Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

La letra con sangre no siempre entra

¿Se aprende de las experiencias? El refrán “la letra con sangre entra” se asocia con el castigo corporal, sugiere que para aprender hay que hacer un esfuerzo que duela. Existen muchos tipos de aprendizaje, y el aprendizaje preparado es uno de ellos. Este indica que estamos neurológicamente listos para aprender algo, por ejemplo, caminar o hablar. No existe un aprendizaje preparado para escribir o leer.

Estamos diseñados para adquirir conocimientos, sobre todo sociales, pues desde hace cuatro millones de años el nicho social-cognitivo fue haciendo presiones selectivas sobre los homínidos. La sociedad juzga e impone límites a los comportamientos. No solo existen las sanciones que las leyes regulan; también existen las sociales, tales como el escarnio, la destitución y la ridiculización, y son muy eficaces. Nos debatimos entre ser lo que somos (sin importar el qué dirán) y querer gustar, tener amigos y caerles bien. Son aspectos que podrían chocar, pero que no son irreconciliables.

En el espectro enorme y variado de seres humanos, los hay muy extraños, porque parecen no aprender ni bajo tortura, porque no escarmientan, no ceden, no se apabullan, no renuncian a ser lo que son, cueste lo que les cueste. ¿Será posible entender qué pasa en sus cerebros? Estas características parecen necesarias cuando se trata de líderes políticos y sociales. Aquí caben todos los que dan sus vidas por ideales; pero ¿qué pasa con quienes se comportan de esta manera sin un propósito aparente? ¿Sería posible describir las razones que llevan a una persona a repetir los mismos errores? Sobre todo, al saber que pagaron caro por estos desde la primera vez. ¿Creerá la persona que es invulnerable? ¿O será que no siente miedo, ni ansiedad, que no teme a las consecuencias de sus actos?

Dos personajes asombrosos ejemplarizan este aspecto humano: el matemático y médico italiano Gerolamo Cardano (1501-1576) y el pintor holandés Johannes Symonsz van der Beeck (1589-1644), conocido como Torrentius. La historia de Torrentus la cuenta el poeta Zbigniew Herbert en su libro Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos, y la historia fascinante de Cardano la cuenta el matemático Ian Stewart en su libro Mentes maravillosas. Los matemáticos que cambiaron el mundo.

Zbigniew Herbert, además de que ama las bellas artes y las conoce bien, es un escritor extraordinario, profundo, sutil y delicado. Hay que empezar esta historia contando lo que dice el narrador del libro cuando estaba visitando el Museo Real de Ámsterdam, y se encuentra el cuadro que le da nombre a su historia y a su libro. Cito del libro: “De repente, se despierta una aguda curiosidad, una atención tensa; sentidos en estado de alerta, la esperanza de una aventura, el consentimiento de una revelación. Tuve un sentimiento casi físico, como si alguien me llamara, me hiciera señas”.

Estampas holandesas: Resurrección de un pintor maldito. 'Naturaleza muerta  con brida', un misterio sin resolver - Frontera Digital

Naturaleza muerta con brida

Torrentus fue un artista de moda, famoso y rico, que supo crear un aura de misterio a su alrededor. Sabía que una pequeña dosis de charlatanería era atractiva (idea que conocía muy bien Joseph Beuys). En hermosas palabras de Herbert: “Decía, por ejemplo, que en realidad no pintaba, que solo colocaba los colores alrededor de las telas y que ellos solos, bajo el influjo de los sonidos musicales, componían armonía de colores. Pero ¿no es el arte, cualquier arte, un tipo de trasmutación alquímica? De los pigmentos diluidos en el óleo surgen flores, ciudades, golfos marítimos, visiones del paraíso más auténticas que las auténticas”.

Señales al margen: Naturaleza muerta con brida

Johannes Symonsz van der Beeck (1589-1644), conocido como Torrentius

Vayamos a los aspectos desafiantes de su personalidad: tenía fama de libertino y de pervertidor, mantenía cuentas sin saldar, le gustaba discutir y, en especial, alegar sobre asuntos de la fe. Era ágil con las palabras, y con frecuencia dejaba a sus contendores humillados. Sabía que jugaba con candela, pero confiaba en su irresistible encanto personal. En el tire y afloje de sus irreverencias, algún día se le ocurrió decir que, luego de haber estado estudiando las escrituras, había llegado a la innegable conclusión de que Jesucristo era solo un hombre. De golpe, fue arrestado y puesto en prisión. Entonces llegaron los testigos amigos y enemigos. No faltaron quienes supieron aprovechar la situación desventajosa de Torrentus para hacer una imaginativa y cruel lista de acusaciones.

El verdadero crimen del pintor, en opinión de Herbert, fue infringir, ¡con ostentación!, las normas morales aceptadas. Entonces lo juzgaron por impiedad, para tener la excusa que lo eliminara de la sociedad. Fue interrogado cinco veces, que es lo mismo que decir que fue torturado cinco veces. Las cosas pintaron mal hasta que el escándalo llegó a oídos del rey de Inglaterra. El rey Carlos I, admirador de sus pinturas, lo pidió para que fuera pintor en su corte, no sin antes prometerles a los holandeses que no le perdonaría los crímenes a Torrentus y que lo mantendría bajo estricta vigilancia. Al parecer, el comportamiento de Torrentus en Inglaterra dejó mucho que desear. No se sabe por qué ni cómo Torrentus regresó a Ámsterdam. En su mente nada le advirtió que los cuervos lo estaban esperando. Fue llamado de nuevo a indagación y acusado de creencias satánicas y ateas y de pertenecer a la orden Rosacruz. Lo torturaron hasta matarlo.

Herbert concluye: “Si decimos que Torrentus fue diferente, una persona sin ningún parecido con los otros ciudadanos de la república de aquellos tiempos, se trataría de una modestia constatación, apenas un acercamiento de medio paso a su enigma. Un pájaro de colores, desafiante entre aves monocromas. Sin duda trató su propia vida como si esta fuese un material, una materia a la que daba una forma excepcional y rebuscada, por eso quebrantaba las convenciones del momento, aturdía, producía escándalo”.

Sobreviven pocas pinturas suyas, porque las destruyeron para borrar su nombre. Existe la tendencia social, ridícula y pueril, de vengarse de alguien moralmente inaceptable destruyendo su obra, aunque sea espléndida.

La historia de Girolamo Cardano no es menos interesante que la de Torrentus. Escribió una descarnada autobiografía llamada De vita propria. La biografía no fue publicada hasta sesenta años después de su muerte. Cardano fue médico, jugador, espadachín, trovador y matemático de importancia. Dilapidó la fortuna de su familia. Soportó la ruina y la vida en un hospicio. Con un cuchillo, hirió gravemente a un hombre porque pensó que le había hecho trampa. Fue acusado de herejía, y encarcelado. Su hijo mayor fue juzgado por envenenar a su esposa. Al pobre chiflado le cortaron la mano izquierda antes de decapitarlo. Su hijo menor tampoco fue un dechado de virtudes. Aldo se llamaba. Aldo entró a la casa de su padre para robarle joyas y dinero, ya que debía cuantiosas sumas, que había perdido apostando. Aldo fue desterrado de Colonia, y a Cardano le tocó mudarse a Bolonia, para evitar problemas.

Girolamo Cardano. Wikipedia.

Como médico hizo lo que se puede llamar un milagro: le restableció el habla al obispo de Saint Andrews, y por ello recibió la recompensa de 1400 coronas de oro. Lo más increíble es que su convulsionada vida no le impidió estudiar y pensar para escribir, según Ian Stewart, uno de los mejores libros de texto de todos los tiempos: Ars magna. Las reglas del álgebra. Con esta obra, dice Stewart: “El álgebra alcanzó su madurez al adquirir tanto una expresión simbólica como un desarrollo sistemático”. El libro de Stewart, que es delicioso de leer, cuenta la apasionante historia de los concursos públicos entre los matemáticos famosos, que se hacían en las plazas, frente a la gente común, con la finalidad de resolver problemas nuevos y demostrar superioridad intelectual. Se imagina uno la plaza atestada de una gente que no entendía nada, pero que gozaba con la competencia.

Ars Magna or the Rules of Algebra: Girolamo Cardano, T. Richard Witmer:  9780486678115: Amazon.com: Books

El padre de Cardano fue su profesor de Matemáticas y de Astrología. Quería que Cardano estudiara leyes, pero este escogió la Medicina; sin embargo, por la tendencia de Girolamo Cardano a hablar con franqueza y más de la cuenta, el Colegio de Médicos de Milán no aceptó su ingreso. En Bolonia, Giordano logró pelearse con todos los médicos, hasta el punto en que estos se unieron para echarlo del Colegio.

Pero las cosas no se pusieron peludas hasta 1570, año en el que a Girolamo Cardano le dio por hacer el horóscopo de Jesús, y le dio también por alabar a Nerón (en el contexto popular, Nerón era el primero que había martirizado a los cristianos). Con esto fue denunciado por herejía, encarcelado y, aunque finalmente lo liberaron, le fue prohibido ocupar cargos académicos. La suerte lo acompañó, pues tuvo que mudarse a Roma, y allí el papa Gregorio XIII lo perdonó, le concedió una pensión y, además, el Colegio de Médicos de Roma lo aceptó. Entonces fue cuando se puso a escribir su autobiografía. Dejemos a Stewart contar el extraordinario final: “Dice la leyenda que murió por su propia mano porque había predicho el día de su muerte, y el orgullo profesional requería que su predicción fuese correcta”.

Menos mal a la sociedad no le dio por quemar su tratado de álgebra como castigo para borrar su nombre.

 

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