La realidad de sufrir cualquier enfermedad nos plantea el encuentro con el dolor y el sufrimiento y a los colombianos esa circunstancia nos presenta un factor adicional que profundiza el padecimiento: se trata de la atención deshumanizada en el sistema de salud.
Bien sea del régimen contributivo, subsidiado o de prepagada todos deberíamos ser atendidos con la misma calidad en los diferentes consultorios y centros de salud.
De los 47 millones de colombianos, aproximadamente solo un millón tiene medicina prepagada y puede seleccionar médicos o instituciones para su atención.
Pero esos afiliados también tienen el sistema contributivo que, en últimas, es el que paga los costos de salud, cuando se declaran las llamadas preexistencias y que no tienen cobertura en ningún plan de privado de salud.
Hoy pareciera que clínicas, hospitales y centros de atención anhelaran con ser facturadores exclusivos de esos planes privados, pues así evitan las carteras morosas, los flujos complejos de facturación, someterse a la economía de mercado, enfrentarse a la regulación del ministerio en medicamentos, procedimientos y demás.
En algunas ciudades del país declararse usuario de medicina privada da status y un halo de protección frente a la complejidad del sistema y, antes de entender la realidad de enfermar, algunos se interesan más por el edificio donde lo van a tratar o el tipo de camas que se va a usar, que en la idoneidad y calidad de médicos y enfermeras. A la postre todos son del mismo sistema de salud.
Otra cosa son aquellos colombianos que, teniendo la posibilidad de adquirir planes de medicina prepagada, prefieren invertir su dinero en “algo que les produzca”, pues conocen bien su derecho a la salud y saben con claridad cómo y en dónde exigir.
El año pasado con la visita del Papa Francisco a Colombia surgió un tema interesante: la vulnerabilidad. Esto se representó en Bogotá, en el encuentro del Pontífice con una paciente en situación de discapacidad. Allí Francisco dijo: “…Un mundo en el que la vulnerabilidad sea considerada como la esencia de lo humano, porque todos somos vulnerables, adentro, en los sentimientos, en tantas cosas que no nos funcionan adentro, pero nadie las ve”.
Quienes nos hemos formado en hospitales y ejercemos la medicina al lado de los pacientes con sus realidades individuales somos conscientes del vínculo entre el paciente, médicos y enfermeras. Sabemos que el cuidado del padecimiento es sagrado y que aquí no cabe la distinción entre medicina privada, régimen contributivo o el subsidiado.
El paciente llega a un punto de “vulnerabilidad” donde se manifiesta a plenitud la realidad trascendente del ser humano y no se puede tratar un paciente por su condición de afiliación a un asegurado; las rutas de atención terminan con los mismos medicamentos, la misma tecnología y el mismo personal sanitario.
Enfermedades agudas o súbitas que llevan al paciente a una unidad de cuidado intensivo le quitan la conciencia y, para salvar su vida, aparece dependiendo de un ventilador, de una serie se sustancias inotrópicas y del criterio de los médicos; la familia queda circunscrita a una sala de espera, donde le informan periódicamente acerca de la evolución de su ser querido.
Allí la vulnerabilidad es protagonista. La fragilidad es total y el estrato social pierde sentido; todos somos igualmente vulnerables. Pobres en la dignidad del ser humano, es una pobreza basada en la humildad de esa realidad, allí no vale la hotelería, lo que importa es el tono humano de quienes lo cuidan. Es fundamental la visión humanizada de la comunicación de ese grupo de médicos y enfermeras frente a los pacientes. Quizás el secreto de la felicidad es aceptar nuestra debilidad y pobreza frente a la realidad de nuestra vida.
Quienes trabajan en hospitales, bien sea como administrativos o personal asistencial, se deben preguntar cómo acogen al enfermo, cómo acompañan sus familias, qué programas facilitan la educación en salud de pacientes y cuidadores.
A veces olvidamos que somos susceptibles de estar en ese momento biográfico de cualquier ser humano, que es la enfermedad. Allí no es la medicina prepagada o el régimen subsidiado o el contributivo el que marca la diferencia. La diferencia la dan los procesos de humanización, que ayuda a que el personal en salud pueda verter en esos pacientes cuidado y caridad alrededor de cada situación particular.
Quienes administramos hospitales tenemos el desafío de lograr que todos los pacientes sean sujeto del cuidado que requieren, de las condiciones que faciliten sus tratamientos y, finalmente, que logremos demostrar que no son los planes de salud los que definen un tratamiento; somos los médicos y las enfermeras quienes elevamos el tono humano y acabamos con el espejismo que el paciente se mejora en escenarios arquitectónicos, mediante elevados planes de salud. Esta actitud es la que marca la diferencia en cada paciente y en su familia.