La aventura quijotesca de vender (amor por los) libros en la selva colombiana
Desde la única librería de la región amazónica colombiana, un librero nos cuenta los enormes desafíos para crear hábitos de lectura entre sus habitantes y el reto de sacar adelante una feria del libro cada año, desde 2022. “La lectura es una forma de practicar la ética del cuidado”, nos dice.
Jorge Humberto Correa, el librero de la selva.Fotografía: Cortesía Sebastián Arias.
Por Jorge Humberto Correa Díaz, educador y librero de Bambo-Leo
“Si por allá llueve, por acá no escampa”, reza el dicho popular, muy a propósito en esta temporada de excesivo invierno en el país.
Sin entrar en competencias pueriles sobre el nivel de pluviosidad en Bogotá o en el Guaviare —cosa que podría medirse en cantidad de ciudadanos que regresan empapados a sus casas después de un día de trabajo, por cada cien mil habitantes (ahí ganaría Bogotá)—, sí vale la pena usar el dicho para ilustrar cómo esa crisis de la literatura colombiana que expone Alex Velásquez en el blog Cura de Reposo (8 de junio de 2025), tiene matices en el Guaviare, que bien podrían hacer de ella algo inexistente, por la marcada ausencia de un sustrato que la permita, o algo irremediable, porque las condiciones socioculturales no muestran salida alguna.
Para que haya una crisis, se supone que debe existir un referente que caiga en ella; un objeto como el libro, las librerías, la literatura o la escritura, o un sujeto como el lector o el escritor. ¿Existen estos referentes en un territorio selvático, marcado históricamente por las violencias, la búsqueda del dinero fácil y una obsesión por la subsistencia diaria que borra de tajo cualquier uso de la imaginación que no apunte a ello?
No escampa, comenzamos con el pesimismo, ya vienen nuevamente los que viven en las periferias a hacerse las víctimas. Eso es posible, ¿por qué no? Para nadie es un secreto que, como afirma Alex en su blog, “el placer de la lectura sigue siendo un privilegio de pocos y tengo la impresión, además, de que el grueso de la población no entiende cuál es el valor que tiene o podría tener la literatura en sus vidas”.
Ahí está el quid del asunto en el Guaviare. La historia del territorio y la cultura que se ha tejido en ese proceso a lo largo del tiempo, no han abierto espacio al valor de la literatura. ¿Se imaginan ustedes (hablaré en términos que espero no ofendan a nadie) cuál es el valor de uso y el valor de cambio de un libro en un caserío a orillas del río Inírida o en el recinto de la Asamblea Departamental del Guaviare?
Me atrevería a responder: ninguno dentro de lo que convencionalmente se entiende como razón de ser del libro. Quizá en el primer escenario pueda usarse para encender los fogones cuando el invierno inunda todo y moja los depósitos de leña; quizá en el segundo escenario pueda usarse para crear una imagen de sujeto ilustrado antes de un debate; pero usarlo como combustible o aparentarlo como fetiche o accesorio, no significa que ese libro haya sido leído o haya generado la maravilla del desdoblamiento imaginativo que produce la lectura.
Ahora bien, en medio de este oscuro panorama y de la brecha nacional de lectura, suficientemente cuantificada en datos estadísticos (número de librerías, resultados de pruebas de comprensión lectora, cantidad de libros leídos por año, etc.), se asoman algunos relámpagos tenues que permitirían hablar de la existencia de un ecosistema del libro, la lectura y la escritura en el Guaviare. Valga aclarar que esos relámpagos surgen como apuestas de individuos o colectivos, incapaces de aceptar que se pueda vivir bien sin leer.
Por mencionar los conocidos, existen talleres y tertulias que convocan a varias personas para disfrutar de la aparente inutilidad práctica de la lectura, la escritura o la conversación en torno a los libros. Desde el 2006 se conformó el taller de escritura creativa “Guaviarí”, un grupo diverso de personas guaviarenses o foráneas que apuestan por describir este territorio a partir de poemas o narraciones, varias de ellas publicadas con las uñas.
También está el taller “Nuestras voces”, igualmente entusiasmado por aprender cómo expresar por escrito lo que se experimenta y lo que se siente al vivir en este pedazo nororiental de la Amazonia colombiana. La tertulia “Entre el llano y la selva”, por su parte, se reúne el último viernes de cada mes para resaltar el esfuerzo de escritores locales o para invitar autores de otras regiones que comparten generosamente su amor por la escritura.
De las 512 librerías que existen en Colombia apenas hay una en la selva: Bambo-Leo, con su club de lectura todos los miércoles.
En septiembre de 2025 se realizará la IV Feria del Libro del Guaviare (FLIGUA), dedicada al tema de la paz.
Desde el año 2022, un grupo quijotesco se lanzó a organizar la primera Feria del Libro del Guaviare (FLIGUA). Este espacio, apoyado por múltiples actores que también creen en la posibilidad de valor del libro y de la literatura, como el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, la Biblioteca Nacional, la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (ACLI), la Universidad Nacional o el Instituto Caro y Cuervo, entre otros, está dándose a la tarea básica de mostrar la existencia del libro como objeto a una población que lo ha tenido distante.
Este año se llevará a cabo la cuarta versión en el mes de septiembre, reiterando un tópico que nunca dejará de ser actual en el Guaviare: la construcción de Paz.
Además de los talleres, tertulias y de la Feria del Libro, se cuenta con una rareza que sorprende a quienes la escuchan, la librería Bambo-Leo; un espacio reducido que, parece de no creer, es la única librería de la región amazónica colombiana, según los datos del directorio de librerías de la Cámara Colombiana del Libro. Es un lugar de encuentro en el que, además de vender libros (uno por semana en las épocas de bonanza), se llevan a cabo clubes de lectura.
Sí, clubes de lectura en el Guaviare, que han descubierto a Murakami, a Alice Munro, a Laura Ortiz, a Han Kang, a Saramago, a Mario Mendoza (también), a Clarissa Pinkola y, sin duda, a Rivera en una lectura concurrida de “La Vorágine” en su centenario (2024).
Pero este es apenas un comienzo, son algunas semillas que esperamos broten a lo largo del tiempo. Siguen siendo pocos los lectores, tan pocos que parecen bichos raros, incluso sospechosos, ¿qué piensa esa gente que pierde tiempo leyendo un libro? El Time is money de Benjamín Franklin sigue cargado de actualidad en el Guaviare, pero toca persistir, aun con todo en contra, si se busca modificar de alguna manera la relación que la gente tiene con ella misma, con los demás y con el entorno. La lectura es, per se, una forma de practicar la ética del cuidado.
No sabemos si llueve o si escampa, pero hay relámpagos tenues, algo representarán. Hay evidencias de un ecosistema literario en el Guaviare, incipiente, pero ahí está… para algún día decir que la literatura guaviarense está en crisis.
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Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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