Por: LAURA GALLEGO (@lauragallegom)
Sobre los diálogos de paz se ha dicho de todo un poco. Desde las construcciones teóricas más sofisticadas hasta los comentarios de cajón más faltos de sentido político común. Ese sentido del cual en Colombia se conoce poco.No me propongo, por supuesto, sacar al lector del desconcierto que genera el interés por formarse un concepto medianamente claro sobre las discusiones de la Paz en Colombia. Pero si quiero señalar un par de asuntos importantes.
Quisiera reflexionar a propósito del falso dilema en el que nos han enfrascado los medios de comunicación y fundamentalmente, insisto, la disputa Santos vs Uribe. Es de mi interés señalar que sobre lo importante, pocos se atreven a debatir, construir, proponer. Pero sobre lo trivial, como estamos ya acostumbrados en el panorama político nacional, siempre hay personajes ligeros y motivos frívolos que quieren exaltar lo procedimental sobre lo sustancial respecto del reto que se ha trazado Colombia hoy: la PAZ en “mayúsculas”.
El primer llamado de atención es que la paz, como aspiración real, como oportunidad histórica, como bien ciudadano se ha disipado en la discusión sobre el instrumento ¿firmamos o no firmamos? Una pregunta simple para lo cual no estamos preparados, y si así lo estuviéramos, sobre la cual no hace falta ahondar, porque es elresultado, no un fin en sí mismo. ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo sobre lo básico? ¿Por qué la Paz no es hoy una aspiración indiscutible?
De un lado los medios de comunicación cumplen un rol disipador y poco claro sobre lo realmente importante en términos de informar sobre el qué, sobre la paz y los acuerdos en torno a ella, el contenido sustancial de la aspiración. La paz se convierte hoy, en época de elecciones, en un bien electoral que se simplifica en quienes le apuestan al discurso de la pacificación o al discurso de la guerra. La desinformación hace que de la paz y la continuidad del conflicto dependan los triunfos políticos. Sorprende que un país que ha aclamado la paz por décadas se deje encasillar y vea la posibilidad de aglutinarse en torno a un proyecto de desarrollo, como una decisión sobre la que aún se debe pensar un poco más.
De otro lado el Estado, en medio del falso dilema resultado de la desinformación sobre la paz y la guerra, ha estado más preocupado por adelantarse a la confrontación mediática, partidista y electoral, que por asumir un rol propositivo a favor del qué de la paz. Más allá de inquietarse por la confrontación, el reto de informar, aclarar y construir consenso en torno a la paz en el territorio, con los ciudadanos, con las autoridades locales, debe convertirse en la hoja de ruta que debe guiar la perspectiva política de los gobernantes hoy, destacando la ventana de oportunidad que supone ponerle fin al conflicto.
Finalmente el ciudadano quien, lógicamente confundido, ha puesto en manos de sus representantes la decisión sobre la paz, se ha olvidado de una pregunta esencial ¿A quién le debe interesar la paz? ¿Quién debe decidir sobre el qué y el cómo de la paz? ¿Quiénes construyen y materializan la aspiración? ¿Qué tengo que ver en todo este proceso?
Ponerse de acuerdo sobre el qué y el porqué de la Paz es la tarea fundamental de los gobernantes y ciudadanos colombianos hoy. La posibilidad de la paz no debe ser hoy objeto de dudas ni divergencias. Frente a la paz el ciudadano colombiano hoy no debe escoger ni preguntarse sí puede hacer algo, cuando si cómo aportar, construir y ponerse de acuerdo sobre los elementos cardinales que suponen materializar la paz. La paz, citando a Iván Marulanda Gómez, “no es únicamente firmar un acuerdo entre guerreros, la paz es transformar las mentalidades de la población y las realidades de la sociedad. (…) El problema no es qué vamos a hacer con los guerrilleros, el problema es qué vamos a hacer con nosotros”.
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