Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Quiénes son los artistas

La pregunta se puede responder desde las perspectivas biológica y cultural. Desde un punto de vista biológico se analizarían cuáles aspectos de la dotación física y síquica nos posibilitan el ser artistas; desde un punto de vista cultural o social, las situaciones sociales-históricas que señalan a unos pocos individuos como artistas. Aquí se comentan algunos aspectos sobre el papel del contexto cultural.

A continuación y como abrebocas se presenta la opinión de Peter Watson (Ideas: Historia intelectual de la humanidad):

“En el Nuevo Mundo no había `arte´, en el sentido de `arte por el arte´, y ninguna de las lenguas indígenas tenían palabras para designarlo (de hecho, tampoco tenían una palabra para `religión´). La razón para ello es que, por ejemplo, cada objeto tallado, cada canción o danza tenían un propósito muy práctico y no podía concebírselos sin esa finalidad. En ocasiones, las esculturas aztecas tenían inscripciones en el lado que nunca estaba a la vista, pero ello no importaba porque estas tenían un significado simbólico, mucho más importante que su apariencia. En otras palabras, no había estética como tal, solo función, y era esta la que otorgaba significado a las cosas. Por tal motivo, apenas había música instrumental en el continente, ya que normalmente la música, el canto y la danza iban juntos en el ritual. La profesionalización de las artes solo surgió en las civilizaciones más avanzadas de Mesoamérica. Y únicamente en ellas se observa una distinción entre artes elevadas y artes populares similar a la que había en Europa. Una consecuencia de esto es que solo en estas civilizaciones los artistas gozaron de gran prestigio, mientras que en los demás pueblos se pensaba que todas las personas tenían facultades artísticas en algún grado”.

¿Eran o no artistas esos indígenas de Mesoamérica que producían objetos, para nosotros artísticos? La respuesta es sí y no. Esos artistas, aunque en su propia cultura fueran personajes considerados especiales, “distintos” y con funciones importantes, no eran individuos independientes, dotados de las características que les adjudicamos hoy a quienes llamamos artistas. Eran artistas en nuestro marco de referencia actual; no en el de ellos.

El nombre de “artista” ha sido y será una calificación que depende de las concepciones imperantes en cada cultura en una época determinada. La definición de “artista” en Occidente es herencia de la cultura griega y del Renacimiento: es un individuo que crea ciertos “objetos” que la sociedad generalmente considera “especiales”, valiosos, originales y trascendentalmente importantes.

Aquellas sociedades que valoran a sus individuos y les permiten libertades de expresión encuentran sus artistas y crean sus ídolos; en las sociedades que coartan la libertad, aquellos acaban siendo una especie de artesanos, al servicio del poder. En Grecia antigua, la cerámica pintada llegó a ser objeto de colección, objeto de valor que daba estatus. Los pintores artesanos empezaron a tener “nombre” y a ser reconocidos. Los escultores firmaban sus obras, que luego la sociedad reunía y clasificaba en colecciones, lo cual ha permitido reconstruir la historia, y por eso conocemos a Fidias, Policleto, Praxíteles. Los escritores reconocían a los artistas y los mencionaban en sus libros, contaban anécdotas y explicaban los estilos. En el siglo sexto, los ceramistas también firmaban sus vasos. Al llegar a la Edad Media, el artista como tal desaparece, pues el arte cambia de función: pasa a estar al servicio de la religión; la sociedad no necesitaba “artistas” sino artesanos.

Fue en el Renacimiento cuando el artista, por primera vez, ganó la posición que se mantiene hoy. Para Lorenzo Ghilberti (lo dejó escrito), el autor de las famosas puertas del baptisterio de la catedral de Florencia, el artista era alguien especial y libre; libre de proponer, de crear, de innovar. Battista Alberti dedicó varios escritos a las artes, a las técnicas y a los estilos. Más tarde, Giorgio Vasari escribió sobre las vidas de los artistas de su tiempo, tratándolos como grandes personajes. La crítica de arte se convirtió en un oficio, que no solo se interesó por plantear criterios, como la adecuación de una obra a su función y a su espacio, sino que también se propuso establecer juicios sobre la técnica, el estilo y la originalidad. El individualismo valoraba las ideas independientes, nuevas y originales.

¿Pero, ser artista es una característica común a todos los hombres, o se debe a una dotación especial que solo algunos poseen? Ser artista es el resultado de una combinación de características que se manifiestan en ciertos campos que la sociedad llama artísticos. El calificativo de “artista” se aplica a unos pocos, justo a aquellos que se destacan en esos campos. Digamos que cualquier persona puede ser un artista si hay quienes así lo juzguen. Si moviéramos a los artistas en el tiempo, por ejemplo a Miguel Ángel Buonarroti, y lo pusiéramos a hacer el mismo trabajo ¿sería considerado por el público del 2012 tan importante como lo fue en el 1500? Quizá no. Pero si movemos la obra de un artesano relativamente desconocido, que fabricaba ataúdes en un lugar de África, y lo trasladamos a una galería de prestigio, de repente puede convertirse en artista. Es la historia de Samuel Kane Kwei, quien era un simple artesano africano hasta que un crítico de arte europeo lo convirtió en artista internacional: ahora expone en los museos y galerías más importantes de Occidente.

Quien realiza los objetos artísticos, trátese de música, danza, poesía, pintura, instalación, fotografía o cualquier extravagancia que convengamos en llamar arte, suele ser juzgado por un público cuyo nivel cultural es suficiente para tal tarea. De otra forma, sería como intentar establecer juicios sobre la obra de un marciano, o como pretender establecer un diálogo sin poseer un lenguaje común.
La cultura artística cambia, incluso en sus funciones, y también el público va modificando sus necesidades y percepciones. Es importante recordar que aquellos productos que llamamos artísticos, como las pinturas de los templos egipcios, no cumplen ahora la misma función que antiguamente cumplían: ahora los consideramos objetos de arte, pero en su momento fueron realizados con fines decorativos o para dar instrucciones y testimonios. La función del arte en la cultura egipcia no demandaba la novedad, virtud tan apreciada hoy.

Cuando el objeto artístico es muy novedoso carecemos de una historia que nos permita establecer criterios para juzgarlo. Porque es necesario tener puntos de referencia para “localizar” algo dentro del conjunto de objetos que llamamos artísticos. En internet circulaba el siguiente concurso jocoso, cuyo premio era dizque ir al mundial de fútbol de Sudáfrica. Se trata de un ejemplo que puede asimilarse a nuestra capacidad de juicio cuando el asunto no nos es familiar.

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A partir de la imagen que se muestra enseguida, había que responder las siguientes preguntas: ¿qué estudiantes parecen estar cansados o con sueño, cuáles son gemelos, cuáles son gemelas, cuántas mujeres hay en el grupo, cuál de ellos es el profesor?

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El marco de referencia para establecer juicios se puede imaginar, metafóricamente, como un cubo cuyo tamaño es distinto para cada uno de nosotros: depende de las experiencias que hayamos tenido durante la vida y de la imaginación y capacidad para combinar ideas. A más experiencias vividas, más memoria asociativa, más grande el cubo de referencia. Todas las personas poseen alguna capacidad de apreciar el arte, pero el tamaño del cubo, como marco referencial, es muy variable. Dentro de él existen mecanismos procesadores que comprenden, categorizan, comparan y buscan semejanzas entre todos los ítems. Estos mecanismos no funcionan de igual manera en las personas, ni siquiera en aquellas cuyos cubos son de dimensiones parecidas. Toda nueva experiencia modifica y reorganiza el marco de referencia, y altera así la percepción de las antiguas experiencias (claro, es un modelo simplificadísimo de lo que quizás ocurre).

Además, el promedio de bagaje cultural de una población puede ser muy distinto a la de otra. El público es crítico y los críticos especialistas explican el arte, a la vez que educan al público o lo persuaden sobre lo que es arte y sobre quiénes son buenos artistas. Cualquiera puede hacer arte, pero otra cosa es lograr la visibilidad que transforma a una persona en artista reconocido.

¿Cuántos artistas pueden haber en una sociedad, en los distintos campos de la música, las artes escénicas, las artes plásticas? Depende del número de personas interesadas en las obras y en el tipo de expresión. De alguna manera la respuesta demuestra que no es solo cuestión de talento; es también cuestión de cantidad de “puestos” disponibles. Hoy, la posibilidad de acceder a la visibilidad para poder ser “artista” depende en gran medida de asuntos ajenos a la calidad misma de una obra. Es imprescindible atraer la atención de los medios de comunicación y de los dueños y señores del negocio del arte, llámense merchantes, curadores o agentes. Sin embargo, nada ni nadie garantizan que el reconocimiento dure para siempre.

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