Por: Luis Gabriel Merino (@luisgabrielmeri)
Para los que vivan fuera del Valle de Aburrá, no se imaginen que con el término Alborada nos referimos a una composición musical dedicada a exaltar la estética del amanecer, ni a poemas líricos sobre amantes que se separan antes que el sol salga, tal como lo indicaría la definición de la palabra. No. Como en Medellín el eufemismo es poderoso, con Alborada nos referimos a una estridencia orquestada de cientos de kilos de pólvora estallando al unísono en todos los rincones de la ciudad, la primera madrugada de cada diciembre. Un espectáculo patético, para los amantes de la tranquilidad, el silencio y los animales. Dicen que la idea fue de los hombres Don Berna, el 1 de diciembre del 2003, quienes después de ganarle la guerra al Bloque Metro de Doble Cero, acudieron a la estridencia para celebrar su desmovilización e incorporación a la vida civil.
La problemática de la pólvora no es nueva obviamente y el tema es un infortunado déjà-vu decembrino. Algunos ya dicen que el mes más feliz comienza triste, y no es para menos. Hasta hoy viernes cuando escribo, más de 20 personas han resultado quemadas en el departamento, la mayoría de ellos menores. Hay historias absurdas como la niña de 5 años que perdió el ojo cuando caminaba por una de las calles de Manrique, al ser herida con una papeleta. Se han incautado toneladas de pólvora en Antioquia. La ciudadanía tiene que entender que el manejo de pólvora en manos de particulares es un verdadero agravio a los derechos fundamentales de la vida, la integridad, la salud y el derecho de gozar de un ambiente sano.
Dijo en Twitter un buen amigo esta semana que “aceptar la Alborada es aceptar que la delincuencia define la cultura de la ciudad”. Pero la Alborada no debe de ser cuestionada solamente porque tenga origen paramilitar o mafioso. Es inaceptable porque es ilegal, tal como lo denota el decreto 1869 del 7 de Noviembre del 2014 donde la administración municipal, con suficientes justificaciones, prohíbe el uso de la pólvora por parte de particulares. Lo que tendríamos que preguntarnos no es solamente quien y como se originó, sino como y quienes lo perpetúan. Don Berna está en una cárcel de Estados Unidos, a salvo del estruendo de toda papeleta, mientras los niños están en las calles de nuestra ciudad, expuestos a la mutilación. Sí, es posible que un grupo armado ilegal haya iniciado el fenómeno, pero es la ciudad, 10 años después, la que lo sigue replicando cada primero de diciembre.
Pero la imagen de toda una ciudad encerrada por las papeletas, es una historia a medias. Se han creado otros referentes y simbolismos culturales importantes como alternativas, tal como lo hizo el Teatro Pablo Tobón Uribe en la avenida La Playa con los aplaudibles “Días de Playa”, o con “Lluvia para la Alborada”, en la que se llenó la avenida de sombrillas coloridas, cantos y rituales, con el fin de traer un aguacero grande que acabara con la fiesta del ruido.
Decía Cortázar que la cultura es el ejercicio profundo de la identidad. Sé muy bien que Medellín actualmente es mucho más que su historia y creo que son millones los esfuerzos diarios de los antioqueños para transformar el imaginario mafioso. Pero tratar de negar de tajo nuestra historia es francamente ingenuo. Negar el pasado no lo elimina. Lo que es necesario es seguir resignificando la ciudad, tal como nos lo está enseñando el Pablo Tobón, producir nuevos referentes y reflexiones serias que permitan replantearnos de dónde venimos y para donde vamos y encontrar nuevas formas de expresar la pasión y la alegría sin tener que recurrir a herirnos, quemarnos y mutilarnos con pólvora.
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