
Antonio Vélez: una biografía traicionera de un campeón de la Gran Historia
Antes de publicar en este blog el capítulo sobre Antonio Vélez del Volumen I, Our Place in the Universe: An Introduction to Big History (Nuestro lugar en el Universo: una introducción a la Gran historia) de este proyecto mundial (Big History), editado por Barry Rodrigue, Leonid Grinin y Andrey Korotayev, explico por qué está Antonio en él. Los editores de este primer volumen quisieron destacar a distintas personalidades del mundo entero, cuya característica principal fuera el haber dedicado un gran esfuerzo a la comprensión y divulgación de la historia del Universo y nuestro papel en ella. Antonio Vélez ha escrito varios libros de divulgación científica, entre los cuales hay dos dedicados al tema en cuestión: Del Big Bang al Homo sapiens, publicado por la Editorial Universidad de Antioquia en 1994, y Homo sapiens, publicado en 2006 por Villegas Editores. En El Volumen I de Our Place in the Universe: An Introduction to Big History, Carlos David Londoño, antropólogo, profesor de la Universidad de Regina, Canadá, y experto en las comunidades indígenas del amazonas, escribe la biografía que allí aparece, una biografía que él llama traicionera. Esta es mi traducción del inglés original.


Una biografía traicionera de un campeón de la Gran Historia
Realizada por Carlos David Londoño Sulkin
Traducción de Ana Cristina Vélez Caicedo
El proyecto de Antonio, y el mío
El profesor colombiano de matemáticas y escritor de ciencia Antonio Vélez amerita un lugar en la antología sobre la llamada ‘Big History’, Gran Historia. Desafortunadamente, traducir a Antonio al inglés ha sido terriblemente difícil, y de ahí que en su lugar se incluyera en la antología este relato biográfico y traidor. Antonio tuvo su propio proyecto, muy parecido al de la Gran Historia, antes de saber de su existencia. En 1986, publicó un libro titulado: El Hombre: Herencia y Conducta, tal vez la primera monografía original en español sobre temas de evolución, sociobiología y psicología evolutiva (Londoño 2014; Vélez 1986b). Como la mayor parte de su trabajo, este también se encontraba dentro del género de la divulgación científica. En estos libros, Antonio sintetizó una investigación enorme. En la década de 1990, decidió escribir una trilogía que abordara con un mayor detalle el modelo evolutivo; en su concepto, esta era la idea más importante de la ciencia, si no es que de toda la historia humana. Imaginó un primer libro sobre los procesos evolutivos a diferentes escalas, desde el Big bang hasta la aparición del Homo sapiens, y un segundo en el que se tratara la evolución del Homo sapiens. El tercero sería una historia de los momentos estelares de la cultura, que abordaría el fuego, la música, el arte, la arquitectura, la escritura, los motores, la pólvora, la guerra, las ciudades y la energía atómica, entre otros desarrollos destacados. El primer libro, Del Big Bang al Homo Sapiens, se publicó en 1994. Homo Sapiens salió en 2006. Cuando entrevisté a Antonio en 2013, dijo: “No creo que jamás escriba el tercero, debido a mi edad, y porque quiero hacer otras cosas. Sería una investigación deliciosa, y un libro exitoso. Me distraigo fácilmente, y ahora hay proyectos que me interesan más…”
Antonio Vélez
Antonio es mi suegro, y lo conozco bien desde 1988. Mi motivación perversa por entrevistarlo y escribir sobre él proviene de una combinación de confianza y amor, y de una larga historia de debates ruidosos que hemos sostenido sobre asuntos de naturaleza científica que dan cuenta del comportamiento humano y de distintas formas de vivir. No nos hemos puesto de acuerdo en si la investigación sobre la vida social humana y el comportamiento deba modelarse a partir de la investigación en las ciencias exactas y naturales. Yo estoy convencido de que la subjetividad humana —nuestros pensamientos, emociones, recuerdos y aspiraciones— rápidamente se vuelve imposible de examinar bajo parámetros científico naturales, y en cambio debe interpretarse bajo el reconocimiento de que los intérpretes lo hacen a través de la lente de su propia subjetividad, atrapándonos en un círculo hermenéutico. Las interpretaciones pueden basarse en observaciones empíricas detalladas, pero serán inherentemente cuestionables. Antonio es más optimista sobre el alcance de la ciencia, y cree que la psicología evolutiva y cognitiva pueden ayudar a entender la mayoría de los comportamientos humanos. Pero a veces él suena pragmático, lo que facilita que lleguemos a algún acuerdo. Por ejemplo, me dice: “Las matemáticas son un cuerpo de conocimiento cultural. Los principios se establecen porque suenan sensatos. Se suponen ciertas leyes de inferencia, y un lenguaje propio. A partir del despliegue de todo esto, se obtienen los teoremas. El punto de partida es un gran número de axiomas, que hoy en día ya no calificamos de ‘evidentes’. Es como en el juego de ajedrez, que tiene sus reglas. Si todo esto se aplica, llegamos al mismo posicionamiento de las piezas en el tablero”. Y más adelante agrega: “La matemática y la ciencia son construcciones culturales que funcionan muy bien como máquinas de predicción. El conocimiento debe ser bueno para los propósitos de la predicción”. (No me estoy inventando este breve monólogo, aunque parezca. Antonio ha sido profesor durante más de cincuenta años y sus argumentos en el discurso hablado a menudo están tan bien estructurados que parecen párrafos escritos de manera académica.) Su reconocimiento de que los fundamentos de cualquier sistema de producción de conocimiento se alcanzan socialmente, y que un criterio clave para medir el conocimiento es que sea útil para la predicción, no está demasiado lejos del pragmatismo del filósofo Richard Rorty, aunque los pragmáticos probablemente insistirían en que existen otros criterios además de la predicción. Sin embargo, Antonio no está de acuerdo con el anticuado relativismo cultural de algunos antropólogos de antes de la década de 1970 ni con filosofías como la de Feyerabend, que alegan que no hay razones para decir que la astronomía es superior a la astrología. (Como la mayoría de los antropólogos de hoy, yo también rechazo algunos relativismos; pero acepto otros que Antonio rechaza.)
Emprendí el agradable proyecto de producir esta pequeña biografía moral de Antonio en enero de 2013, en nuestra ciudad natal de Medellín. Me pregunté si podría argumentar que el propio compromiso moral de Antonio y su pasión por la neutralidad científica se explicarían mejor mediante un enfoque interpretativo como el mío, que usando sus propias hipótesis basadas en las ciencias naturales. Lo entrevisté durante unas 30 horas entre 2013 y 2014, tratando de identificar las claves de cómo él se ve a sí mismo. El proyecto (y nuestros debates) continúan.
Ciencia y religión
El sentido de Antonio de su propia biografía privilegia específicamente su desarrollo intelectual, independientemente del hecho de que pusimos mucha atención a esto en nuestra entrevista. A lo largo de los años, me ha impresionado la importancia que tienen para él y para sus hijos la ciencia, la investigación y el intelecto. Incluso sus espacios vitales comunican esta preocupación: su biblioteca personal, cuidadosamente organizada por temas académicos y géneros, cubre las paredes de varias habitaciones de su casa; modelos de cráneos de australopitecos y homínidos de varias especies adornan los estantes superiores, y durante muchos años una serie de fotografías de Einstein, von Neumann, Feynmann, Ramanujan, Darwin y Mendel adornaron la pared de su biblioteca. En cualquier momento, su escritorio puede tener tres o cuatro libros de gramática o diccionarios abiertos, todos asíduamente subrayados. En una casa en la que vivió, tuvo laboratorio de química en el sótano, y por todos lados había parafernalia científica botada. (Miento; él y su esposa Titi en realidad mantenían un hogar organizado y elegante). En las frecuentísimas reuniones de Antonio con familiares y amigos, las conversaciones son siempre animadas y con una marcada preferencia por los temas científicos. Los nombres de Dawkins, Gould, Pinker y Wilson surgen a menudo, al igual que los de varios físicos y matemáticos. Incluso cuando bromea Antonio usa referencias científicas. Por ejemplo, hasta el sol de hoy, nos llamamos el uno al simio, mono o pre-sapiens. (Voy ganando: véase el regalo que le hice de una serie de fotografías en las que un australopiteco se va trasformando, en cuatro pasos, en Antonio; para fabricarlo usé una fotografía suya de cuando era joven. El cuadro pone en duda de que tal transformación haya sido un avance.)

Para aclarar, Antonio es el de la derecha.
En un momento de nuestra entrevista, Antonio afirmó que la ciencia es una forma de asepsia mental, y argumentó que el estudio de la ciencia lleva a deshacerse de las creencias irracionales o a corregirlas. Entre estas incluía la religión. Al abordar el tema de la creencia religiosa en las conversaciones y también en al menos una entrevista publicada, Antonio reiteró que la religión troquela o moldea a las personas cuando son muy jóvenes, lo que lleva a una visión cerrada del mundo. Las personas moldeadas por la religión son insensibles a los argumentos contrarios. Confesó que, por lo general, su prejuicio era que los creyentes religiosos carecían de una buena educación científica. Su propio proceso de abandonar el catolicismo fue una cuestión de interés e importancia para él:
Antonio nació en 1933, el cuarto hijo de una familia numerosa. Entre los diez hijos que tuvieron sus padres, él es el único ateo. Antonio padre (se llamaban igual) era un médico de origen humilde, que Antonio describe como «un jesuita sin sotana», que incluso tenía director espiritual jesuita con quien llevaba a cabo los ejercicios formales de esa orden religiosa para mantener una relación adecuada con Dios. Era bastante ascético, prescribía moderación y evitaba los vicios. Antonio lo describió como un «hombre moral», generoso, que mantuvo la costumbre de invitar todos los días a almorzar a un joven pobre, de familia desfavorecida, y de no cobrar a los pobres por sus servicios médicos. Guardaba su Biblia bajo llave, pues no quería que los niños la leyeran por sí solos, pero junto a su cama siempre tuvo una copia arrugada y subrayada de la Suma Teológica, de Tomás de Aquino. Insistía en que los niños fueran a misa con frecuencia y todas las mañanas los enviaba a la iglesia a recibir la comunión antes del desayuno. A las 7 p.m. rezaba sin falta, con toda la familia, el Santo Rosario. Antonio el viejo hizo importantes sacrificios económicos para enviar a sus hijos varones a un costoso colegio dirigido por jesuitas, en lugar de dejarlos asistir a la escuela pública laica; las niñas, para educarse, tuvieron que esperar hasta que se abriera una escuela de niñas católicas en el vecindario. Los nueve hermanos de Antonio terminaron por ser católicos, apostólicos y romanos, muchos de ellos incluso bastante ortodoxos al respecto.
Para Antonio, la religiosidad de sus hermanos y de sus compañeros planteaba la pregunta de por qué él mismo resultó diferente. “¿Por qué dejé la religión y ninguno de mis compañeros de la escuela lo hizo? ¿Cómo funcionó mi cerebro para darme el valor de abandonar mis creencias católicas? No tenía amigos o maestros que no fueran católicos.” (Mi lectura traidora de las palabras de Antonio subraya su uso de la palabra ‘valor’ para calificar su conversión, y el hecho de que tratara la conversión como su logro personal. Este es el tipo de evidencia que para mí revela una imagen moralmente evaluativa de las cualidades personales más valoradas por él, y que es el fundamento de su perspectiva científica).
Antonio juzgó probable que él hubiera recibido genes ancestrales que lo volvieron escéptico y propenso a cuestionar las creencias de su gente. Sospechaba que procedían de su madre, que aunque era crédula de una variedad de temas esotéricos, era bastante despreocupada al respecto, al menos en comparación con su padre. Recordaba haber creído en Dios estando niño, y haber estado aterrorizado ante la perspectiva de la eternidad representada en los relatos de un letrero en la entrada del infierno que decía “Para nunca jamás”. Recordaba que llegó a sentir la obligación de confesar sus pecados. Pero le molestaban las inconsistencias en las narraciones católicas; lo más temprano que recuerda fue una discusión con su padre sobre un Dios omnisciente que sabía de antemano quién sería condenado al infierno. “Si Dios ya sabía quién se iba a salvar, ¿qué podría hacer yo para salvarme?” Otra inconsistencia que lo molestaba era de tipo moral: era insoportable que una persona que era buena, pero que “murió en pecado” porque había cometido una pequeña infracción y no tuvo tiempo de confesarla antes de morir, fuera condenada. Le parecía injusto y arbitrario. A los dieciséis años, Antonio era ya un creyente apenas tibio. No podía creer en las afirmaciones de que el pan y el vino de alguna manera se transubstanciaban en carne y sangre de Cristo, y llegó a la conclusión de que el ritual de la confesión era un gesto de sumisión odioso y humillante. No quería ofender a su padre con comentarios de incredulidad, pero sí comenzó a desafiarlo con preguntas lógicas. Si Dios era omnipotente y capaz de realizar lo que básicamente equivalía a magia para lograr su voluntad, ¿por qué se molestó en enviar un representante, cuando con un solo acto de voluntad hubiera podido producir los efectos deseados? El viejo, siempre preocupado por el estado moral de su familia, llevaba las preguntas de su hijo a su propio consejero espiritual, y devolvía las respuestas de éste a Antonio.
Antonio comenzó a quedarse fuera de la iglesia durante la misa en lugar de entrar, y en ocasiones se la saltaba por completo. En aquel entonces, en un Medellín muy conservador, la misa ofrecía la oportunidad excepcional de ver y conocer mujeres jóvenes, por lo cual no dejaba de ir. Luego vinieron sus años universitarios. Recuerda haber estudiado la ciencia y el método científico por primera vez, y haber encontrado universalidad en los relatos matemáticos y científicos, por ejemplo, en el hecho de que un teorema parezca funcionar igual de bien en todas partes y para todas las personas. Esto le resultaba fehaciente. Antonio empezó a exigirle igual rigor a todas las explicaciones, y halló que las afirmaciones religiosas no cumplían con sus nuevos estándares. “La ciencia te obliga a pensar, discutir y seguir el razonamiento lógico. Apliqué eso a la religión, que no resiste tal análisis. Con eso, logré cierta tranquilidad con respecto a no ser creyente. Sin embargo, en la casa seguía fingiendo”. Sin embargo, no renunciaba completamente a la existencia de Dios, pues pensaba que podría haber algo de verdad en la historia cristiana. Avanzó más en dirección al ateísmo después de sus años universitarios, cuando fue contratado para enseñar matemáticas en la floreciente Universidad del Valle, en la ciudad de Cali. Era un ambiente intelectual rico y próspero, y allí, un colega francés le prestó un libro que retrataba a Jesús como un guerrillero, y muy humano. Con sus colegas, Antonio estableció un grupo de estudio en el que se asignaba a cada miembro la preparación de un tema para presentar, y juntos estudiaron la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y otros asuntos. Estos temas le dejaban claro que la comprensión intuitiva de las personas sobre el tiempo y los orígenes era bastante imprecisa. También se dio cuenta de que había grandes poblaciones—como toda China y la antigua Grecia– que eran inteligentes y cultivadas pero que no creían en el catolicismo. Estas discusiones le prestaron firmeza a su rechazo a conceptos religiosos de Dios, la salvación y la condena. A medida que abordábamos su proceso de convertirse en apóstata, él mencionaba otras ideas críticas sobre las prácticas y creencias de sus conciudadanos. Se burlaba bonachonamente de una de sus hermanas, porque prendía velas a la Virgen María y rezaba fervientemente a Dios prometiéndole reciprocidad si el Nacional, el equipo de fútbol más querido de Medellín, ganaba este o aquel partido. ¿Qué clase de Dios respondería a tales oraciones? ¡Qué injusto sería con los otros equipos! ¿Y cómo lidiaría Dios con las oraciones de otros para que favoreciera a otros equipos? Y además, ¿qué clase de Dios eterno se dejaría disuadir por intereses tan parroquiales? También me contó sobre las caprichosas protestas que se le ocurrían, tal como pensar que era inimaginable el desperdicio de espacio de memoria cibernética que la omnisciencia de Dios implicaba, si como se decía, Dios conocía la vuelta de cada hoja.
El último clavo en el ataúd de su religiosidad fue el libro Evolución en Acción, de Julian Huxley, que Antonio descubrió en 1965. Ya se había graduado de ingeniero eléctrico en 1955, y había pasado una década enseñando matemáticas en varias universidades colombianas. En 1965 tuvo la oportunidad de hacer un máster en matemáticas en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, con fondos de la Fundación Ford. Fue allí donde compró por 50 centavos una copia usada del librito de Huxley, simplemente porque quería mejorar su vocabulario en inglés. Tenía treinta y dos años en ese momento. “Por primera vez entendí la evolución», me dijo. Su conocimiento del concepto se había limitado a un texto lamarckiano que uno de los hermanos de la escuela jesuita había compartido con los estudiantes de la escuela secundaria. “La teoría de la evolución proponía un mecanismo simple… era muy elegante, y había sido probada y reexaminada muchas veces por agricultores y personas que criaban animales. A partir de ese momento, pensé constantemente en la idea de que los animales y las cosas tienen orígenes simples y luego su complejidad aumenta. También me resolvió el misterio de los orígenes de la humanidad, un misterio que siempre me había impedido renunciar a la existencia de un Dios”.
Antonio quería evitar a toda costa ser como su padre, de quien ha sido muy crítico. El viejo había sido un creyente profundo, muy conservador y ritualista; en cambio, Antonio valora profundamente la investigación escéptica y tiende a despreciar la habitual reproducción conservadora de las formas sociales establecidas. Antonio padre había sido un hipocondríaco, un romántico hostigante y un hombre de poco humor o risas, a quien nunca se le vio participar en ninguna actividad física vigorosa; Antonio, mi suegro, prácticamente nunca se enferma, no cree en relatos románticos de amor, bromea, se ríe a menudo, participa competitivamente y con entusiasmo en distintos deportes y le encanta el trabajo físico. Encuentra a la vez lamentable y absurdo el temor de su padre a “morir en pecado”, lo que lo obligaba a confesar faltas tan tontas como no haber tomado una aspirina y, por lo tanto, atentar pecaminosamente contra la salud de su propio cuerpo, que era no de él sino de Dios. Sin embargo, Antonio y yo estamos de acuerdo en que tal vez sí heredó de su padre la intensidad para con el compromiso académico. Antonio reconoce que era notable que el viejo, cuyos padres habían sido humildes dueños de tienda y que no poseyeron un solo libro, hubiera tenido la motivación y la perseverancia para someterse al considerable sacrificio personal necesario para volverse médico. Además, el viejo había estado interesado en estudiar doctrina, y más aún había escrito un libro sobre el presidente Laureano Gómez; como era de esperar, su admiración fue servil para con uno de los líderes más conservadores y religiosos (y de hecho violentos) que Colombia pudo haber tenido. Antonio prefería pensar que había allí una transmisión biológica antes que social. “Es probable que yo heredara una personalidad que quiere razonar las cosas, así como mi papá quería sacralizarlas.” Luego hizo otra evaluación, tal vez reconociendo que las relaciones sociales podían ser causales: “La obsesión de mi padre por enseñar algo falso me hizo obsesivo con la enseñanza y búsqueda de la verdad”.
Antonio, el escéptico
Otra manifestación del escepticismo de Antonio radica en su campaña entusiasta contra las creencias en fenómenos sobrenaturales y paranormales, y su alegre interés en los estafadores y otros que explotan la credibilidad humana. Todo esto constituye para él una fuente perenne de fascinación, frustración y entretenimiento. Al igual que con la religión, ve su propio escepticismo como una excepción en el contexto de su grupo social. “En Colombia, en la década de 1950, se daba por sentado la existencia de fenómenos sobrenaturales y paranormales… pero nunca creí en que existiera la posibilidad de hablar con los muertos, o en el Tarot. Todas esas cosas me parecían locuras sin pruebas”. Más tarde descubrió y llegó a admirar enormemente al mago James Randi, desmitificador de mitos y fraudes, y durante muchos años estuvo suscrito a la revista Skeptical Inquirer. Antonio fue uno de los primeros en tratar de descubrir fraudes de charlatanes. Recordó el caso de un mago y supuesta “calculadora humana”, llamado Fassman, que visitó Medellín a fines de los años cincuenta. Una de las hazañas atractivas del hombre era que hacía que alguien del público subiera al escenario y propusiera un cálculo largo. En un caballete apartado de la vista de Fassman el cálculo se resolvía. La persona luego leía el problema en voz alta, y Fassman respondía de inmediato. Antonio llevó a varios de sus estudiantes de ingeniería a uno de sus espectáculos, cada uno armado con un problema bien ensayado que involucrara un cálculo complejo y que incorporara a propósito un error difícil de identificar. Llegaron a la conclusión de que tenía un sistema de espejos y podía leer la respuesta que estaba escrita en el caballete.
Antonio también imitó la oferta pública de Randi de pagar una gran cantidad de dinero a cualquiera que pudiera demostrar de manera concluyente que poseía poderes paranormales, bajo observación cuidadosamente controlada. Sólo un hombre se presentó. Esto fue a mediados de la década de 1990, y yo pude presenciar la escena. El hombre alegaba que podía controlar el clima. El sujeto, claramente convencido de que sí tenía algunos poderes, no logró hacer llover ese día. Antonio le propuso varias formas en las que podían probar sus poderes; sugirió que mantuvieran un registro de sus esfuerzos para afectar el clima, pero el hombre nunca quiso hacer el seguimiento. Vi que Antonio se deleitaba con las historias de amigos y conocidos que habían sido engañados por charlatanes, y exploraba con entusiasmo los trucos y mecánicas de las estafas y el rango de credibilidad de las víctimas.
Su fascinación por este tema y su interés por enseñar y popularizar la ciencia lo llevaron a publicar su libro Parasicología: ¿realidad, ficción, o fraude? (Vélez 2000). Con este libro buscó ayudar a los lectores a desarrollar un sentido crítico, habilidades para decidir si aceptar que un supuesto fenómeno paranormal es legítimo. Repasó con detalle la investigación cognitiva, médica y sociológica sobre la percepción y las creencias, algunos conceptos básicos de probabilidad y estadística cuya ignorancia hace creíbles muchas afirmaciones absurdas, y una rica variedad de anécdotas sobre escépticos famosos, por ejemplo, Martin Gardner, James Randi, y Premanand, y todo sobre creyentes, estafadores y defraudadores famosos y no tan famosos, métodos y teorías científicas que arrojaran luz sobre los fundamentos conocidos de los supuestos fenómenos paranormales. Entre otros, estudió sobre la “visión remota” psíquica y precogniciones de varios tipos, magia, telequinesis, telepatía, levitación, adivinación de aguas, astrología, experiencias extracorpóreas, médiums espirituales, reencarnación, percepción dermoóptica, curación psíquica, estigmas, eventos milagrosos de varios tipos, cámaras kirlian, combustión espontánea y ovnis.
Tres años antes había hecho un trabajo crítico similar con respecto a las medicinas alternativas (Vélez, 1997). Su resumen analítico de la investigación y las discusiones sobre estos asuntos buscó captar los éxitos de las prácticas de curación no biomédicas y dar cuenta de ellos, pero también de los malentendidos, los argumentos engañosos de apoyo y los juegos de manos que encontró para reforzarlos. Entre otros, abordó la homeopatía, la acupuntura, la medicina bioenergética, la curación milagrosa y las terapias florales, de aroma, neurales, auriculares, minerales, magnéticas, vibracionales y psíquicas. En Medellín, en la década de los 90, la medicina bioenergética estaba en boga, por lo que Antonio tenía muchas historias al respecto, provenientes de experiencias de amigos y conversaciones con practicantes y experiencias personales. En una ocasión, la esposa de Antonio, Titi, tenía una dolencia menor, por lo que fue con ella a una médica especializada en bioenergética. La médica procedió a pasar dos varillas de metal sobre el cuerpo de Titi, haciendo caras de interesante al tiempo que miraba el medidor de la impresionante máquina a la que estaban cableadas las varillas. La médica concluyó, a partir de los movimientos de la aguja en el medidor, que Titi necesitaba hacer remplazar una amalgama en una muela. La médica explicó algo acerca de los flujos de bioenergía, afirmando que era un tipo especial de energía que fluía a través de los seres vivos. Mientras tanto, Antonio había descubierto que el aparato era simplemente un óhmetro ostensiblemente embellecido para impresionar, y que, como cualquier óhmetro en funcionamiento, medía la resistencia a la corriente eléctrica que corría entre las dos barras, y no ningún tipo de energía especial, como el que la doctora describía. Más tarde, fue con Titi a su dentista, quien se opuso a remplazar una amalgama que estaba en perfecto estado. El libro de Antonio describe los procedimientos de la biomedicina para probar la eficacia de los fármacos y las prácticas de curación; nuevamente, incluye métodos estadísticos y medios para reducir el sesgo de los investigadores, y discute los posibles principios biomédicos detrás de los éxitos indiscutibles de varias prácticas médicas alternativas, cuyas explicaciones causales han sido rechazadas. El efecto placebo es uno de los estudios más interesantes de este libro.
¿Un generalista adaptable, o un hombre voluble?
La amplia producción de Antonio refleja otro aspecto de su personalidad del que es plenamente consciente, y al que enmarca según el momento como una característica positiva o negativa. Me ha dicho: “Me distraigo fácilmente… es un defecto. Por eso no logro llegar muy profundo. Esto solo me permite producir cosas simples”. Algún tiempo después, dijo: “Mi principal defecto es que aspiro a abarcar demasiado… y el problema es que uno así no logra respetabilidad intelectual internacional… pero lo que sucede es que muchas cosas del mundo me seducen, y ¡quiero saber más!” En otro momento me dijo: “Mi historia es una, la de involucrarme intensamente en un asunto, y luego abandonarlo sin arrepentimiento… con la sensación de que ahora estoy haciendo algo mejor”. Por ejemplo: en 1959 se suscribió a Cinema Cinquanteneuf, una revista de cine francés, y durante algunos años formó parte de un club de cine en Medellín. Veía películas con un grupo de amigos con el plan de analizarlas, y además, discutir con ellos los contenidos de la revista de cine Cahier de Cinema. Por supuesto, esto estaba ligado a su interés previo por el francés, que estudió asiduamente en el instituto de la Alianza Francesa, en Cali, hasta que fue capaz de leer literatura francesa sin un diccionario en la mano. (Tristemente, su pronunciación en francés es terrible. Casi tan mala como en inglés, que también puede leer con perfecta fluidez). Durante muchos años leyó casi todas las novelas latinoamericanas enfocadas en las historias de dictadores, motivado inicialmente por su lectura de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, quizás su obra literaria favorita (Vélez, 1981). Esto se extendió luego a un interés en la historia de grandes líderes dictatoriales y crueles, como Napoleón, Hitler y Alejandro Magno. Abandonó sin arrepentimientos todos estos asuntos, como los del cine y la literatura, para perseguir otros intereses.
Le pregunté sobre su decisión en 1967 de no aceptar una oferta de la Universidad de Antioquia para enviarlo de nuevo a los EE. UU. para obtener el doctorado. Me contestó que incluso en ese entonces era consciente de la plasticidad de los cerebros jóvenes, y sentía que él era demasiado viejo. Más importante aún, le parecía aburrido llegar a ese grado de especialización. Utilizó la carrera de su hijo Juan Diego como ejemplo; Juan es un matemático de vanguardia, que ha dedicado varias décadas a resolver problemas abiertos de álgebra conmutativa, problemas que Juan solo puede compartir y discutir con un puñado de estudiosos. Sin duda esto es admirable, y uno puede lograr reconocimiento internacional, pero Antonio cree que se habría sentido aislado y aburrido por los largos y solitarios tramos del proceso y por la demanda de un enfoque exclusivo.
Debo señalar entre paréntesis que Antonio sí se considera a sí mismo un experto en la pedagogía de las matemáticas, y en particular del cálculo, gracias a sus muchos años de enseñanza a los estudiantes. El cálculo definitivamente no es matemática avanzada, pero él tiene la capacidad de ver un problema de cálculo y saber de inmediato cómo funcionará su solución. No tuve que entrevistar a Antonio para tener una imagen del reconocimiento público que tiene en el campo de las matemáticas; a lo largo de los años, he conocido a ingenieros de todas las edades que lo recuerdan como el profesor de matemáticas más eficaz, pedagógicamente hablando, que habían conocido. Los matemáticos más antiguos de Medellín, algunos de ellos que fueron estudiantes suyos, lo reconocen como el primero en dictar las matemáticas modernas en la ciudad. Además, varios habían estudiado álgebra utilizando un libro de texto que Antonio publicó en 1986, o versiones de borrador anteriores (Vélez, 1986a). Su trabajo en el campo de la pedagogía matemática continuó hasta 2017. Aunque se retiró durante muchos años, volvió a la Universidad EAFIT a dar clases particulares a estudiantes de pregrado con problemas en cálculo o con ganas de participar en matemáticas más avanzadas. Hace algunos años, como parte de su trabajo de consultoría con EAFIT, diseñó una batería de pruebas que realizó en varias escuelas secundarias, para ver cuáles colegios y escuelas tenían los mejores programas de matemáticas. Su último proyecto es una respuesta a una solicitud personal del gobernador de Antioquia para que Antonio y su hijo Juan creen programas de capacitación y herramientas para mejorar la pedagogía de los maestros de matemáticas locales. (Nota posterior: Antonio anota en el 2018 que ha hecho hasta lo imposible por hacer seminarios con profesores en distintas universidades donde propone cómo y qué enseñar en el siglo 21, en el campo de las matemáticas. Está convencido de que el uso de las herramientas electrónicas ha cambiado los temas y la forma de enseñar las matemáticas. Pero ha encontrado mucha resistencia y no ha logrado su objetivo.)
En algún momento de nuestra conversación, Antonio le dio un giro más positivo a su propensión a cansarse después de un tiempo de estar tratando cualquier tema o práctica. Contrastó las estrategias de generalistas y especialistas en la historia evolutiva: “Los especialistas como los koalas se mueren cuando desaparecen las hojas de eucalipto; los generalistas, por otra parte, se adaptan. […] Elegí convertirme en un generalista… no por mi propia cuenta, sino por mis apetitos naturales… y así me convertí en un divulgador de la ciencia”. Es cierto que a lo largo de los años Antonio se ha dejado distraer por temas no solo de evolución, ciencia y escepticismo, sino también por la astronomía (Vélez, no publicado) (Vélez 1997, 2012), la resolución de acertijos y los procesos del pensamiento creativo (Vélez y Vélez 2002, y Vélez et al 2013), y aspectos formales de la lengua española (numerosos artículos). Una excelente muestra de la diversidad de sus intereses se puede encontrar en su colección de ensayos, De π a pa (Vélez 2002b). Esta colección de diecisiete ensayos comienza con una introducción en la que se declara con franqueza inclinado hacia el positivismo y descaradamente optimista respecto al potencial de la ciencia. Algunos ensayos abordan los grandes temas de sus libros previos, pero otros abordan temas nuevos: la homosexualidad, la territorialidad y el nacionalismo, la Biblia, la sobrepoblación, la historia de las máquinas de escribir, las vicisitudes históricas y los rasgos curiosos del número π, la ignorancia respecto a la probabilidad y la estadística, el calendario gregoriano, y la razón pura. La diversidad de tópicos y su prosa entretenida atrajeron la atención de una gran corporación, Legis, quienes le solicitaron que escribiera para su boletín quincenal de leyes y contabilidad, una columna de curiosidades; en el momento de la entrevista, había estado escribiéndola fielmente por casi once años. Son miles los lectores de sus libros, columnas y artículos, principalmente en Colombia.
Libro, El humor.(Nota posterior: Antonio publicó un libro en el que da una explicación a la existencia del humor; allí propone los posibles orígenes biológicos de este misterio, así como sus mecanismos psicológicos y retóricos. Luego, en compañía de un amigo suyo, el médico William Álvarez, escribió Imperfecciones corporales. Una visión Evolutiva, sobre los defectos que portamos debido a los intrincados caminos que toma la evolución).

Me siento tentado a comparar a Antonio con las ratas, que otro héroe suyo, Konrad Lorenz, describió como criaturas de una curiosidad insaciable, y que olisquean aquí y allá para conocer su entorno, incluso por razones distintas de encontrar comida o escondite. (Dios mío. ¿Cuántos yernos compararían a sus suegros con ratas?) El hecho es que este señor siempre ha sido muy curioso, singularmente motivado por satisfacer su curiosidad, y bastante metódico en su proceso de satisfacerla. Al menos, esta es la imagen que tengo, y creo que él la valora. Ya sea que estuviera interesado en transmitir esta imagen de sí mismo o no, se las ha arreglado para convertirse en uno de los seres humanos más competentes de los que tengo conocimiento, en una increíble variedad de actividades y temas. Sus publicaciones ya sugieren esto. Pero ha sido una “rata” estudiosa de otros asuntos. Se ha deleitado con los rompecabezas de todo tipo, físicos y mentales, y los ha construido y recolectado a lo largo de los años (ver foto 3). Entre 1967 y 1980, Antonio trabajó en el departamento de Investigación operativa en la gran empresa textil colombiana Coltejer, donde hizo uso de la expansión de las matemáticas aplicadas y trabajó con la nueva tecnología informática—un computador del tamaño de un cuarto, y tuvo que aprender a escribir software para tres modelos distintos de computadoras, en lenguajes que se volvían obsoletos rápidamente. En 1990, él y un socio iniciaron una fábrica de galvanoplastia. Antonio tuvo que aprender todo acerca del proceso químico y del negocio, del cual no tenía ninguna experiencia.
La curiosidad de Antonio lo llevó a unirse o crear grupos de estudio en la mayoría de las instituciones en las que trabajó. Se unió a la Universidad del Valle, en la ciudad de Cali, en 1957, en un momento en que el gobernador del departamento de Valle estaba invirtiendo masivamente en el lugar. Por tanto, había una próspera comunidad de académicos, algunos de ellos con doctorados, que eran entonces muy escasos en Colombia. Antonio fue el más joven de los maestros. Eran optimistas y ansiosos por aprender e investigar, y organizaron conferencias y cursos breves para su propio pequeño grupo. Así fue como Antonio aprendió álgebra lineal, química, estadística, ingeniería estructural, cine, literatura y música. Se encargó de estudiar física relativista y enseñársela a sus colegas. (Estoy escribiendo desde una universidad canadiense en 2014, en un momento en que los recortes a los fondos públicos para las universidades de Europa y América del Norte han afectado gravemente los medios económicos de gran número de académicos, con impactos negativos sobre la calidad de la educación postsecundaria. El retrato que Antonio hace del optimismo y la exaltación intelectual de la Universidad del Valle de la época me hacen sentir nostalgia y envidia). Luego, creó grupos similares en la Universidad de Antioquia, e incluso en el departamento de Investigación operativa, de Coltejer, la empresa textil que lo contrató por más de una década. Fue en la preparación de un curso sobre sociobiología y psicología evolutiva, para colegas docentes de la Universidad de Antioquia a principios de la década de 1980, cuando desarrolló el material para su primer libro El hombre herencia y conducta (Vélez 1986b).
Primera edición de El hombre herencia y conducta.
Subvirtiendo los conservatismos
Otra característica intelectual de Antonio que vale la pena mencionar brevemente es su opinión crítica sobre el conservadurismo que impide mejoras en la comodidad, la eficacia y la eficiencia. Por eso, se alegró con los dictámenes de la Real Academia de la Lengua Española que cambiaron la ortografía de términos como sicología (psicología) o nemotecnia (mnemotecnia), donde respectivamente la «p» y la «m» eran silenciosas. Él es un experto en el uso correcto del idioma español, ha invertido muchos años en estudiar, escribir y debatir sobre este, pero está feliz de ver que las reglas arcanas que aprendió fueron abolidas. Pero es práctico y rechaza algunas de estas supuestas simplificaciones, como la propuesta del escritor Fernando Vallejo de adoptar un alfabeto más estrictamente fonético que se deshaga de una serie de convenciones ortográficas; le molesta pues hacerlo implica un trabajo descomunal (Vélez 2013). Antonio ha escrito sobre diseños más prácticos para teclados, señalando que los teclados QWERTY se crearon en parte para limitar la velocidad de los mecanógrafos y, por tanto, para reducir la posibilidad de que las teclas se presionen en una sucesión demasiado rápida y se peguen, como solía ocurrir en las máquinas de escribir. En la actualidad, ese problema no se presenta en los teclados para computadores. Este es un caso en el que los usuarios más antiguos no querrían cambiar, pero los nuevos aprendices podrían aprender desde el principio a escribir con teclados más ergonómicos e “inteligentes”. Un motivo de preocupación con respecto a los automóviles, es que según él son demasiado grandes y derrochadores, por razones relacionadas con el estatus social y la mente estrecha del conservadurismo público.
Antonio también ha participado en un gran número de discusiones y debates sobre la pedagogía de las matemáticas. ¿Por qué se enseña a los niños a dividir fracciones usando el denominador común más pequeño? ¿Por qué hay tanta repetición de operaciones que las computadoras y las calculadoras hacen ahora por nosotros? Él protesta, porque piensa que deberíamos enseñar a los niños conceptos básicos, para luego centrarnos en enseñarles cómo usar las calculadoras electrónicas, ahora que están disponibles para todo el mundo. En uno de esos debates, rechazó el hecho de enseñar a los jóvenes practicantes el funcionamiento interno de todo tipo de cajas negras, desde los algoritmos básicos que sustentan nuestras operaciones para la división larga, hasta el cómo funcionan las calculadoras. “Vivimos en un mundo de cajas negras, y sería increíblemente largo y con pocos beneficios convertir en un proyecto el enseñar a los niños a fondo sobre estas. Dejemos las cajas negras a los expertos en cajas negras”, dice.
Un profesor de profesores
La enseñanza permeó la vida de Antonio, y se extendió también a sus relaciones familiares. Me dijo en broma que había hecho la escuela secundaria una docena de veces, una vez con cada uno de sus hijos, y muchas veces con varios de sus hermanos, sobrinos e hijos de amigos, a los que dio tutoría en distintas materias escolares. Una vez le pregunté por qué sus tres hijos estaban tan apegados a él; yo encontraba extraordinario el hecho de que Juan, Ana y Maritza, adultos entre los cuarenta y pico y los cincuenta y pico, lo llamaran por teléfono todos los días. Ellos buscan su consejo para tomar decisiones importantes y, en general, lo adoran como a una deidad sabia, cálida y hogareña. Él respondió que tal vez era porque él siempre había sido un profesor para ellos. Los dos hijos mayores publican, respectivamente, una columna de periódico semanal y un blog popular, e infaliblemente ambos envían cada escrito a su padre para la revisión, crítica y edición de este. Ellos dicen que al papá no se le pasa un error gramatical o de sintaxis; al respecto, Juan comenta que es notable que su padre de 85 años de edad todavía es un maestro para ellos.
Como mencioné anteriormente, a menudo no estoy de acuerdo con Antonio en cuanto a cómo dar explicación a las vidas y maneras humanas. Por ejemplo, en su escepticismo y pasión por el conocimiento, veo más la reproducción social de valores antiguos disponibles de manera desigual en las sociedades urbanas, de tipo occidental, modernas (entre las cuales yo incluiría a Medellín), que una inclinación genética distribuida diferencialmente. Me parece claro que ha conducido su vida a la luz de un proyecto moral reconocible, admirable, que está admirablemente comprometido con una imagen de independencia intelectual y resistencia crítica a la tradición y a la moda. Ya sea que yo tenga razón o no, sus valores y entendimientos, lo que llamaría su proyecto moral, han pasado a las nuevas generaciones, y sin duda él ha sido extraordinariamente eficaz en su contribución a este. Por ejemplo, sus tres hijos son eruditos comprometidos con la ciencia, escritores que publican, escépticos, ateos (y, a veces, ferozmente anticlericales). También son seguidores de David Attenborough, Richard Dawkins y Steven Pinker. Confío en que entre los estudiantes de Antonio y sus lectores, que son muchos, en miles, él también haya moldeado o influido ampliamente en sus actitudes y entendimientos. Desde luego, ha contribuido significativamente a allanar el terreno para la Gran Historia, en esta parte del mundo.
Referencias
Huxley, Julian. Evolution in Action. New York: Harper & Brothers, 1953.
Londoño, Julio Cesar. Sobre un género crucial. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/julio-cesar-londono/sobre-genero-crucial. Septiembre 18, 2014
Vélez, Antonio. La Tierra en el Cosmos, manuscrito sin publicar.
—— “El collage en el Otoño del Patriarca. Estudio crítico sobre la obra en mención del escritor Gabriel García Márquez”, El Mundo Semanal, Medellín, May 2, 1981.
—— Álgebra Moderna. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1986a.
——El Hombre: Herencia y Conducta. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1986b.
—— Medicinas Alternativas. Bogotá: Planeta Colombiana, 1997.
——Parapsicología ¿realidad, ficción o fraude? Santafé de Bogotá: Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2000.
—— “La sal del cuento. Orígenes evolutivos de la sonrisa y la risa y su conexión con el humor”, Revista Universidad de Antioquia 268, Mayo of 2002a.
——De π a pa. Toledo, España: Editorial Lengua de Trapo, 2002b.
——Del Big Bang al Homo sapiens. Bogotá: Villegas editores, 2004.
——Homo Sapiens. Bogotá: Villegas editores, 2006.
——El Humor. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2011.
—— “La nueva ortografía de Vallejo.” El Espectador, October 10, 2013. http://www.elespectador.com/noticias/cultura/nueva-ortografia-de-vallejo-articulo-451773
y Vélez, Juan Diego. Neuróbicos. Medellín: Dann Regional, 2002.
Vélez, Antonio, Vélez, Juan Diego, and Vélez, Ana Cristina. Pensamiento Creativo. Bogotá: Villegas editores, 2010.
Vélez, Antonio y Álvarez William, Imperfecciones Corporales, Editorial CES, Medellín, 2014.