Bienestar en tiempos de drones

Publicado el Maria Pasión

Sobre el mito de la fiesta de matrimonio

 

La promesa:

¡Creces, conocerás a tu media naranja y te casarás! Será el día más feliz de tu vida, el comienzo de una familia y de una etapa para la que te has preparado desde que naciste.

La realidad:

Crecerás a patadas pero tu inmadurez te acompañará porque en realidad a ti no te gusta crecer. Lo de la media naranja no te lo has terminado de creer y a ti te ha tocado vivir con medio kiwi. Te casarás porque esa partecita no la puedes tachar  de tu biografía. La que se ha preparado desde que nació para que te casaras es tu mamá, y es la misma que anda con somníferos pensando en el traje, las flores, la iglesia y la forma en la que va a sentar a ese mundo de gente que está contando días y calorías para ponerse un vestido carísimo y poder presumir de todos los esfuerzos que ha tenido que hacer para aparecer más decentico en las fotos.

¡Pero qué carajo! Te vas a casar. Y la vas a hacer feliz. Tu papá por fin va a poder sentirse orgulloso de que no te quedaste soltero o soltera debajo de  un palo de mango y por fin vendrán los nietecitos. ¡Gracias Santa Rita! Todo esto tendría que hacerte más feliz que Halle Berry ganando un Oscar que pero no has llegado a la parte de la confesión de la verdad.

Un matrimonio cuesta tanto como montar un negocio, pero en lugar de convertirse en una idea empresarial súper rentable es un acto simbólico que apenas dura seis horas, a veces ni eso porque alguno de los novios o de los invitados se tira la fiesta por culpa del trago. Los matrimonios son los foforros perfectos para los amigos y los familiares, pues los novios escasamente tienen tiempo de probar el menú por el que muchos tienen que pedir un crédito al banco. Tampoco pueden estar a solas ni en realidad contarse cómo se sienten. Allí siempre hay una fotógrafa esperando a pillarlos, cada caricia es retratada y cada sonrisa irá seguida de un clic. ¡Así cualquiera se relaja! Además muchas novias y novios se maluquean en la fiesta porque han estado a dieta o con un ritmo de estrés tan brutal que ese día, en cuanto prueban el ponqué de novia, después de la sopa de marisco les da un corte digestivo.

matri lisa

Luego hay que saludar. Imagine que usted por día saluda a tres personas y se cansa. El día de su boda tiene que saludar y abrazar en algunos casos a esas 150 personas (por bajito) que sus papás apuntaron en la lista de su matrimonio. A algunos de ellos ni los conoce, pero se siente en la obligación de darles las gracias por venir. Pregúntese si esos señor y señora Sarmiento van a venir a su funeral si usted se muerte antes que ellos.

Novio y novia están divinos, se ven mejor que nunca, se han gastado medio sueldo en un maquillaje y peinado que va a durar dos horas más y ese vestido jamás lo verán de nuevo porque está claro que el vestido de novia no se toca ni se vende porque eso da mala suerte, dicho por la tía Clarita, que es la que más sabe de esas vainas.

Pero usted ha hecho lo mismo que su hermana, y que su mejor amigo. En definitiva usted no se puede quedar atrás, no se quiere quedar atrás. Si todos se casan, usted también se manda a ese charco de ser un recién cansado. Y a sonreírle a todo el mundo porque usted no sólo tiene que estar feliz, sino que tiene que parecerlo.

Y así usted ha cumplido con lo que se estila, y con los ahorros de una herencia de su abuelito (QEPD) se va a ir de viaje de novios a un sitio lejos, muy lejos de esa fiesta en la que su hermano está borracho, su mamá está agotada, y esos señores Sarmiento no han dejado de bailar y de brindar por usted, aunque le han cambiado tres veces el nombre.

Sonría, que esto apenas comienza. Y diga whisky una última vez antes de que por fin se vaya la fotógrafa entonando ¡Que vivan los novios!

@mariapazruiz en Twitter

María Paz Ruiz en Facebook

Comentarios