Me llaman Bebé. Cuenta mi madre que mi virtud era la risa. De bebé siempre sonreía, con dientes y sin ellos. Algo de bello y de cierto hay en mi naturaleza infantil porque desde siempre me han llamado Bebé y María Paz es sólo un nombre que utilizan las personas que no me conocen. Incluso cuando firmo los correos familiares o llamo por teléfono debo aceptar que soy la bebé de mi casa y de un largo entramado humano que se desprende de ella. Este tipo de apodo, que cuenta con sus detractores, quienes se han burlado y les ha parecido ridículo, no ha podido eliminarse ni aún con la oposición de mi madre por hacerme crecer, por desarrollar una identidad adulta más de mujer.
Pero no, con 38 años cumplidos sigo oyendo cosas como estas: la Bebé está emproblemada, la Bebé acaba de lanzar un libro, la Bebé anda depre, la Bebé tiene un taller de seducción. Todo puede parecer bastante increíble, pero lo aceptamos y lo llevamos dentro de esa bendita y honrosa unión familiar inmarcesible. También es cierto que la Bebé vive 8000 kilómetros de su familia directa y que tiene dos hijos que todavía no le dicen bebé.
Pero ojo, tengo una profesión que no es de bebé: hago y escribo libros relacionados con la mujer, el erotismo, la sexualidad e investigo al orgasmo como fenómeno creativo. Y mi familia lo sabe, me sigue -en la vida real y en la ficticia de redes sociales- y supone que todo esto se veía venir desde que reí por primera vez. La risa es como un orgasmo, un estallido de endorfinas, un acto irracional que sienta de maravilla y que no todo el mundo practica. ¡Más risa y más sexo es lo que necesita un buen terrícola!
Mi deseo es volver a la felicidad a través del placer, reencontrar ese punto de satisfacción gigante que aparece con el orgasmo. Hablar de una sexualidad consciente que proporcione un bienestar, una vuelta al placer más alegre y dichoso, un placer que es el mismo que se tiene y se disfruta cuando se es bebé. Tal vez por esto el hecho de que me llamen Bebé me parece que cobra todo su sentido y vigencia. Lo confieso, reír es una cualidad que algunas veces he perdido porque para reír hay que mantener dos cosas: pureza o malicia. De mayor conocí lo que es el cinismo, la ironía, el doble sentido, y el humor negro; pero de pequeña reía por inocencia, porque sé que cuando me reía todo se pasaba antes, y el mundo se curaba de alguna enfermedad con la risa.
Placer y risa combinados. Creo en el placer como método de conocer el mundo. Busco lo que me da placer y acepto lo que me hace reír. Disfruto con los que disfrutan y huyo del ecosistema de la tragedia. No consigo tragar la amargura y aunque tengo una vis activista, hago lo posible por no discutir con nadie.
Cuando me dio por luchar y por sacar el sable no disfruté, no hubo placer, y mi cara se llenó de eczemas y me tocó hincharme un año con corticoides. Me hice embajadora del placer como medio para serenar enfermedades nerviosas como la dermatitis o la claustrofobia.
A veces mi vida no me sonríe, a veces la vecina me timbra enfurecida porque me río muy alto o porque me oye cuando no tiene que oírme, a veces mis proyectos no cuajan, a veces la comida que he cocinado no la prueban mis hijos, a veces mi corazón está solo, a veces extraño a mi familia y siento ganas de tirar la toalla, ganas de dejar de escribir porque es jodido entender que el sentido de ser escritor es aprender a vivir sin que su oficio tenga un sentido, y todo esto es muy serio. Pero basta con que algo sea absolutamente serio para que se pueda uno reír de ello. Y por eso hoy la Bebé vuelve a sacar el portátil, vuelve a recordar quién es, vuelve a celebrar lo que ha reído y lo que ha disfrutado y sobre todo, vuelve a sentirse dichosa de ser la Bebé.
María Paz Ruiz, autora de Sexo sin comillas (Intermedio Editores), Soledad, una colombiana en Madrid (Ediciones B) y Ojos de tinta (Anilina Editorial). Vive en Madrid, dirige talleres de sexualidad creativa y bienestar de la sensualidad.
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