“Si los hombres se odian, nada se puede hacer. Todos seremos víctimas de los odios. Todos nos mataremos en guerras que no deseamos y de las que no tenemos responsabilidad. Nos pondrán delante de los ojos una bandera, nos llenarán los oídos de palabras. ¿Y para qué? Para crear la simiente de una nueva guerra, para crear nuevos odios, para crear nuevas banderas y nuevas palabras. ¿Para esto servimos? ¿Para hacer hijos y lanzarlos a la batalla? ¿Para construir ciudades y arrasarlas? ¿Para desear la paz y tener la guerra?”. José Saramago (escritor y Premio Nobel de Literatura).

Advertencia: este cuento podría terminar muy mal.

Estaba escrito que María y José viajarían a lomo de asno unos 130 kilómetros hacia Belén para que allí naciera Jesús, antes de que los esbirros de Herodes el Grande lo encontrasen y mataran, como ocurrió con otros santos inocentes.  Muchas familias hicieron el mismo periplo para ser censadas por orden del emperador.

Pero hubo cambio de planes, no por voluntad divina sino debido a la mezquindad humana. Palestina no era entonces un lugar seguro para el alumbramiento. Por esos días pasaban cosas tan terribles que hasta los reyes magos cancelaron a última hora la travesía. El ambiente se enrareció tanto que la estrella de Belén se apagó. Su lugar fue usurpado por una estrella de David luminiscente, pero aquel rey justo de toda justedad se habría revolcado en su tumba al ver las injusticias cometidas en su nombre. El mundo quedó en tinieblas.

Achicopalados, con el corazón vuelto trizas, Melchor, Gaspar y Baltasar presintieron lo peor, sin saber qué hacer con las cositas que le llevaban al Mesías prometido. La oscuridad los paralizó.

Gabriel fue comisionado para darles la mala nueva a María y a José, que ya habían agotado sus últimas fuerzas huyendo del siniestro Herodes. Los dolores se hacían insoportables para la Virgen; lejos estaba ella de sospechar que vendría algo peor.

—Temiendo perder el poder, el muy canalla ordenó dar muerte al Niño, —les dijo el arcángel. Si lo lleváis a territorio palestino, con seguridad los tres morirán de hambre o destrozados por una bomba. Tampoco los hospitales son seguros.

“Si no puedes restituirles la vida, cállate, ante la muerte no hay palabras”. José Saramago en El Evangelio según Jesucristo.

Ya habían muerto miles. Según el censo, veinte mil para ser exactos, y ocho mil eran niños (sin contar el número de huérfanos), y más de seis mil mujeres. Una mujer palestina abortó de cuatro meses tras un ataque aéreo. Muchos embarazos no llegaron a término.  La prensa registró aquel espanto. La Natividad en Belén, la misma Palestina, fue de luto. La Navidad quedó sepultada entre los escombros.

No hubo poder humano –y mucho menos divino- capaz de detener la masacre, ordenada por Benjamín, el Herodes moderno, Netanyahu, a quien investigaban por corrupción.

“Bien puede afirmarse que el destino existe, el destino de cada uno en manos de otros está”. José Saramago en El Evangelio según Jesucristo.

Era como si quisieran borrar a Gaza del mapa.  Los sobrevivientes hacían largas filas para conseguir un plato de comida, anhelando que el Mesías ​​llegara pronto para multiplicar los panes de la nada y evitar la hambruna. Ni las panaderías quedaron en píe.

Dios nos ha abandonado, ​murmuró José. Con palmaditas en el hombro, el arcángel intentaba animarlo sin éxito.

Ni el gobierno ni el ejército israelí se tomaban en serio a la ONU, que era la convidada de piedra. A Netanyahu no lo conmovieron las súplicas de alto al fuego. Mientras se lavaba las manos, los bombardeos se intensificaron de manera indiscriminada. Dentro de la propia Israel crecieron las voces de rechazo por la crueldad de los ataques contra los palestinos, pero no eran más que voces.

“Poco puede la mano de Dios si no basta para interponerse entre el cuchillo y el sentenciado”. José Saramago en El Evangelio según Jesucristo.

Sin comida, privados de servicios básicos como el agua y la electricidad, María y José quedaron a merced de las enfermedades, el frío y el dolor; no hubo en aquel  territorio, humilde por doquier, un lugar invulnerable para que el Niño Dios viniera al mundo sano y salvo.

Y si llega a nacer… ¿Qué destino le espera a ese pobre muchachito?, se preguntaban sus padres, abatidos, pues ya otros niños y niñas habían perecido a causa de diarreas mortales. Ni la ayuda humanitaria ni la ayuda divina pudieron ingresar en aquellas tierras.

“El hombre, sea judío o no, se habitúa a la guerra como difícilmente es capaz de habituarse a la paz”. José Saramago en El Evangelio según Jesucristo.

El mundo les dio la espalda a los refugiados palestinos. Nadie escuchó su llanto y si lo escucharon hicieron como que no. Los arcángeles recogieron sus alas antes de que un misil las destruyera, pero otros corrieron la peor suerte: unos estaban en poder del grupo Hamás y los otros ​en manos del ejército israelí. Cada bando los acusaba de estar de parte del enemigo. En esas condiciones, Dios les perdió el rastro a sus criaturas aladas.. con eso les digo todo. Querían torturarlos para que confesaran, pero nadie supo cómo se tortura a un ángel, porque aquella gente, sin Dios en su corazón, solo sabía causar dolor a los que estaban hechos de carne y hueso, como ellos.

La guerra se extendió por el mar Rojo. José recordó aquel tiempo lejano en que ese mismo mar se abrió para que los israelitas pudieran huir de los egipcios, así relatado en el Libro del Éxodo.

“Entonces los egipcios dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios. Y Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y Jehová derribó a los egipcios en medio del mar.  Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo.

Pero esta vez era distinto: los palestinos estaban atrapados en su propia tierra sin poder escapar del verdugo, que cerró los corredores humanitarios hacia países vecinos. Así como el Herodes de antes había ordenado matar a todos los niños menores de dos años, dos mil veintitrés años después, el nuevo Herodes cumplía su promesa de llevar la guerra “hasta el final”… hasta que Hamás “sea eliminado”.

Uno de los ángeles caídos (caídos en la prisión de Jerusalén) habló con ecuanimidad:

Es lamentable lo que Hitler y la Alemania Nazi hicieron con seis millones de judíos, pero por doloroso que sea –y sí que lo es- ningún Estado o gobierno debe tolerar lo que ahora el primer ministro de Israel, una nación de mayoría judía, les está haciendo a los palestinos. Y a nadie se le puede acusar de antisemita (odio a los judíos) por implorar que cese la guerra. Los bombardeos ahogaron sus palabras.

Otro ángel, que fungió como enviado especial en la Segunda Guerra Mundial, contó que Netanyahu hacía ahora lo que hizo Hitler con Stalingrado: que los sitió y bombardeó durante meses, siendo la batalla más sangrienta que recuerde la humanidad: Murieron más de dos millones de personas entre soldados de ambos bandos y civiles soviéticos.

En términos castrenses eso se llama “tierra arrasada”, les aclaró a los prisioneros de carne y hueso.  Aun así, el ejército rojo derrotó a Hitler.

Entonces sucedió lo indecible. El desenlace fatal de esta historia. El Niñito amado ya no se movía en la barriga de María: nació muerto en el corazón de los impíos. La Tierra se sacudió con tal violencia que la estrella de David se desplomó desde el cielo, clavándose en el vientre del Divino Niño. Fue envuelto en sábanas y lo acostaron en cualquier pesebrera, en medio de edificios en ruinas, arrullado por la Virgen, que lo bañó en lágrimas purísimas. El Mesías, en contra de las profecías, no quiso vivir en un mundo corrompido que no valía la pena. Su espíritu se elevó al cielo cual angelito antes de conocer las penurias humanas. Hizo bien. A María y a José se les perdió el rastro.  Tanto Hamás como el ejército israelí dijeron que nada tenían que ver.

El exembajador de Israel ante la ONU llamó a los palestinos “animales horribles e inhumanos”. Los pastorcitos se miraron entre sí y los únicos animales que vieron alrededor fue un asno y un buey que pastaban.

Cada niño muerto en Palestina se convirtió en el Niño Dios no nacido. Porque el cuento de Noche de paz, noche de amor, fue solo eso: puro cuento… y el mundo ya no tuvo salvación por culpa de sus infames gobernantes. Sin embargo, en adelante los hombres de buena voluntad vivieron en la Tierra con la ilusión de que el Niño, al que llamaron Jesús, resucitaría algún día.  Algún día (…)

FIN

Ilustración especial del artista Matador para el blog “Cura de reposo”.

POSDATA:

“Según la Biblia, Dios ordenó a Abraham que sacrificase a su propio hijo. Lo lógico, lo natural o lo simplemente humano sería que Abraham hubiese mandado al Señor a la mierda”. José Saramago.

(¡En realidad, a quien deberíamos enviar allá es al señor… pero al señor Netanyahu!)

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