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Ansias de igualdad

Por: Manuela Restrepo (@manurs13)

No se necesita hacer parte de una minoría o de un colectivo específico para alzar la voz de protesta cuando se le vulneran sus derechos o para tomar en las manos la bandera de su causa. No soy afrodescendiente, ni árabe, ni gitana y sin embargo el racismo me parece la más absurda de las discriminaciones. No soy niña ni adolescente, pero defiendo sus causas entendiendo que sólo así se defiende el futuro, y no soy Lgtbi, pero defiendo sus derechos como si fueran los míos.

La homofobia, esa absurda aversión por la diversidad sexual, es una de las nefastas herencias que nos han dejado las religiones y que algunos de los más conservadores sectores de estas atrasadas sociedades latinoamericanas se empeñan por mantener vigente.

Es tan absurdo el hecho de negarles la posibilidad de casarse o la de adoptar, como la de llamarlos anormales, algo bastante común dentro de la población homofóbica.

Anormal me parece a mí aquel que discrimina, que denigra del otro y que su razón no le alcanza para comprender la evidente normalidad de una persona Lgtbi. Anormal es pensar que porque un niño recibe amor de dos madres o dos padres será amor dañino, o que por esto será homosexual también. ¿No son acaso nuestros homosexuales colombianos nacidos y criados en familias heterosexuales? Anormal es pensar que es mejor que un niño no reciba amor a que lo reciba por dos personas del mismo sexo. Anormal es también pensar que la ley debe aplicarse bajo los preceptos de una iglesia católica que no es la de todos, ¿y si mi religión o espiritualidad no prohíbe que me case, haga mi vida y conforme una familia con alguien de mi mismo sexo, por qué lo haría la ley civil? Anormal es que a usted todo esto le parezca normal.

Muy penosas situaciones tienen que vivir nuestros colombianos pertenecientes a la comunidad Lgtbi: bullying constante en colegios, universidades y ámbitos laborales, temor a que alguna de nuestras autoridades armadas decida desestresarse con ellos, segregación en sitios públicos y miradas y señalamientos constantes que los obligan a esconderse y no besarse ni tomarse de las manos en público como lo hacemos el resto de los mortales.

El camino ha sido largo y los últimos diez años han sido sin duda los más fructuosos para esta comunidad que le ha tocado casi con sangre, como nos tocó a las mujeres en otra época, ganarse sus derechos. Han logrado que se les reconozca una unión de hecho con todos sus derechos, patrimoniales y de seguridad social, se les ha reconocido como familia y por lo tanto su protección constitucional, han conseguido la adopción en algunos casos, pero sobretodo han captado la atención de toda la sociedad. Pusieron sus derechos e intereses en la agenda nacional y lograron un gran aliado en la Corte Constitucional ante las actuaciones acomodadas de un Congreso que pareciera no legislar para todos.

Estos éxitos, y los que faltan por venir, se le deben agradecer y celebrar también a la ONG Colombia Diversa, que celebró por estos días sus primeros diez años de existencia. Movimientos como este nos devuelven la esperanza a los que creemos en la razón por encima de la pasión y en los derechos humanos como inalienables. Un aplauso para Colombia Diversa y todos los que trabajan por esta noble causa, que el tiempo y las adversidades sólo fortalezcan el espíritu de lucha y las ansias de igualdad.

 

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