la permanencia de las EPS y rechazan la reforma a la salud presentada por el Gobierno, son insensatos, ante la comprobación de la corrupción generada por el desfalco de los dineros públicos, por más de 32 años”. Esto es desde la Ley 100 de 1993.

Conversé con el doctor Diego Acosta, expresidente de Assosalud, quien hace esta lectura: “La falla estructural, desde la creación del sistema de salud  y de sus ajustes en el tiempo, ha sido permanente y progresiva, acumulativa, por lo que su actual y trágico agravamiento es el resultado lógico de su devenir. No se resuelve ahora, simplemente dándole mayores recursos en dinero a las agencias que sin los controles adecuados los han manejado oscura e ineficientemente”.

El doctor Acosta ha insistido en que se requiere demoler lo que está mal construido y peor gestionado, que cese el bloqueo a la reforma y la poda que se le hace en el Congreso, que se calcule el costo de estos servicios a partir de las necesidades de la población y no de los informes torcidos de los interesados, que se alleguen los recursos necesarios (rompiendo el bloqueo a las finanzas del Estado ) y que se establezca una gobernanza participativa del sistema en la que no sólo las agencias del Estado, sino igualmente la ciudadanía y los agentes que concurren, tengan la posibilidad real de ejercer control”.

También el doctor Héctor Abad Gómez creía en la necesidad de reformar lo que no funciona. De “El olvido que seremos” tomo prestadas las palabras que lo describen a él, que fue, aparte de médico salubrista y pionero de la salud pública, un liberal en el sentido amplio del término, “Confiaba en que por la vía de las reformas radicales se podía llegar a la transformación del país. Nunca, ni cuando estaba más furioso por las atrocidades que cometían los militares y el Gobierno, su furia lo sacaba de su pacifismo más hondo”.

Hoy tenemos un gobierno que no silencia a la gente por pensar distinto y tampoco los militares cometen atrocidades con aquel que piensa diferente.

Nos dolió la muerte del doctor Héctor Abad Gómez. Su humanidad fue ejemplar y su obra le costó la vida.  Está resumida en este perfil que hizo El Espectador en 2017, al cumplirse 30 años de su asesinato.

Hoy, por fortuna, tenemos un gobierno que no silencia a la gente, ni la manda a callar por por pensar distinto y tampoco los militares cometen atrocidades con aquel que piensa diferente. En algo el país ha cambiado, aunque el enojo nos haga ver únicamente lo malo.

Otro aparte de la disertación del escritor antioqueño:

“… el que iba a rescatar la educación pública, tiene en la quiebra a las universidades públicas y en el abandono los sistemas de atención a la infancia y a la juventud”. 

Hay que aceptar que el presidente y su ministro de Educación se rajan en esta materia, pero también, como lo señaló el filósofo Francisco Cajiao en entrevista con El País, este sector es uno de los que enfrenta mayores limitaciones desde siempre, no de 2022 para acá: “Es de procesos lentos. Una reforma curricular, por ejemplo, no se hace en cuatro años en ningún país serio”, comenta. Asimismo, señala que Petro no entiende que el Ministerio tiene “muy poco margen de acción” y funciona más como un articulador de otras entidades: gran parte de la política educativa para los colegios depende de los gobernadores y alcaldes, y la educación superior se compone de instituciones autónomas. “Casi el 95% del presupuesto es dedicado al funcionamiento [como el pago de sueldos] y el Ministerio no puede tomar ninguna decisión sobre esa parte. Le queda menos del 10% para inversión”, dice.

Sigue la diatriba.

“El que iba a hacer la paz total, le ha entregado el gobierno de las zonas más vulnerables a la delincuencia total, al Clan del Golfo, y a los narcos totales. El que iba a resolver de una vez y para siempre los problemas del Catatumbo, hace que cada vez más zonas de Colombia parezcan un Catatumbo”.

El doctor Héctor Abad Gómez tenía claro por qué creía en la paz. “No predicaba una revolución violenta, pero sí un cambio radical en las prioridades del Estado, con la advertencia de que si no se les daba a todos los ciudadanos al menos la igualdad de oportunidades, además de condiciones mínimas de subsistencia digna, y cuanto antes, durante mucho más tiempo habríamos de sufrir violencia, delincuencia, surgimiento de bandas armadas y de furibundos grupos guerrilleros”, se lee en otro párrafo de El olvido que seremos, reproducido en el mismo perfil de antes.

Enhorabuena, nos queda el pensamiento de este gran hombre. Por otro lado, a quien quiera profundizar sobre los más y los menos de la Paz Total, le recomiendo el juicioso ensayo del analista León Valencia: “¿Plomo es lo que viene? Dos años de Paz Total, balances y retos” (Penguin Random House, 362 páginas).

“A la paz total se le han atribuido males que no le corresponden”: León Valencia, en el libro “¿Plomo es lo que viene?“.

“… no es cierto, lo que se ha divulgado entre la opinión pública sobre la relación causal entre la Paz Total y el crecimiento de los grupos armados ilegales; en especial, durante los ceses al fuego” (…) “al mismo tiempo, la política de Paz ha traído ventajas para el país” (…) “a la paz total se le han atribuido males que no le corresponden. Gran parte de los indicadores de violencia asociada al conflicto armado venían en aumento, al igual que la presencia y el control territorial de los grupos armados”.

En lo que toca al gobierno anterior, arguye León Valencia: “Durante el gobierno de Iván Duque, la frase ´plomo es lo que hay´ marcó una paradoja, ya que en esa época se presentó el mayor aumento en la presencia territorial de grupos armados, desplazamientos y asesinatos de líderes sociales, lo cual desembocó en un gran descontento social y un clamor general para detener la violencia”.

Y continúa: “En la subregión del Catatumbo, Norte de Santander, se observa una disminución en los secuestros, los homicidios y las extorsiones, junto con los avances hacia la Paz Total, gracias a la reducción de acciones armadas entre la Fuerza Pública y los grupos armados presentes”.

Añade el investigador un párrafo que, a mi juicio, es la almendra del asunto:

“La narrativa de correlacionar la paz con el incremento de algunas violencia y con una situación preocupante de orden público (…) puede llevar a que la sociedad colombiana pierda el foco en lograr la paz, abandone los esfuerzos presentes y renuncie a la necesaria implementación del acuerdo de paz firmado con las antiguas FARC en 2016”.

Concluye diciendo que la paz debe ser “nuestro acuerdo nacional, y así superar la falsa dicotomía entre paz y seguridad”, porque –esto lo agrego yo-, no olvidemos que políticas como la “Seguridad Democrática” de los dos gobiernos de Álvaro Uribe más allá de brindar tranquilidad a quienes tenían finca y tierras, no frenó el derramamiento de sangre y sí empeoró la situación de derechos humanos, que le costó la vida a miles de personas inocentes, como en su momento, año 1987, al doctor Héctor Abad Gómez.  

A ningún demócrata debería molestarle la idea de consultar a los ciudadanos, porque ese es el espíritu mayor en una democracia

Dice el columnista: “Su último engendro es la consulta popular”.

La consulta popular no es ningún engendro. Es la figura legal que consagra la Constitución del 91 para que el pueblo (al que llaman Constituyente primario), pueda incidir en temas sensibles que le afectan: la reforma laboral y de salud son asuntos de entera trascendencia.

A ningún demócrata debería molestarle la idea de consultar a los ciudadanos, porque ese es el espíritu mayor en una democracia: contar con la opinión de los gobernados, cuando aquellos que deberían representarlos incumplen ese mandato. El derecho a la libre expresión no es sólo para quienes tenemos el privilegio de escribir para un medio. Es también un derecho de los ciudadanos a través de mecanismos como la consulta popular, al que ahora se le sataniza por ocurrírsele a Petro.

A este gobierno se le eligió por su promesa mayor de cambio a través de las reformas. La comisión VII del Senado, con ocho votos a favor y seis en contra, hundió la reforma laboral, sin haberla debatido, que era el deber ser, una clara muestra de despotismo, que le confiere al Congreso de la República un carácter casi dictatorial, llegando incluso a irrespetar el trabajo juicioso que sí hizo la Cámara de Representantes.

Me parece lamentable que el país no haya dimensionado la gravedad de esta bofetada legislativa, y en cambio estemos especulando, como lo hace el escritor sobre los supuestos delirios y borracheras del presidente.

Eso sí, le asiste razón cuando escribe: “Se alía con la parte más abominable y corrupta de la política regional (…) Un matrimonio imposible: lo limpio con lo corrupto”. Creo entender que con “lo limpio” se refiere al mandatario.

Ningún presidente es monedita de oro. Desde el día que gana la elección se convierte en el enemigo de aquellos que no votaron por él. Para la posteridad tenemos dos alternativas: quejarnos sin más remedio (la salida fácil), o dejar constancia para la historia de que fuimos capaces de deponer la rabia para avizorar un país posible, no para quienes ya vamos de salida, sino para quienes vienen detrás y más aún para aquellos que ni siquiera han nacido, y a quienes deberíamos entregarles un mejor país del que encontramos.

Yo siempre he tenido un buen concepto de los intelectuales, pero a veces tengo mis dudas. Al intelectual, para serlo, se le impone el reto de escribir desde el sosiego para que la luz lo irradie todo. Ojalá los librepensadores de este país –y en especial los escritores- puedan ver más allá de lo que el común de la gente ve.

Escribir sin rabia puede ser un buen comienzo. Quizás, después de todo, el enigma a resolver no sea la cuadratura del círculo, si no el círculo vicioso en el que estamos atrapados 50 millones de criaturas, por la miopía de una clase política que desde el Congreso de la República sabotea las dos principales reformas sociales que -y entiéndase esto- necesita con urgencia el país, no el presidente.

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