Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

El derecho al silencio

Con el avance de la civilización hemos ido perdiendo algunos derechos y ganando otros. Lo que sí es ruidosamente claro es que hemos perdido el derecho al silencio. Por qué no nos ponemos de acuerdo y ponemos una tutela a las políticas en el mundo que permiten tocar música en cualquier lugar, nos obligan a oírla en todos los momentos del día y de la noche y sin descanso.

Cuando la música no es de nuestro agrado es tortura. Y ¿cómo conciliar los gustos musicales de tantas personas, de distintas culturas y edades? es imposible. En los supermercados, en los almacenes, en los graneros, en los restaurantes, en los aeropuertos, en el vecindario, en todas partes nos obligan a oír la música alguien determinó y a niveles de volumen dañinos para el oído; incluso en los teléfonos, cuando esperamos que nos atiendan, carajo, quién dijo que necesitábamos repetida “entretención”. Que cada cual elija su música y la oiga con sus audífonos, para no importunarnos ni fastidiarnos con su mal gusto. Y es que la música de los otros, de todos los otros nos suena mal, nos parece insoportable, ruido, y esa es una regla que se aplica en todas las direcciones: la que me gusta a mí también es horrible para los demás.
Las regiones vírgenes, naturales se han ido acabando. Son los únicos espacios libres de música, ah, y dentro del agua en los océanos. Y cada vez queda menos espacio en el mundo para otros seres que no sean bípedos racionales. Si el mundo en el 2012 ha sido el mejor de los mundos posibles para el hombre, ha sido el peor de los mundos posibles para los animales, las aguas, las plantas y la atmósfera. Qué egocéntricos somos.
Me pregunto qué se pretende al tocar música en todas partes: que nos volvamos sordos o que nos convirtamos en imbéciles. ¡Nos rellenan el escaso tiempo, la imaginación, el derecho a la contemplación y a la paz!

Unámonos los que queremos catar la golosina del silencio.

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