Por: MARCO FIDEL AGUDELO CANO (@canocanomarco)
“Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos”
Simón Bolívar
Militar y político venezolano
Quise otros candidatos, otras opciones políticas más democráticas. Pero ni modo, nuestro grado de civilidad aún no tiene esos alcances, ni la altura política. Ante esta carencia, toca proceder como los militares, elegir el menor de los males posibles. Para ser honesto y con todo lo que implica, prefiero a Santos con su mermelada, que a Uribe con sus muertos.
Bien lo dice Ruiz en su artículo “Con tan precario ejercicio de la ciudadanía, es apenas normal que un sector del país piense que si le dan rejo es porque lo quieren. Que la violencia es amor.”[i]
¿Por qué tantas personas, movimientos sociales y políticos, organizaciones de trabajadores, indígenas, intelectuales, comunidades internacionales y países cercanos piden no elegir a Uribe? Perdón, quise decir Zuluaga. Los que nos hacemos llamar demócratas, amantes de las libertades civiles, respetuosos de la institucionalidad, protectores de los derechos humanos y la inclusión social, nos volcamos en estos quince días a votar por un presidente que, si bien nos desprestigia como sociedad, ha demostrado ser mejor opción que el oscurantismo godo y malicioso del señor Uribe y su política de ultra derecha.
Más de tres décadas de función pública, comunidades enteras, diversos informes de derechos humanos, múltiples denuncias ante la Corte Interamericana, la Corte Penal Internacional, la Unión Europea, juzgados, defensorías, personerías, entes de control y ONGs reconocen al señor Uribe y sus secuaces como asiduos victimarios en su condición de presidente de la República, gobernador de Antioquia y su primer periodo como senador.
Si tienen dudas pregúntenles a los campesinos de Montes de María, a los dirigentes sindicales del Urabá, a los minifundistas de Córdoba, a los defensores de derechos humanos y periodistas, a mineros del Bajo Cauca y Magdalena Medio. Sé que dirán que esto no se trata de Uribe, que el candidato es Zuluaga, pero creo que esas minucias ya están resueltas.
No es sólo él, es lo que representa y defiende. Un estilo particular para dirigir al Estado, una forma de concebir la libertad y la vida de las personas, es la imposición de un orden social que raya con la exclusión, el miedo y la muerte. En su gobierno muchas fueron las desapariciones forzadas (solamente falsos positivos fueron más de cuatro mil setecientas) y sea como fuere y cualquiera sea su justificación, es un crimen contra los ciudadanos, un riesgo para la vida y bienestar de las personas y una violación a la Constitución.
Bien lo explica el Centro de Memoria Histórica en uno de los informes presentados esta semana: “La desaparición forzada como método implica el intento por borrar todo rastro de la víctima y del hecho en sí mismo. En tanto mensaje es contundente por su poder de anunciar que las personas víctimas, su rol social, ideas, humanidad y posición en la sociedad pueden ser anuladas a merced del poder absoluto del perpetrador”[ii].
Y agrega: “Como mensaje advierte a las comunidades y la sociedad en general, sobre el poder ilimitado del victimario, en cuanto a que son capaces de todo y de volver a hacer lo mismo a otros que muestren características similares a las víctimas desaparecidas, por lo tanto su efecto es inmovilizador y obstruye expresiones parecidas a las que representaba la víctima”. Aún con tanta barbarie a cuestas, los victimarios se sienten héroes, van y vienen en el Congreso y participaron de su doble periodo presidencial.
Y ni qué hablar del uso gamonal de las instituciones y de las relaciones internacionales, donde claramente no hizo gala de su palabra favorita, “la prudencia”. Haciendo uso desprevenido de la memoria, recuerdo su presidencia como un periodo oscuro, lleno de actos dictatoriales, donde cualquier protesta o divergencia se castigó con fuerza pública, censura informativa y reiteradas frases de “terroristas”, “apátridas” y “traidores” para quienes reclamaban más protección del Estado.
Recuerdo el terror entre los trabajadores sindicalizados, la desesperanza de los funcionarios públicos y de ONGs, la regresión en varios temas garantistas como la salud y su Ley 100, la educación superior, la reforma laboral y la precarización de las garantías en el trabajo con la ley 789, claramente expuestos en múltiples investigaciones entre ellas un par de libros llamados el Embrujo Autoritario de la Plataforma Colombiana de Derechos Humanos.
Como muchos colombianos, no tengo más elementos que los recuerdos, las versiones cotidianas y una que otra vivencia que me indica que la derecha colombiana está cargada de dolor revanchista y claros propósitos de venganza.
Uno no sabe qué esperar de Santos como gobernante y eso no me gusta, debo admitirlo, pero sería un obtuso si no le reconozco su apuesta por mejorar las condiciones laborales a través de la creación del Ministerio del Trabajo, su promoción de los sindicatos en medios de comunicación y la protesta social como forma de expresión del trabajo decente en cumplimiento de los convenios internacionales de la OIT firmados por Colombia, así como la creación de la Secretaría de la Transparencia, la Ley de Acceso a la Información y el Estatuto Anticorrupción. Esto, hay que admitirlo, es propio de un gobierno que piensa en la modernización del Estado.
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[i] http://www.semana.com/opinion/articulo/colombia-le-gusta-que-la-maltraten-en-politica-opinion-de-marta-ruiz/390289-3
[ii]http://www.elespectador.com/opinion/editorial/tienen-aparecer-articulo-495465?utm_source=ICCK&utm_medium=Newsletter&utm_campaign=NewsletterEE&cmp=NewsletterEE
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