Tareas no hechas

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Buscando a Dunav Kuzmanich encontré el comienzo de las protestas estudiantiles en Chile.

(El 9 de agosto del año 2008, en  Santa Fe de Antioquia, murió el cineasta chileno Dunav Kuzmanich. A sus 73 años había dirigido cinco largometrajes en Colombia y, con su cuñado Pepe Sánchez, había creado y realizado la serie Don Chinche, referencia fundamental en la historia de la televisión nacional. Murió acompañado de algunos amigos, rodeado de flores, consecuente con su vida, desconocido por el público, ignorado por las nuevas generaciones de cineastas y olvidado por el mundo cinematográfico del país. Tal cual él mismo lo había querido y propiciado. Entre su herencia dejó más quince películas escritas, una cartilla en la que enseña su método personal de narración cinematográfica y un movimiento audiovisual, conformado por discípulos y amigos, con los que hizo la mejor película colombiana del año 2007: Apocalipsur.

En mayo del 2011 viajé a Santiago de Chile, representando a la corporación que lleva su nombre, para recoger información sobre los comienzos cinematográficos y las andanzas políticas de quien fuera nuestro profesor de cine y maestro de vida. Este es un fragmento del diario de viaje escrito a mediados de mayo, cuando recién empezaba a agitarse el movimiento estudiantil que hoy sigue exigiendo, cada vez con más fuerza, el derecho a la educación gratuita en ese país).


Mayo 12, jueves

11:00 p.m.
Anoche tocó Paul MacCarney en el estadio nacional de Santiago y tampoco fui. Yo casi no voy a nada. Cómo es de bueno no haber ido. Antonio Skármeta acaba de lanzar una novela sobre los últimos de días de la dictadura:»Los días del arcoiris». Universidad Católica (el equipo de Duni) perdió 2 a 1 con Peñarol por dos errores del arquero. Los estudiantes chilenos salieron hoy a protestar contra el actual sistema educativo y a exigir, entre otras cosas, educación universitaria gratuita para el 60 por ciento de la población.

Y precisamente con estudiantes empecé el día y pasé la tarde. En la mañana llegaron hasta Riquelme 578, Carlos Molina y sus dos compañeros en un trabajo de investigación sobre Dunav, realizado para la facultad de cine de la Universidad de Chile. Yo los esperaba en la puerta. Nos saludamos cordialmente, como primos lejanos pero al fin familiares, y caminamos conversando. Fuimos a un negocio en la plaza Brasil y los invité a un café que me permitió comprobar, a través del método fáctico, que Santiago es la ciudad más cara del mundo. Y probablemente del sistema solar.

Carlos tiene mechas ensortijadas y una mirada tan atenta que le hace ver los ojos más chiquitos. Él y sus dos compañeros empiezan a hacerme un resumen de la investigación. Entre las cosas que me cuentan están los dos viajes que hizo Dunav joven como mochilero: un viaje él solo y el otro con Ernesto Malbrá, un actor y mimo que he estado tratando de ubicar toda la tarde. Carlos me habla de cómo empezaron la investigación sobre un desconocido (desconocido para ellos, que son estudiantes de cine y en general para los chilenos, menos para algunos de sus profesores como Luis Horta y Pedro Chaskel, que fueron quienes les propusieron el tema) y cómo terminaron encontrando un personaje complejo, que ahora admiran, al que se refieren con emoción y del que esperan escuchar muchas cosas a través de este colombiano que lo conoció en persona. Nos paramos de la mesa, pago la cuenta en la cafetería del Fondo Monetario Internacional y salimos. Quedamos de vernos mañana y nos despedimos en una estación del metro.

Hora y media más tarde di con otros estudiantes, en la Avenida Libertador O`Higgins, una calle principal, anchísima, con circulación en las dos direcciones, separadas por un cordón del mismo ancho que las calles, con árboles y bancas para sentarse. O’Higgins es cortada por la Avenida del Ejército Libertador, sobre la que están ubicadas las sedes de múltiples universidades privadas, en una de las cuales trabaja Sonia Kuzmanich, la hermana de Duni. Venía de saludar a Sonia y concertar una cita cuando, en la intersección de las dos calles que acabo de mencionar, apareció una estampida de muchachos, algunos de ellos encapuchados. Se pararon en el semáforo a detener los carros y a gritar consignas contra las políticas educativas del actual gobierno, mientras partían piedras grandes sobre el suelo para convertirlas en chiquitas. No eran muchos, unos 30 y hasta chicas adolescente de uniforme había. Me llamaron la atención específicamente éstas últimas y las observé con detenimiento hasta que apareció una tanqueta antimotines voleando chorros de agua a diestra y siniestra para dar comienzo al consabido ritual de las piedras, los ladrillos, los robocops, los encapuchados enfrentando a los robocops, los tanques avanzando, los estudiantes dispersándose, los tanques alejándose, los estudiantes apareciendo en otro lugar al que los tanques vuelven…

Perseguí el despelote para donde se fuera, buscando esa adrenalina, esa sensación de muerte cercana, ese vértigo que hay en el ojo del huracán de las batallas y que en Colombia se puede encontrar solamente con contestarle feo a un taxista. Pero esto que yo veía era  como un enfrentamiento simbólico. Ni una papa bomba, ni una explosioncita, ni un herido grave, ni siquiera gases lacrimógenos. Esa ausencia de gases lacrimógenos me produjo ganas de llorar.

Pero fue la marcha que yo vi, la que me tocó. Porque en otras zonas de la ciudad y en otras ciudades del país sí hubo trifulcas bravas, con heridos y todo y con detenidos y maltratados por la policía, tal cual exigen las normas internacionales de enfrentamientos entre estudiantes y policías.

Abandoné la calle de mi marcha, pasé por el lado de una lánguida fogata de protesta (hojitas del otoño haciendo combustión en medio de un trapo rociado con alcohol) y me fui a tomar el metro, a extraviarme y llegar tarde a otra cita. Cuando escribo la ubicación de este evento con calles precisas parece como si dominara las direcciones de Santiago. Yo vivo perdido, no podría volver y no me acordaría de los nombres de esas calles. Pero anoto en un papelito. La mejor recomendación que le hago a la gente despistada y con mala memoria es que anote en un papelito y, sobre todo, que se acuerden bien dónde dejan el papelito.

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