“El que tenga entendimiento, calcule el número de la Bestia, porque es número de hombre; y su número es 666”. (Apocalipsis 13:18)
Quisiera que este fuera un cuento de ficción. Juzgue el lector si además es de terror.
La mujer, menudita y de cabellos largos, escogió por puro agüero el número 6402 con la ilusión de salir de pobre. Puso el billete de lotería sobre la vieja mesa de madera, al lado de una veladora encendida. Se acostó habiendo probado pan y agua de panela recién hervida, mientras contemplaba la foto de su hijo asesinado vilmente, sin poder quitarse de la mente a un hombre. Mejor dicho, a un hombrecito.
El hombrecito mide apenas 1,67 metros. Hay quienes dicen que 1,65. Hasta en eso la política miente… pero unos centímetros de más -o de menos-, no alteran la gravedad de los acontecimientos.
En resumen, lo que no obtuvo en estatura, le fue dado en poder y voz de mando o de mandamás; ocho años que se han duplicado por su omnipresencia en el ambiente político. Quizás, por ser hijo de ganadero, creció creyendo que también a la gente se le debe tratar así: como al ganado. En una ocasión el hombrecito se descompuso y, a grito herido, con su talante montañero, por teléfono, dejó ver sus otras dotes de orador: “Si lo veo, le voy a dar en la cara, marica”.
El hombrecito amenazó con pegarle a uno que fue empleado suyo en la Casa de Nariño, Luis Fernando Herrera (a quien le decían “la mechuda”) por supuestamente haber pedido 15 millones de dolaretes para evitar la extradición de algún Fulano. La escena ocurrió en la Navidad de 2007.
Esta semana, el nombre del hombrecito ha vuelto a la primera plana, no por acción, sino por omisión, luego de que, en nombre del Estado, el presidente Gustavo Petro les pidió perdón a las madres de Soacha, a cuyos hijos presentaron como bajas en combate cuando en realidad fueron asesinatos selectivos o ejecuciones extrajudiciales (no falsos positivos como se les sigue llamando erróneamente). Se nos puso vidrioso el ojo viendo por televisión el acto de excusas públicas. Y se nos sigue encharcando al escuchar las confesiones de los militares ante la JEP: la matanza de inocentes fue (es) un hecho cierto, ningún mito, ya no hay cómo ocultarlo.
El capitán Jaime Alberto Rivera, avergonzado, ante las cámaras, en vivo y en directo, devolvió la Medalla al Mérito que le concedió el Ejército, en tanto que el teniente coronel Henry Hernán Acosta, al aceptar culpabilidad sobre lo ocurrido en Casanare, declaró: “Esto para mí es un Holocausto. Es la comparación que tiene. Esto no tiene nombre. Porque hicimos mucho daño (…) Vivo arrepentido desde el primer momento (…) Hicimos pasar a sus familiares por bandidos… ¿cuáles bandidos? Éramos más bandidos nosotros”.
- “Ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder; esto es la esencia de lo que tenemos que decir”, dijo Primo Levi, escritor italiano de origen judío, sobreviviente del Holocausto nazi. La brutal frase aplica para esta Colombia donde cualquiera puede perder la lotería de la vida sin haberla comprado y sin que exista la pena de muerte en nuestro ordenamiento jurídico.
“Dejar de negar el horror es el primer paso para obtener una justicia que ayude a sanar tantas heridas abiertas”, escribió El Espectador en un editorial del 4 de octubre. Al revivirse estos episodios, el hombrecito salió a dar explicaciones: “No hay un solo pago por matar personas inocentes”, dijo desde Riohacha, montado sobre una tarima, con agenda en mano; se le veía como predicador desde su púlpito. Está en todo su derecho de defenderse. En seguida, de manera cruel, en las redes sociales preguntaron si entonces la matanza fue gratis. Para la historia quedó que aquellos crímenes se cometieron durante su mandato, entre 2002 y 2008, siendo el comandante en jefe de las Fuerzas Militares de Colombia, que es el título pomposo que se les da a todos los presidentes de la República. Tal horror nos recuerda la crueldad de infames dictaduras, sólo que aquí los hechos ocurrieron en las narices de un gobierno en apariencia democrático.
En consecuencia, hay quienes creen que alguna responsabilidad penal, política y moral le cabe al hombrecito, como sugirió el columnista Rodrigo Uprimmy. En todo caso, aquellas huérfilas siguen esperando que el otro muestre arrepentimiento. Es más: hay quienes quieren verlo en la cárcel. Es entendible porque grande debe ser la rabia de que le maten un hijo a uno. Si un día resultara culpable, es probable que la vida sí le alcance para pagar, supongamos, un día de prisión por cada uno de los 6402 asesinatos selectivos (mal contados serían 17 años y medio), cometidos mientras fue comandante en jefe de los militares, incluidos los asesinos. Primero la justicia debe determinar si dio la orden. Si el hombrecito no fue, ¿Quién carajos fue?
Recordemos que por menos el expresidente Fujimori del Perú está pagando 25 años de cárcel: lo condenaron en 2009 como autor intelectual de 25 asesinatos. Durante su mandato (1990-2000) los militares actuaron impunemente con su complicidad. Cuando salga libre (2034) tendría 96 años.
Ahora bien, suponiendo que el hombrecito vaya a juicio penal por las ejecuciones extrajudiciales, las consecuencias serían distintas para el país político dependiendo de si es declarado culpable o inocente. Mi teoría: Si resultase absuelto, como mucho desearían, correríamos el riesgo de que una derecha extrema sea nuestro destino próximo como nación, porque la inocencia de un hombre no puede confundirse con unos hechos atroces ya comprobados, es decir podríamos creer que absolver a una persona y validar unos crímenes son la misma cosa. Además, de la Historia no hay que fiarse porque suele volver como el perro al vómito con métodos macabros que siempre creemos superados, y a veces no son más que un compás de espera para repetirse. Aunque son meras especulaciones mías, no quiero imaginarme un escenario así de apocalíptico para Colombia, un paisaje así de tétrico, un salto mortal como el que están a punto de dar los argentinos que, tras los horrores de la dictadura de Videla, quieren de presidente a Javier Milei, un tipo que ya salió a las calles haciendo campaña con motosierra en mano, mientras sus seguidores, enceguecidos, siguen flotando en el éxtasis del negacionismo, como si las Madres de la Plaza de Mayo se hubieran inventado a unos hijos desaparecidos.
Mientras escribo este relato, el Tribunal Superior de Bogotá decidió no archivar, como pretendía la Fiscalía, otro caso que involucra al hombrecito por supuesta manipulación de testigos y fraude procesal. Recordemos que el hijo de un ex mayordomo de su finca, declaró que el hombrecito fue, supuestamente, promotor del Bloque Metro de las Autodefensas. (Nótese que Colombia va camino a convertirse en el país de los supuestólogos, porque violentólogos ya tenemos). Sólo por medio de un juicio justo podríamos saber cuál fue, si la hubo, su relación con el paramilitarismo, más allá de si participó o no en un entramado de abogados y testigos para quitarse esa sombra de encima.
Tal vez no esté lejos el tiempo en que aquí se haga un juicio con mayúsculas por los homicidios extrajudiciales, como pasó en Alemania con los Juicios de Núremberg, aquel tribunal militar que sometió a los nazis de alto rango por crímenes contra la humanidad.
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“Ningún vicio y ninguna brutalidad en la Tierra han vertido tanta sangre como la cobardía humana”: Ztefan Sweig, escritor austriaco.
Enhorabuena, tenemos a la JEP para hacer justicia en favor de las víctimas, pero siguen las preguntas: ¿Hicieron de aquellos inocentes un macabro trofeo para justificar la Seguridad Democrática? ¿Había que inventarse unos falsos guerrilleros, disfrazándolos de tal, para perpetuar a un gobierno en el poder? ¿Se ensañaron contra gente pobre partiendo de la premisa de que nadie preguntaría por ellos, nadie los echaría de menos, nadie los lloraría? ¿Fue esa desde el principio la estrategia para disimular otra verdad: que era difícil derrotar a la guerrilla por la vía militar? En el caso de los muchachos de Soacha, ¿Quién decidió que los muertos debían ser de ese y no de otro municipio? ¿Fue un genocidio por razón de clase social? ¿En qué momento se construyó todo un partido político en torno al apellido de un hombrecito y en el entretanto hicieron una caricatura de los partidos Liberal y Conservador, con lo cual nos hemos ido olvidando que las guerrillas fueron una consecuencia de la lucha de ese bipartidismo camaleónico por el poder, y que para combatir al engendro crearon otro engendro llamado paramilitarismo? ¿Se pueden evitar, mediante una reforma política sensata, esos mesianismos políticos? ¿Cuál será el costo que asumiremos los colombianos llegada la hora de que el Estado repare a las víctimas con cuenta directa a nuestros bolsillos de contribuyentes?
El hombrecito tiene su propia versión de los hechos. Una página web, destinada a exaltar su legado, terminó convertida en el sitio desde donde se sacude el polvo que manchó, y para siempre, su vida pública. Está en todo su derecho, obvio. Es un documento de 100 puntos, en uno de los cuales dice: “su único propósito ha sido que se conozca la verdad”.
Lo mismo quiere la mujer menudita y de cabellos largos: que brille la verdad, como la luz perpetúa para su muchacho. Cuando ella despertó, en la misma casa humilde donde paga arriendo, ojeó el billete de la lotería: 6402. En la radio confirmó que no había ganado ni un centavo. En lugar de riqueza, lo que ella y miles como ella desean es que quiénes ordenaron matarlos paguen por tanta sevicia. Están agotadas por el dolor. Les duele que en el país del Sagrado Corazón haya gente creyéndose omnipotente, más allá del bien y del mal y por encima de la ley. Invencibles seremos todos cuando nos diluyamos en la dimensión desconocida. Como la hora todavía no llega, nos toca responderle a la justicia humana. La otra, la justicia divina, no les sirve sino de consuelo.
La misma veladora sigue encendida sobre la vieja mesa de madera, no se sabe hasta cuándo… tal vez hasta que se le ponga rostro a la bestia, que a lo mejor no es más grande que un hombrecito. (FIN, faltando el final)
Lapi-diario
Lunes: Empezamos la semana con “El desratizador”, el cuento de Roald Dalh que llegó a Netflix, contándonos en apenas 17 minutos la historia de un exterminador de roedores.
Martes: En su cuenta de Twitter, la periodista Laura Ardila publicó la fotografía de una pancarta que los pobladores de un corregimiento guajiro le hicieron a los políticos: “2 años sin agua. Aquí no vengan por votos”.
Miércoles: Una crónica del diario El País de España cuenta que el río Amazonas brasileño se está secando. Hay partes con apenas 20 centímetros de profundidad, los delfines mueren a causa de las altas temperaturas del agua y la vida de medio millón de personas está en riesgo. ¡Sigamos creyendo que tenemos planeta para rato!
Jueves: La mejor prueba de que un hombre puede cambiar de opinión es el escritor noruega Jon Fosse, el nuevo Premio Nobel de Literatura: hasta los 20 años fue marxistas y ateo, luego se volvió agnóstico y finalmente se convirtió en cuáquero cuando, como él mismo dice, empezó a experimentar la presencia de Dios en su vida.
Viernes: Ante la proliferación de ratas en Bogotá, la Secretaría de Salud les pide a los ciudadanos mayor limpieza. Como quien dice, dejemos de ser cochinos y hagamos mejor disposición de las basuras. Les comparto la historia que escribí sobre el tema por si se la perdieron: