Por: Daniel Yepes (@yepesnaranjo)
Nadie se ríe de este país. Desde que asesinaron a Jaime Garzón, la ironía, “esa arma sin precedentes contra los demasiados poderosos” como diría Camus, dejó de ser un arma letal para la corrupción, la violencia, los políticos, las fuerzas militares, la iglesia y la sociedad en general.
Aquí todo pasa sin levantar ampolla. Los paramilitares son aplaudidos en el Congreso, las Farc asesinan una niña de dos años con una granada, los exministros evaden la justicia que pretende condenarlos por corrupción, siguen asesinando periodistas, la sequía mata a nuestros animales en Casanare y a nuestros niños en La Guajira, y no sentimos nada. Estamos anestesiados.
Garzón nos enseñó que la risa era la mejor forma de digerir y comprender nuestra terrible realidad. Era una forma de combate digno, porque la ironía es la única arma de los condenados. Con su ausencia, nada nos espera más que la inacción de la resignación. Lo lograron quienes nos pisotean.
15 años y no hay culpables. Su desaparición es más grave no tanto por su ausencia física como por el espíritu que representaba: una oposición legal, inteligente y feroz contra las estructuras del poder mafioso que mandaban y mandan nuestro país.
A Jaime nos lo arrancaron de muy adentro. Hoy, su cinismo y su ironía no le pertenecen a nadie, y más que dos armas de resistencia, son vistas como el mejor argumento para ser asesinado. Nadie se ríe del país.
Tenemos mucho miedo. Decir lo que nos incomoda es un ejercicio peligroso en un país que tiene el dedo en el gatillo: del arma, de la palabra, del twitter.
Garzón se permitía incomodar a quienes nos incomodan delante del televidente y, con un embolador, un portero, un militar o un viejito godo, nos mostraba cómo ser libres; nos permitía serlo.
No volverá, es claro, fue asesinado. Pero perder lo que representaba sería algo de lo que sólo nosotros seríamos culpables. Permitámonos ser, como él, implacables con el país y con todos los que lo habitamos, mirarnos a la cara y reírnos, enfrentarnos, cuestionarnos, y saber y aceptar, de una vez por todas, que todos somos culpables de esta realidad que nos tiene llevados del putas.
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