“… ratas, miles, millones de ratas, como una guerrilla subterránea y clandestina, alimentándose de nuestras heces y desechos, recorriendo nuestros kilómetros de cloacas, mordiendo nuestro cableado y cañerías corroídas por el óxido. Ratas gordas y grises con largas colas como látigos siempre sucios, acechando, invisibles…”. (Kike Ferrari, El cazador de ratas) Advertencia: articulo no apto…
“… ratas, miles, millones de ratas, como una guerrilla subterránea y clandestina, alimentándose de nuestras heces y desechos, recorriendo nuestros kilómetros de cloacas, mordiendo nuestro cableado y cañerías corroídas por el óxido. Ratas gordas y grises con largas colas como látigos siempre sucios, acechando, invisibles…”. (Kike Ferrari, El cazador de ratas)
Advertencia: articulo no apto para lectores asustadizos.
Iba a comprarme un gato. Ya no sé.
¿Quién no ha visto ratas en su vida… o en bajada?… Hubiera querido empezar este relato contando cuántas ratas hay en Bogotá pero -como cosa rara-, este país sin estadistas también se raja en ciertas estadísticas. Me picó la curiosidad luego de leer una crónica de Joseph Mitchell, (1908-1996), incluida en el libro “El fondo del puerto” (Anagrama, no ficción). Son historias fascinantes de la Nueva York de los años 40.
“… como en cualquier otra gran ciudad portuaria, abundan las ratas. Es frecuente tenerlas muy cerca sin darse uno ni cuenta. Hay muy pocos edificios residenciales de la ciudad que estén libres de ratas. Su población ha menguado enormemente en los últimos veinticinco años, pero aún quedan millones: según las autoridades competentes, en Nueva York hay una rata por cada habitante. La densidad de ratas en puertos y embarcaciones siempre se dispara en tiempos de guerra”.
Yo no sé si en la capital haya una rata por habitante, dos, tres o media. Intuyo que podría haber millones a partir de lo que me cuenta la Secretaría de Salud de Bogotá: “Una rata vive alrededor de un año y puede tener en promedio 45 crías. Bajo óptimas condiciones climáticas, comida abundante y gran cantidad de refugios, la población roedora tiende a multiplicarse durante todo el año”. De acuerdo con la entidad, epidemiológicamente hablando, tenemos tres especies de múridos cosmopolitas: Rattus novergicus, Rattus rattus y Mus musculus.
Siempre han estado entre nosotros, como las malas del paseo, incómodas protagonistas de la historia, llevando entre su pelaje las pulgas de la peste bubónica, la misma peste negra de la Edad Media. Llegaron a América en los barcos de los conquistadores. En el templo Karni Mata, en India, se les venera.
En el relato “El cazador de ratas”, Kike Ferrari cuenta que en el DF mexicano hay cien millones de ratas; en Moscú, más de trescientas millones. En Guayaquil, hay treinta ratas por persona, lo mismo que en Montevideo. En Tokio, cuatro. En Buenos Aires, ocho. En Madrid, tres.
En Nueva York hay ciento cincuenta y ocho ratas por metro cuadrado.
“… después de tanto tiempo, —prosigue el argentino— hay un pacto tácito entre ratas y humanos, en el que unos no se empeñan demasiado en la cacería y las otras siguen ocultas en las sombras. Hasta que ese acuerdo se rompe. Y pasan cosas muy feas”.
Lo corrobora Mitchell: “…viven en un estado casi constante de extrema ansiedad: las ratas negras tienen miedo de las pardas y ambas les tienen pavor a los seres humanos. Cuando no están a salvo en su madriguera, suelen hallarse al borde de la histeria. Son capaces de morder a un bebé –alguna vez han matado a uno a dentelladas– o a un adulto dormido, pero por lo general huyen de la gente”.
Que lo digan mis vecinos del 601. Mientras se dirigía de la alcoba a la cocina, Jennifer López –sí, como JLO, pero con menos dinero- vio que una rata negra, del tamaño de un conejo (¡40 centímetros, incluida su larga cola!), estaba asomada por la ventana observando el paisaje. “¡Ventaneando para matar el tiempo!”, dice ella en chiste, luego de pagar escondederos a peso.
Al verla, el animal buscó refugio en la alcoba matrimonial, pero luego, con la escoba en mano y el corazón bombeando a mil, se dieron cuenta de que la intrusa no estaba allí. La misión de búsqueda estuvo a cargo de su esposo y el hijo adolescente:¡24 horas “jugando”, aterrorizados, al gato y al ratón! El final de este drama llegó a través del “pega-pega” que compraron en la ferretería de la esquina: unas láminas de cartón o plástico recubiertas por un adhesivo pegajoso. A eso de las las 11:00 p.m., del día siguiente, todavía desvelados, un chillido ensordecedor los dejó con el credo en la boca. El incómodo huésped había caído; mejor dicho, quedó inmovilizado, pegado por las patas. Hay quienes creen que el pegamento es un método cruel que les causa un sufrimiento innecesario.
Mi vecina aún se pregunta cómo llegó la criatura hasta el último piso. ¿Acaso por las escaleras? ¿Trepando la pared que daba a la calle como el hombre araña? ¿A través de las canaletas de aguas negras o los ductos de ventilación? ¿Cayó desde el cielo y se metió por el techo o alguna ventana abierta? ¡Terrible sería pensar que abordó el ascensor!
Ingresó por debajo de la puerta, lo que hace presumir que subió seis pisos por las escaleras. Mejores atletas que los propios residentes.
El pánico que experimentaron es el mismo que uno siente como espectador al ver “The House”, la producción de Netflix dividida en tres cortometrajes. En el segundo el protagonista es Jarvis Cocker, una rata humanoide que, queriendo vender la casa para comprarse un yate, terminará alojando en ella a sus congéneres de la peor calaña -como cierta gente-, mostrando que la maldad es variopinta. Según el diario The Guardian, es una “hermosa animación que habla de tus miedos más profundos”. Sí que lo creo.
En el apartamento vecino, la “inquilina” mordisqueó frutas, panes, verduras y hasta el concentrado del perro, como si ignorara lo caro que está todo.
La Secretaria de Salud de Bogotá señala que, además de la peste bubónica, las ratas pueden transmitir tifus murino, leptospirosis, giardiasis, tularemia y salmonelosis. Cinco fueron las localidades donde mayor control de plagas se realizó por metro cuadrado entre enero y julio de 2023: Kennedy, Ciudad Bolívar, Bosa, Usme y Engativá.
Las deficientes condiciones higiénico-sanitarias facilitan la infestación de ratas. Aparte de las jornadas de desratización, con un químico llamado rodenticida, se requiere de mayor conciencia ciudadana para un manejo adecuado de residuos sólidos, escombros, excrementos de animales y la poda de zonas verdes.
En Colombia tampoco se lleva un registro sobre ataques de ratas, sea por mordedura o arañazos, pero abundan las historias de bebés con la nariz o una oreja cercenadas; también las hay que, al sentirse acorraladas, atacan con ferocidad. Hace mucho tiempo, una rata desafió a una ex novia: con las patas delanteras elevadas, le mostró los dientes incisivos y amarillentos, lista para lanzársele encima. Como no pudo destriparla de varios escobazos, usó agua hirviendo para sacarla de su escondite. Murió despellejada y dando alaridos: mi ex aun recuerda la escena con cargo de conciencia. Otro día un exjefe contó que una rata salió del inodoro, mientras él vaciaba su humanidad y, placido, resolvía el crucigrama del periódico.
Con todo, sorpréndase el lector del tremendo parecido entre humanos y ratas. “Tienen una personalidad única y experimentan el arrepentimiento, el remordimiento y la justicia social”, dice un experto consultado por The New York Times y otro lo secunda: “Son animales inteligentes, toman decisiones, se arrepienten cuando toman decisiones, son altruistas: todo lo que hacemos nosotros, ellas lo hacen también”.
Más allá de nuestro pavor (musofobia), hay razones para estar agradecidos con ellas. Sirviendo como conejillos de indias, les debemos muchos avances en el campo científico. Cuenta la leyenda que las dos primeras ratas en hacer un vuelo espacial eran blancas y soviéticas: viajaron el 19 de agosto de 1960, a bordo de la misión Sputnik 5. Regresaron sin un rasguño al siguiente día.
En cualquier caso, prefiero las ratas de cuatro patas que no tienen la culpa de ser lo que son. Las de dos patas se comportan adrede: son esos rateros de corbata con el cuello blanco pero la conciencia cochina, pendientes de los contratos en época electoral (como el ratón que cuida del queso) y los llaman doctor por aquí y doctor por allá. A tales especímenes les cae como anillo al dedo esa canción que a Paquita la del barrio le salió del hígado:
Rata de dos patas / Te estoy hablando a ti/ Porque un bicho rastrero / Aun siendo el más maldito / Comparado contigo / Se queda muy chiquito
A dichas ratas se les debería perseguir sin compasión; a las otras les tengo respeto y hasta cierta envidia por lo que dijo The New York Times: “Cuando usted y yo nos hayamos ido y no haya nada más en la Tierra, habrá cucarachas y ratas”.
¿Qué dicen: adopto un gato?
Lapidario semanal
Lunes: 2.5 millones de colombianos tienen depresión. Con este país de locos es una suerte que no sean más.
Martes: Plantón en La Arenosa para exigir que liberen a Arturo Char, investigado por corrupción electoral. ¿Qué tienen en la cabeza los barranquilleros?
Miércoles: Dice El País de España que Colombia es el mayor cementerio mundial de defensores de la tierra: 177 líderes ambientales fueron asesinados en 2022. En vez de medio ambiente hay miedo en el ambiente.
Jueves: Militares se disfrazaron de guerrilleros para intimidar a campesinos de Córdoba. Ojalá no sea eso el principio de otra ola de falsos positivos.
Viernes: La Nasa nombró un director de investigación sobre Ovnis. ¡Que lleguen rápido los alienígenas y le pongan orden a este mundo: a los humanos nos quedó grande!
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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