Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Pirámides y simetría

Pronunciar la palabra pirámide es como cerrar los ojos y recordar las fotografías mil veces vistas, aquellas de un amarillo quemado del desierto contrastando con un intenso cielo azul, y entre las arenas, alzándose, majestuosas, las tres pirámides de Egipto. Su fascinación se extiende a través de los siglos y hasta la eternidad. En el colegio se aprenden esos tres nombres rítmicos, labrados para siempre en la memoria: Keops, Kefrén y Micerinos, moles que parecen imposibles de construir, que nos invitan a pensar en visitantes de otros mundos, sólidas como montañas y casi tan inmensas.

Las pirámides más hermosas son la de Keops, en Egipto y la del Sol, en México. Keops fue construida 3.000 años antes de Cristo y tiene casi 150 metros de altura y 230 metros en cada lado de su base; la del Sol, en Teotihuacán, México, fue levantada 150 años después de Cristo, su altitud es de 70 metros y cada lado de su base mide 223 metros. Tan fascinante como estas dos, por su hermosura, es la pirámide o templo de Kukulkán, en Chichén Itzá, que se alza 24 metros sobre el suelo y cada lado de su base mide 55 metros.

De las memorias despojada, la pirámide del Sol, en Bosnia, es mucho más alta que la de Keops, mide 220 metros, casi desconocida para la gente, porque se sospecha que es una formación geológica. Es enorme comparada con las demás, que no sean de este siglo, pues los arquitectos moderno están levantando pirámides que alcanzan las estrellas, como el hotel Ryu Gyong, en Corea cuya altura alcanza 330 metros.

Construidas para cumplir diferentes propósitos, las pirámides se relacionan con los conceptos de vida, muerte y cosmos. No hay nada caprichoso en sus diseños, hasta sus ubicaciones fueron estudiadas con sumo cuidado. Las caras de Keops miran, con precisión astronómica, a los cuatro puntos cardinales; y en el templo de Kukulkán, que significa serpiente emplumada, cada grada está diseñada para que sus sombras, en ciertas épocas del año, den la ilusión de una gran serpiente que se mueve por la pirámide, además de muchos otros detalles astronómicos que se han ido descubriendo y otros más, inventando…

La civilización se modifica y evoluciona siguiendo el mismo principio de la naturaleza: cambio y selección. Que culturas tan distintas, y en diferentes épocas, lleguen a la pirámide como templo o sarcófago muestra que en esa forma hay algo que nos convence, y que además, es factible construirlas con distintas tecnologías. Hacer un gran monumento es un acto significativo, implica una gran inversión de tiempo y recursos humanos, por tanto debe responder a un gran propósito. En la mayoría de los casos, estas inmensas construcciones fueron realizadas para albergar a los muertos importantes, a los grandes jefes; pero más que enterrarlos se trataba de acercarlos a los dioses. Las pirámides son recintos para la otra vida, para vivir en la eternidad. Estas formas, sin que conozcamos la razón de su influencia, de su actuar, nos hacen sentir en otro reino, en uno más allá, ¿por qué parecen negar la mortalidad?

La simetría perfecta, sumada a la monumentalidad, producen una sensación de sacralidad. Está en nosotros los humanos la capacidad de percibirla, en los objetos y en los actos. Como la belleza, lo sacro es una categoría que adjudicamos, que responde a un sentimiento humano, sofisticado, indeleble y muy útil, que nos doblega, y que se despierta por medio de los sentidos. Sin ese sentimiento irracional no respetaríamos ciertos lugares, no guardaríamos con esmero algunos objetos, escritos, palabras, ideas y comportamientos. La simetría en un volumen, la perfecta simetría geométrica, sumada al efecto de un tamaño descomunal para la escala humana nos sobrecogen. La categoría de lo sagrado está profundamente enraizada en nuestra naturaleza, nos deja pensarnos menos terrenales, digamos, más cósmicos. El asunto no es solo el de poder ver y maravillarnos, se trata de reconocer el poder que las formas ejercen sobre nuestra psiquis; saber que ellas solas, con sus almas de piedra son capaces de ponernos de rodillas.

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