En la antigüedad se usó en Croacia una especie de cinturón, sujetado con un nudo constrictor que dejaba dos lazos sueltos sobre la cadera. Otros pueblos, fascinados con la idea, la copiaron convirtiéndola en moda y haciendo modificaciones a los dos lazos. Se usaron anchos y cortos, delgados y largos, en trenza y de colores; en distintos materiales, como cuero, seda y lino; de distintas dimensiones, uno corto, otro largo y a veces uno solo colgando. También llegaron a simular una cola de vaca, indicadora de estatus. Si la cola terminaba en una punta muy peluda, el estatus de su portador era muy alto, si era calva, el estatus era bajo, y a los esclavos no se les permitía usarlas. Absurdo es usar una cola por delante o por detrás, por donde sea. Esa especie de cinturón nunca existió. En un ejemplo inventado es más fácil ver las tonterías de la moda. La cravat, nombre original de la corbata, no dista mucho en sus características de parecerse a esta historia ficticia.
Los collares son más antiguos que el Homo sapiens, y cuando se remplazan las cuentas duras por un trozo de tela, y este se amarra al cuello, aparecen entre otros la bufanda, el moño, el corbatín y la corbata. Los soldados romanos se sujetaban al cuello un pedazo de tela, como distintivo del grupo; los oradores, un cuero para mantener la garganta caliente, pero en realidad la moda la impuso Luis 16 en Francia. Desde cuando era un niño emuló la apariencia de los soldados croatas que usaban un pañuelo amarrado al cuello. La moda se impuso como lo hace todo atuendo o gesto que provenga de un hombre de alta jerarquía.
¿Algo más absurdo que la corbata? ¡Un pedazo de tela colgando del cuello hasta el ombligo! Da calor, sofoca y es incómoda. Es además antihigiénica pues usualmente es de seda y no se lava casi nunca. Fácilmente se salpica con pedazos de comida y con facilidad va a dar al plato de sopa. Se cuenta que algunos encorbatados murieron ahorcados al ser atrapada la punta de su corbata por una rueda en movimiento. Es excelente para recoger gérmenes, o para colgarse de ella, dado el caso. Es un atavismo cultural que no tiene ningún sentido, tampoco las mancornas, ni el saco (lleno de bolsillos, pesado y tieso, como para no poderse mover cuando se lo usa, pero dejémoslo para otro día).
Los absurdos en la moda pueden mantenerse vivos cientos de años. No se olvide que la peluca masculina se usó durante 150 años. Como daba calor y producía rasquiña, los hombres se afeitaban la cabeza; prescindían de su propio pelo, para usar una porquería costosa, sudorosa, incómoda y para empeorar, empolvada con harina; entre más aparatosa, más elevado el escalafón social del usuario. Y casi desaparecieron del todo, pero dejaron hijos: todavía los empleados de los tribunales británicos las usan.
La moda está plagada de absurdos inadvertidos, pues nacimos entre ellos, viéndolos, estamos acostumbrados a ellos y nos parecen normales, y solo cuando se adopta una posición distante es cuando los podemos juzgar. Ahora, muchos hombres se han dado cuenta de la bobería que es llevar corbata. Pero al comercio nunca le va a interesar que se dejen de usar, que se dejen de vender. Sin el apoyo de los grandes diseñadores de moda, sin el apoyo de personajes de altas esferas esto no va a cambiar, pero a lo mejor el lector sí cambie, al menos él.