Cedo la palabra a Juliana Vélez Arroyave, residente en neurología y autora del libro Neuro fisiología humana.

A todos, alguna vez en la vida, nos han “roto el corazón”.  ¿Quién acaso no ha sufrido el dolor de una ruptura amorosa? Y quién no ha vivido la vergüenza y humillación de ese amor idealizado que de manera fría nos corta todas nuestras ilusiones.  Pero ¿por qué sufrimos por amor?, ¿qué ocurre en nuestros cerebros cuando se termina una relación? ¿Por qué nos pueden doler las separaciones y el rechazo amoroso tanto como las lesiones físicas?

Una reflexión racional sobre nuestras más profundas emociones quizá sea inútil a la hora de curar el dolor emocional. Es posible que la racionalidad no nos exima de los arrebatos de celos y de ira que se mezclan con el desconsuelo y con la lástima por nosotros mismos cuando el esfuerzo de una voluntad impotente termina rendido ante la desesperación, ante la imposibilidad de borrar por un segundo de nuestra mente el pensamiento tóxico de esa otra persona.

Pero la razón nunca dejará de ser un instrumento imprescindible, un artefacto que nos permite “elevar la vida por encima de la tragedia”.  Creo que tratar de comprender la naturaleza de ese dolor, y los mecanismos neurales subyacentes, la neurociencia que se esconde tras él, puede ofrecernos herramientas para sanar más rápido, para ayudarnos a diferenciar aquellas estrategias que pueden resultar útiles de aquellas otras que nos pueden causar aún más daño.

El desamor como experiencia universal

El sufrimiento asociado al desamor no es un constructo cultural. Existe gran cantidad de evidencia que apunta hacia el hecho de que el desamor es una experiencia universal humana. Jankowiak y Fisher (1992), por ejemplo, estudiaron cientos de sociedades humanas en diferentes partes del mundo, y en distintos contextos culturales, y encontraron que en la gran mayoría de ellas hombres y mujeres daban cuenta de haber experimentado el amor romántico, entendiendo por este término una “atracción intensa que involucra la idealización del otro dentro de un contexto erótico, y con la expectativa de establecer una relación a largo plazo”. Así mismo, el sentimiento del “desamor” se experimentaba de manera muy similar en la forma de angustia y profundo dolor emocional. Los sentimientos de ansiedad y tristeza posterior a la separación de la pareja se han documentado también en otros mamíferos superiores, como los chimpancés (Bard, 1983).

Pero ¿cuál podría ser el sentido de sufrir por desamor? ¿Trae ello acaso alguna ventaja desde un punto de vista evolutivo? Al parecer sí, y esto no resulta sorprendente. La muerte de un ser querido, como la separación amorosa nos generan un dolor ineludible, a prueba de toda voluntad, como si la naturaleza nos quisiera advertir sobre las graves consecuencias que pudieran tener ambos hechos, y que en últimas se traducen en la imposibilidad de llevar a cabo quizá la única verdadera función de los organismos vivos: la necesidad tautológica de dejar, más, más y más copias del propio material genético en las generaciones siguientes. Es razonable suponer entonces que el intento por evitar el dolor asociado a la separación amorosa aumente las probabilidades de que la pareja permanezca unida, lo que se traduce en mayores probabilidades de supervivencia de las crías, al estar doblemente protegidas.

 Y es que, en la especie humana, una infancia prolongada, consecuencia de un cerebro complejo que requiere un desarrollo prolongado, muy probablemente explique por qué el sentimiento romántico haya aparecido como un rasgo propio de nuestra especie.  Además, se podría argumentar que la angustia generada por el desamor promueve la búsqueda de nuevas parejas y conexiones sociales, lo que aumenta tanto la probabilidad de supervivencia del individuo (por el hecho de permanecer en un grupo) como la probabilidad de reproducción (Buss, 1994) (Baumeister, 1995).

Para resumir, en la larga historia de la humanidad aquellos individuos que sintieron mayor angustia relacionada con la separación amorosa tuvieron, en general, mayores probabilidades de sobrevivir y asegurar su continuidad genética. Así como el dolor físico, el dolor amoroso es el precio que debemos pagar por esos mecanismos ciegos e indolentes a nuestros sufrimientos, pero eficaces a la hora de maximizar nuestra eficacia biológica.

Las redes neuronales del desamor

Cuando somos rechazados por alguien, o cuando nuestra pareja decide terminar la relación, podemos sentir un dolor agudo semejante al dolor de una lesión corporal. Kross y colaborabores (2011) llevaron a cabo una serie de resonancias magnéticas funcionales cerebrales en pacientes que habían sufrido rupturas amorosas recientes, y pudieron constatar la activación de áreas cerebrales que se asocian también al procesamiento del dolor físico, tales como la corteza somatosensorial secundaria y la ínsula posterior. Cuando los participantes en el estudio se sometían a estímulos térmicos dolorosos, esas mismas regiones cerebrales aumentaban de inmediato su activación. Otros estudios han mostrado que personas a quienes se les enseña una imagen de su expareja posterior a una ruptura, aumentan la actividad de la ínsula y el cíngulo anteriores, regiones que son fundamentales en el procesamiento del dolor físico (van der Watt, 2021). Así que, al parecer, terminar una relación literalmente duele.

¿Por qué suponer entonces que el dolor emocional es inferior al dolor físico? ¿No deberíamos poder obtener una incapacidad médica cuando terminamos una relación, así como la podemos obtener por un dolor abdominal intenso?

Adicionalmente, muchas veces el dolor emocional puede venir acompañado de otros síntomas como náuseas, disminución del apetito, pérdida de peso y alteraciones en el sueño. Se conjetura que esas reacciones se deban posiblemente a la activación del eje hipotálamo-hipofisiario-adrenal y al aumento de los niveles de cortisol durante el duelo romántico. Este eje se encarga normalmente de la respuesta corporal al estrés y regula diversos procesos corporales tales como el ritmo sueño/vigilia, la digestión, el sistema cardiovascular y el sistema inmune (Slavich, 2010).

Además, tengamos en cuenta que el dolor tras una ruptura puede alterar de manera significativa nuestro comportamiento usual de diversas formas. No es poco común que luego de una separación nos sintamos diferentes, que seamos menos eficientes en el trabajo y que cometamos errores con facilidad. La neurociencia también ofrece una explicación para esto último. Verhallen y colaboradores (2021) evidenciaron, mediante la realización de resonancias magnéticas funcionales y pruebas cognitivas, que aquellos individuos que habían experimentado una ruptura amorosa en los últimos seis meses mostraban menos activación del precúneo y menor rendimiento en las pruebas de memoria de trabajo comparados con el grupo que se encontraba en una relación amorosa estable. La memoria de trabajo es aquella que nos permite mantener transitoriamente en nuestra mente elementos necesarios para realizar una tarea. Es así como la alteración de la memoria de trabajo puede impactar negativamente sobre diversas tareas cognitivas como la comprensión, el razonamiento y la resolución de problemas. Además de generarnos dolor, el desamor nos hace menos eficientes cognitivamente.

El rechazo amoroso y su similitud con la adicción

Cuando somos rechazados por una potencial pareja comenzamos por lo general a presentar pensamientos obsesivos, y sentimos la imperiosa necesidad de contactarnos con esa persona, aun cuando estamos plenamente conscientes de que esa persona no está interesada en establecer ninguna relación con nosotros.

Algo similar puede ocurrir luego de una separación en la cual estemos convencidos de que haber terminado la relación haya sido la decisión correcta. No obstante, aunque estemos seguros de que esa decisión era la mejor posible, ello no impide que sigamos pensando en el otro de manera obsesiva y reverberante. Los pensamientos seguirán apareciendo en nuestra mente de manera recurrente. En ese espejismo absurdo, y después de haber terminado la relación, un impulso irracional nos hace buscar de nuevo al otro, a como dé lugar, como el adicto que busca de manera desesperada la droga que unas horas antes había jurado dejar. 

Las neurociencias nos han mostrado que no es simplemente que seamos personas obsesivas, masoquistas o impulsivas, sino que nos cuesta romper el contacto porque, posterior al rechazo o a la ruptura, nuestro cerebro activa redes neuronales muy similares a aquellas que se activan en los procesos de adicción. Entre esas estructuras, las más importantes son el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y el núcleo estriado ventral, todas ellas relacionadas con el sistema de recompensa, la regulación de las emociones y la motivación (Fisher, 2010).

Las rupturas amorosas pueden llevar entonces a que presentemos síntomas similares a los de la abstinencia física. A veces olvidamos que haber roto el contacto con quien nos rechazó puede generar una angustia similar a aquella del adicto al tabaco que lucha por no fumarse un cigarrillo al final de la tarde. Tal vez sea tiempo de ser menos duros y más comprensivos con nosotros mismos.

Estrategias científicas para el desamor

En medio del afán por acelerar el proceso de recuperación emocional somos susceptibles a caer en trampas pseudocientíficas. Debemos empezar por el principio fundamental de que no hay ninguna estrategia que elimine por completo el dolor asociado al desamor. Existen, sin embargo, herramientas que han mostrado ser superiores a otras en cuanto a la reducción del tiempo y la intensidad del dolor.

Una de las estrategias con mayor evidencia favorable es la terapia cognitivo conductual, una forma de psicoterapia que se basa en la regulación de pensamientos, sentimientos y comportamientos, y que pretende ayudar a la persona a encontrar mecanismos eficaces para sobrepasar su duelo amoroso (Huang, 2021). Entre las herramientas proporcionadas por la terapia cognitivo conductual se encuentra, por ejemplo, la reestructuración cognitiva, donde se pretende modificar pensamientos disfuncionales sobre la ruptura para reducir el impacto emocional (Hermann, 2021). Algunas de estas estrategias consisten, por ejemplo, en cambiar el pensamiento de que “nunca se encontrará a una persona igual” por aquel de que la ruptura corresponde a una experiencia de aprendizaje y habrá nuevas oportunidades.

Existe también una técnica llamada detención del pensamiento, usada con frecuencia en la terapia cognitivo conductual. En esta técnica, el paciente debe identificar cuando comience a “rumiar” pensamientos negativos para decirse a sí mismo: ¡“basta”! Luego debe intentar reorientar de inmediato la atención hacia otro estímulo o pensamiento (Fernández, 2015).

Algunos recomiendan, ante el influjo involuntario de recuerdos dolorosos o pensamientos negativos reiterativos, realizar tareas cognitivas exigentes, como repetir una lista de palabras memorizadas o resolver un problema matemático, esto con el propósito de distraer el pensamiento (Anderson, 2004). Es importante aclarar que estas terapias no pretenden eliminar por completo los eventos pasados o el recuerdo de la persona querida, sino solo aquellos pensamientos recurrentes que generan malestar y disminuyen la funcionalidad y calidad de vida de la persona afectada.

Entre otras herramientas altamente recomendadas por la ciencia se encuentra el ejercicio físico, de al menos 30 minutos al día, el cual ayuda con la regulación emocional al aumentar la liberación de dopamina y disminuir la actividad de la amígdala, estructura cerebral relacionada con el miedo y el procesamiento emocional.

El refuerzo del contacto social, con familiares y amigos, también ha mostrado ayudar con la regulación emocional al aumentar la actividad de la corteza prefrontal (aquella que nos hace seres civilizados) y modular la amígdala. El arte, mediante escritura expresiva, composición o interpretación de música o dibujo y pintura, ha mostrado cierto beneficio en la recuperación tras un duelo amoroso (Wadeson, 2010). Si vamos a sufrir, al menos pongámonos creativos y dejemos que algo bueno salga de todo esto.

Ya que entendemos que las rupturas amorosas comparten mecanismos con la adicción, podríamos preguntarnos: una vez terminada una relación, ¿resulta mejor separarnos de manera gradual de nuestra pareja, para quedar, por ejemplo, como buenos amigos, aun sabiendo que nos duele la ruptura? ¿O sería quizá más conveniente romper todo contacto? Diversos estudios han mostrado que cortar por completo el contacto con la expareja disminuye de manera más rápida la actividad del sistema de la recompensa, facilitando y acortando el duelo amoroso. Por el otro lado, mantener el contacto prolonga la “rumiación” y el refuerzo dopaminérgico, dificultando el desapego y alargando el proceso de superación (Langeslag, 2018).

Conclusión

El dolor emocional posterior al rechazo o la ruptura amorosa es un universal humano, presente en todas las sociedades del mundo. Su existencia no es fortuita, pues tiene el claro propósito evolutivo de aumentar las probabilidades de supervivencia y reproducción. A pesar de su valor evolutivo, el desamor puede ser tan doloroso, o aún más, que las lesiones corporales físicas, un hecho que se ha demostrado mediante la activación de circuitos neuronales similares en estudios de resonancia magnética funcional. Además, el duelo amoroso tiene manifestaciones físicas y cognitivas dramáticas, muy similares a aquellos estados de abstinencia en un adicto.

Existe un dicho popular que dice que “nadie muere de amor”, pero resulta increíble lo bien preparados que están nuestros cerebros para convencernos de lo contrario.

Referencias bibliográficas

Anderson, M. C., Ochsner, K. N., Kuhl, B., Cooper, J., Robertson, E., Gabrieli, S. W., … & Gabrieli, J. D. (2004). Neural systems underlying the suppression of unwanted memories. Science303(5655), 232-235.

Bard, K. A., & Nadler, R. D. (1983). The effect of peer separation in young chimpanzees (Pan troglodytes). American Journal of Primatology5(1), 25-37.

Baumeister, R. F., & Leary, M. R. (1995). “The need to belong: Desire for interpersonal attachments as a fundamental human motivation”. Psychological Bulletin, 117(3), 497-529.

Buss, D. M. (2016). The evolution of desire: Strategies of human mating. Hachette UK.

Fernández-Marcos, T., & Calero-Elvira, A. (2015). Efectos de la detención del pensamiento y la defusión cognitiva sobre el malestar y el manejo de los pensamientos negativos. Behavioral Psychology/Psicologia Conductual23(1).

Fisher, H. E., Brown, L. L., Aron, A., Strong, G., & Mashek, D. (2010). Reward, addiction, and emotion regulation systems associated with rejection in love. Journal of neurophysiology104(1), 51-60.

Hermann, A., Neudert, M. K., Schäfer, A., Zehtner, R. I., Fricke, S., Seinsche, R. J., & Stark, R. (2021). Lasting effects of cognitive emotion regulation: neural correlates of reinterpretation and distancing. Social cognitive and affective neuroscience16(3), 268-279.

Huang, F. Y., Hsu, A. L., Chao, Y. P., Shang, C. M. H., Tsai, J. S., & Wu, C. W. (2021). Mindfulness‐based cognitive therapy on bereavement grief: Alterations of resting‐state network connectivity associate with changes of anxiety and mindfulness. Human brain mapping42(2), 510-520.

Jankowiak, W. R., & Fischer, E. F. (1992). A Cross-Cultural Perspective on Romantic Love. Ethnology31(2), 149–155.

Kross, E., Berman, M. G., Mischel, W., Smith, E. E., & Wager, T. D. (2011). Social rejection shares somatosensory representations with physical pain. Proceedings of the National Academy of Sciences108(15), 6270-6275.

Langeslag, S. J., & Sanchez, M. E. (2018). Down-regulation of love feelings after a romantic break-up: Self-report and electrophysiological data. Journal of Experimental Psychology: General147(5), 720.

Slavich, G. M., O’Donovan, A., Epel, E. S., & Kemeny, M. E. (2010). Black sheep get the blues: A psychobiological model of social rejection and depression. Neuroscience & Biobehavioral Reviews35(1), 39-45.

Van der Watt, A. S. J., Spies, G., Roos, A., Lesch, E., & Seedat, S. (2021). Functional neuroimaging of adult-to-adult romantic attachment separation, rejection, and loss: A systematic review. Journal of Clinical Psychology in Medical Settings28(3), 637-648.

Verhallen, A. M., Renken, R. J., Marsman, J. B. C., & Ter Horst, G. J. (2021). Working memory alterations after a romantic relationship breakup. Frontiers in behavioral neuroscience15, 657264.

Wadeson, H. (2010). Art psychotherapy. John Wiley & Sons.

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