Por: Daniel Yepes Naranjo (@yepesnaranjo)
Estas dos semanas anteriores el país se vio inmerso en una oleada de aparente indignación frente a hechos atroces como el asesinato de los niños en Florencia por parte de Cristopher Chávez, alias el Desalmado, hecho que él mismo relató con total frialdad a la Revista Semana.
El martes, en las horas de la mañana, nos despertamos con la noticia de la muerte de Camila Abuabara, la joven de 25 años que luchó en dos frentes contra la leucemia que padecía y el sistema de salud colombiano. No se hicieron esperar las reacciones en redes sociales de todos los que veían en Camila la reivindicación del derecho a la vida.
Ese mismo día, la diputada panameña Zulay Rodríguez llamó escoria a los colombianos inmigrantes en su país, y fue Troya. A voz en cuello pedíamos respeto para nuestros compatriotas y fue claro, una vez más, que colombiano cariao mata a la mama. Ese odio que nos une nos hubiera llevado hasta a linchar, decentemente, no como una escoria, a la diputada si nos la hubiesen soltado en plaza pública.
Y hablamos de pena de muerte, de cadena perpetua, de sacar al ministro, de mantenerlo en su cargo, de no viajar a Panamá, de prohibir la entrada de panameños al país, de sacar a la canciller, de mantenerla en su cargo. Y pasó la oleada y las aguas bravas se calmaron.
Colombia, definitivamente, es el país al que define el día a día.
Lo paradójico de todo es que indignados por lo sucedido con los niños en el Caquetá y proclamando la protección a la niñez, callamos frente a la decisión tomada por la Corte Constitucional sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo que impide que miles de niños puedan gozar de un hogar en el que van a encontrar amor y protección.
Indignados por lo de Camila hablamos del derecho a la vida como si en realidad lo apreciáramos en un país donde hay 14.000 homicidios al año.
Furiosos por lo de la diputada panameña olvidamos que entre rolos, costeños, vallunos y paisas no nos podemos ver a causa de ese sentimiento chauvinista con el que tratamos de calificar quienes son mejores que otros.
A esperar, pues, los próximos 15 minuticos.
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