Catrecillo

Publicado el Ana Cristina Vélez

Abramovic o Las cabezas que se mueven

A Marina Abramovic se la ha tildado de abusiva en su último performance. En muchas situaciones se puede hablar de abuso consentido. Cuando, por ejemplo, se abren puestos de trabajo mal remunerados en lugares empobrecidos. Ahora, ¿se puede hablar de abuso en el caso de voluntarios, que sin necesidades económicas grandes, se presentanpara actuar en un performance donde con previa advertencia serían sometidos a tres horas de incomodidad física y a cierta vulnerabilidad sicológica con el público? Creo que no.

Atletas, bailarines y actores, doscientos en total, se presentaron libremente a entrevista para participar en el más reciente performace de Marina Abramovic. Ochenta y cinco fueron seleccionados.Durante tres horas debían sacar la cabeza por agujeros ubicados en los centros de las mesas en las que cenaban los comensalesde la fiesta de gala, que el museo MOCA, en Los Angeles, celebró el 12 de noviembre del 2011.Cada invitado pagó 2500 dólares, por asistir a la cena; una forma de donación al museo.

La artista yugoslava, que vive en Nueva York, advirtió a los artistas las condiciones del performance: debían pasar arrodillados el tiempo que durara la cena, rotando las cabezas, haciendo contacto visual con la gente, en silencio, pero dejándose alimentar, en el caso de que el público así lo quisiera y tal vez expuestos a algún tipo de contacto debajo de la mesa.
Marina Abramovic describió el proyecto como una investigación sobre la temporalidad, la intimidad y el poder del silencio: una performance que involucraba la mirada y la resistencia a reaccionar. Abramovic consideraba que el performance cambiaría la dinámica de la sala, llegandoquizás a quitar la naturalidad de la situación o produciendo cierta incomodidad.
Los comensales fueron pensados como parte del espectáculo. Y quizás para volverlo evidente debían ingresar a las salas usando batas de laboratorio, que fueron repartidas a la entrada. A los espectadores también se les entregó un manual de comportamiento, para evitar que se presentara algún tipo de abuso contra los performistas.

La bailarina Yvonne Rainer hizo circular una carta criticando el proyecto, calificándolo de explotador y grotesco. Dirigió su carta a Jeffrey Deitch, director del museo MOCA. Para Yvonne, el perfomance sometía a sus artistas a una humillación pública; consideraba que usar el cuerpo de otros para entretener y recaudar fondos, con una idea absurda de dominantes y dominados, era vergonzoso. Se preguntaba si por amor al arte todo estaba permitido.

Abramovic respondió a la crítica asegurando que la representación en sí misma traería algún tipo de dignidad, serenidady concentración a la situación normal de una gala, y cambiaría la energía del espacio… Las acusaciones no podían ser hechas antes de que se viera realmente qué pasaría en el peformance, además “todos saben que infligir vulnerabilidad física es una de las características de mi trabajo, así como examinar los limites mentales y físicos humanos”, aseguró.

150 dólares se le pagaron a cada actor por su participación y se les hizo miembros del museo durante un año.

El performance no suena muy interesante, ni especialmente degradante. No hay humillación en una situación fingida, como las del arte. Uno puede imaginar que seguramente sí se logró producir cierta incomodidad en los comensales; sin embargo, los artistas participantes lo hicieron no solo con libertad sino además seguramente sintiéndose muy importantes al tener la oportunidad de trabajar para una artista famosa. La acción proporcionaba un tipo de beneficio, sobre todo en prestigio, algo en dinero, en membrecía. A los seres humanos nos encanta estar en situaciones elitistas. Somos ridículos, nos arrodillamos ante lo exclusivo, solo que estos cambiaron una corta genuflexión en una arrodillada de tres horas, y seguro pasaron rico; allá ellos, ¿abusados? No, pues el acto obedeció a una decisión madura, plenamente advertida y consentida.
Marina Abramovich en el MOCA

Comentarios