Por: ALEJANDRO GAMBOA (@dalejogamboa)
No son un secreto por favor, pecaríamos de hipócritas si no reconocemos que desde siempre sospechamos que ahí, en el ejército, bajo la bandera de defender la democracia, se han cometido miles de los crímenes atroces de esta guerra atroz que envenena la nación. Produce escalofríos comprobarla, claro, sin duda pasar de sospechar a confirmar es como pasar de tener una herida a echarle sal y limón en su abertura más profunda.
Pero, por qué duelen tanto las revelaciones sobre corrupción, posible uso ilegal de ventajas operativas o chuzadas y la propuesta de ataque a la insitucionalidad que se supone debe defender. Y es que me preguntaba cómo podría reflexionar de manera objetiva sobre un asunto tan grave. Señalar no basta, dejar las cosas en el fácil dilema entre inocentes y culpables sigue siendo inapropiado, entre otras porque en estos momentos el país necesita análisis más ponderados, voces que pinten el gris de los asuntos y oídos que escuchen esa franja; procurar entender esa franja gris de la realidad puede ser el remedio más contundente para combatir la política del miedo, esa que juega con el caos y la ignorancia.
Por eso, intentaré poner mi visión sobre el asunto, sin pretender que sea la única forma de verlo, hablándole principalmente a quienes defienden a ciegas todo el estamento militar procurando mantener un patriotismo incuestionable, lo cual incluye a hombre y mujeres que, estando dentro de la institución, creen profundamente en su labor y la hacen con una entrega admirable.
Como hemos visto, y proviniendo de altos mandos militares, no sabemos qué es más grave, si robar los recursos del Estado, sacar provecho personal de éstos a través de comisiones en contratos, chuzar a personas que se han desatacado por la defensa de los derechos humanos, que trabajan en este momento por la construcción de un escenario de paz, o afirmar que es necesario conformar un cartel contra la fiscalía general de la nación para obstruir su labor, cuando debería preocuparse por facilitarla.
De ese calibre son las situaciones que han resaltado de parte del ejército esta semana y que deben ser la punta del iceberg. Duelen, angustian. Día tras día nos toca ver como caen muchachos jóvenes que han luchado por entrar a la carrera militar haciendo esfuerzos grandísimos, jóvenes que han entregado su vida a la institución porque creen en una causa o porque buscan una seguridad laboral. Han dejado sus padres, madres, sus familias, para hacerse en la punta de lanza de la ofensiva contra quienes pretenden desestabilizar el Estado, atentar contra la Constitución.
Estos actos de corrupción manchan su nombre, el de esos jóvenes; cada iniciativa que desde el ejército o las fuerzas militares en general se usa para desestabilizar el Estado o para combatir una parte de ese sistema es una deshonra a la memoria de esas víctimas.
Los culpables parece que quieren hacernos creer lo contrario y es vulgar tal intención. Creer que la vida de esos jóvenes en los campos de Colombia, tratando de entregar paz al país, es una excusa para mantener un fuero que les permita hacer actos ilegales es un despropósito.
Bajo la razón de mantener la moral de las tropas cada acto ilegal perseguido dentro de la institución militar, es señalado como un ataque, un asunto de grave ofensa. Cuando debería ser al contrario.
Hay que poner el mensaje claro a cada héroe de Colombia que arriesga su vida por nosotros, a todos los colombianos y colombianas, y es que poner bajo las rejas de las cárceles, perseguir y castigar cada acto ilegal dentro de la institución militar es una labor para defender su honor y aumentar su moral, porque perseguir esos delitos es asegurar que su trabajo no es en vano, que vivir sin saber cuándo llegará la siguiente ráfaga de balas, vale la pena.
Tener un sistema judicial activo, una fiscalía ágil y contundente, es por lo que ellos luchan y no para tapar los delitos de quienes desde dentro de las fuerzas militares pretenden chantajear la sociedad, al Estado y al Presidente con el sacrificio de quienes enfrentan la batalla.
Ojalá, cada día esté más claro para quiénes construyen la institución militar, que su pulcritud en el ejercicio de las funciones es la garantía para la paz y no el motivo para acorralarnos y poner un velo sobre cada acto ilegal que desde dentro se comete. Hay que parar con este chantaje general.
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