Bienestar en tiempos de drones

Publicado el Maria Pasión

Me conoció y me propuso matrimonio

Tengo una cita con una actriz.

El balance de los meses sin vernos es intenso: las dos nos hemos separado de nuestras parejas y ahora vivimos solas.

Vivir sola es un arte para una mujer, es complicadísimo en mi caso. ¿Toda esa libertad para mí?

Si el destino me premiara con un trabajo de ocho horas y rutinas, entonces vivir sola sería como el actor secundario Bob, nadie se daría cuenta de que vivo sola. Sin embargo, yo vivo sola y mi trabajo es escribir. La mitad de esos días custodio, alimento, beso, hago reír, cocino, ayudo y cuido a dos hijos. En realidad, si cuento las horas: vivo sola y el colegio es donde viven los niños hasta los 18 años durante el día. Yo los veo mucho más en el fin de semana, que es cuando más necesito meditar.

Mi casa es pequeña y por lo general está muy desordenada. Todos los días me empeño en que la voy a dejar perfecta, pero algo en mi ADN me impide conseguir ese orden que se aprecia en la casa de mi ex pareja. Todo allí estaba recogido, todo doblado, todo en perfecto orden; todo menos yo.

 

Mi método es hacer extensivo un caos que se explica solo. Trabajo por impulso, como por impulso, bebo por impulso, canto por impulso, río a solas por impulso y tengo sexo por impulso. Puedo decir que soy bastante animal. O bastante idiota.

Para compensar mi método me gusta pensar mucho. Pienso y repienso todo. Una conversación conmigo dura tres veces más. 1)cuando la tengo 2)cuando la intento memorizar 3) cuando repito lo que mi mente ha seleccionado sin consultarme.

Lo más curioso es que me como el coco con una cosa distinta al día. Y a veces puede ser con una imagen. No tengo una memoria prodigiosa, pero tengo un don: recuerdo las cosas buenas y olvido las malas. (A veces le llamo el Alzheimer del Santo).

Aparte de eso, puedo imitar los acentos de mis amigos (esparcidos por toda la tierra), gracias a que tengo buen oído. Puedo cantar la misma canción por una semana y una de mis editoras me dice que sufro de TOC.

Vale. Termina la cerveza con la actriz. Le regalo mi libro de tuits y se lo firmo. Me hace gracia que se llame Soledad. Vive sola en un casa que parece un corral y adora ese espacio. Yo, de imaginarla ahí, feliz, conviviendo con los demonios que habitan en un actor, inmediatamente la admiro y me voy Calle Toledo hacia abajo hasta que me encuentro con la siguiente conversación.

¿Me das fuego? le digo a un tipo de chaqueta de cuero y rubio.

¿De dónde eres? me pregunta.

De Bogotá. ¿Para dónde vas?

Voy contigo, me dice.

Me llamo Anderson Muller, repite Muller unas cuatro veces. Dice que es alemán, de Colonia.

De donde están los Reyes Magos, le digo. No sé si sonríe.

El tipo es muy nervioso, siento su caos.

¿En qué trabajas?

Mafia, me dice.

Luego se ríe. Le digo que yo voy a mi casa y que no tengo ninguna relación con la mafia. No estoy para entrevistas tremendas, pero sé que lo que le pasa a este hombre es que está más solo que yo.

Cógeme de la mano, me dice.

Así por un momento, el hombre descansa, son apenas unos segundos.

Me mira el trasero, se pone detrás de mí y me dice que soy muy guapa.

¡Cásate conmigo! Grita.

Tengo dos hijos, respondo. Vivo con ellos.

No importa, no tienes marido, cásate conmigo y vamos a Noruega.

Mañana seis de la mañana Noruega reunión de salmón. Eso lo dice como un burofax. Creo que como me miente mucho, en su tono voy descubriendo cuando la historia es verdad y cuando es mentira.

¿Cuántos años tienes?

36, le respondo.

Yo tengo 46.

Mira, no puedo estar mucho más tiempo aquí por la policía. Mañana a las 10 de la mañana timbras en el 3ª de este edificio?

No sé.

Entonces nada, guapa. Se da la vuelta Anderson Muller, presunto mafioso que me propuso matrimonio a los cinco minutos de verme.

@mariapazruiz

Ilustraciones de @dgalantz

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