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Un voto de confianza

Por: ANDRÉS FELIPE TOBÓN VILLADA (@tobonvillada)

Si bien esto que escribo ahora es, en principio, una columna de opinión cuya temática general es la política y, por tanto, debiera versar sobre asuntos coyunturales que se entretejen en las dinámicas actuales del país: Cabales, elecciones, Petro; me tomo el atrevimiento de escribir sobre un asunto bastante más importante que estos que acabo de mencionar, que se aleja de la simple coyuntura, la cual solo es interesante para los periodistas que se creen jueces y a los que a veces nos volvemos paranoicos con esto que llamamos “país”. Escribo en función de la confianza.

Mis lectores asiduos sabrán y se percatarán de que este es un tema en el que insisto incansablemente, y no única y exclusivamente porque comprendo este asunto como de radical importancia para nuestro país, sino también porque en el calor de las campañas políticas y de las afirmaciones de todos los candidatos, la confianza aparece como un lugar común altamente repetitivo, y que se resume –insisto: en todas las campañas- bajo la bandera de “recuperar la confianza de los ciudadanos colombianos en las instituciones del gobierno”. No me malinterpreten. Por supuesto que considero que este es un elemento indispensable y absolutamente útil para pensar en materia de política y gobierno. El problema que encuentro es que la confianza no sobrepasa los límites de esta afirmación, y se queda afincada en el lugar común que le corresponde: ser el simple resultado de un gobierno que pretende ser bueno.

Palabras más palabras menos, nos intentan convencer de que tendrán gobiernos tan adecuados, tan bien desarrollados, que nosotros, ciudadanos colombianos críticos, los premiaremos con la confianza en el gobierno. Así, confunden confianza y legitimidad, peor aún, confunden confianza con aprobación. Están seguros de que el fenómeno de desconfianza interpersonal, social e institucional, es un asunto que aumentará a medida que aumente la aprobación de los ciudadanos respecto del accionar del Presidente de la República.

Amigos míos, no confundamos confianza. Confianza ni es legitimidad ni es aprobación de la labor pública. Quien cree esto, es quien no comprende el alcance del fenómeno; no comprende el papel fundamental que esta juega en materia de construcción de sociedad. Quien asemeja confianza y aprobación, simplemente no habla de confianza. Así pues, pareciera que nos vemos avocados a una reconfiguración de las encuestas de opinión que indagan por la aprobación de la labor de las instituciones públicas. Sin embargo, el cambio solo será estético, retórico: la palabra confianza no solo es más bonita que “aprobación”, sino que tiene más poder de convencimiento.

Si no garantizamos la construcción de políticas serias, que no comprendan la confianza como un asunto añadido, sino como principio básico de las relaciones sociales que dan lugar a las configuraciones que deben interesar al Estado y que, por supuesto, nos interesan como ciudadanos; seguiremos pensando que la única garantía de la autoridad del Estado es el miedo. La confianza no solo es apoyo de tal autoridad, sino que se constituye en detonante sustancial de las relaciones entre los hombres: aquellas que son verdaderamente cotidianas, y que poco tienen que ver con las instituciones públicas que tanto le preocupan a los candidatos.

Si pudiera, votaría por la confianza.

 

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