Somos el producto de un acto sexual. No existe un territorio donde no se practique el sexo, aunque varía bastante de una cultura a otra. La forma en la que se interactúa con la sexualidad está enmarcada por el lugar en el que se vive, por sus tradiciones, creencias, cambios sociales, por la educación que se recibe; y desgraciadamente, por el género que se tiene al nacer.
Cuando se habla de sexo, se generaliza y se exporta como una actividad universal, pero es muy curioso ver que el sexo también cambia de cultura a cultura. Por ejemplo, los árabes son conocidos porque suelen ser muy amigos de las duchas después del sexo, por lo general, cada vez que mantienen relaciones sexuales van de inmediato a la ducha; y por eso una mujer que se duche mucho puede ser vista por ellos como la dueña de una gran actividad sexual.
La explicación de esto de debe a que en el mundo árabe el sexo y la religión van ligados. Por esta razón, la sexualidad está considerada como un don divino. Al mantener una unión sexual, también están manteniendo una conexión con Alá; y el lavado inmediatamente posterior en la ducha viene a decir que es a través del baño que se libran de sus pecados. Mediante el sexo agradan a Alá, y así le expresan obediencia y fidelidad a su Dios en un acto de adoración. Pero también debe afirmarse que el sexo en países árabes se da desde una comprensión que muchas veces ralla en el machismo, en la que el hombre disfruta, elige y es quien decide sobre el acto sexual; mientras que la mujer se deja querer y está supeditada al deseo masculino.
Por curioso que parezca, en el Islam menos ortodoxo se permite la anticoncepción. En la cultura cristiana, mayoritaria en Europa y América, la Iglesia dicta unas leyes de conducta sobre la sexualidad que han regido por siglos. En la actualidad, la Iglesia católica no permite el uso de preservativo o pastillas anticonceptivas, no consiente el sexo antes del matrimonio y no aprueba las uniones del mismo sexo; por ser escuetos en lo que serían sus postulados. Ofrece una visión represiva y sin espacios para la libertad en esta materia. Los fieles cristianos del mundo cada vez desaprueban más algunas de estas medidas y por esa razón se ha llegado al punto en que muchos son los cristianos que deciden sobre su actividad sexual y dan la espalda a lo que la Iglesia afirma, generando una brecha evidente entre su religión y el sexo. Es difícil explicar y comprender una Iglesia que no aprueba el preservativo como método para prevenir embarazos, infecciones o enfermedades de transmisión sexual, o que ve el acto sexual con fines exclusivamente reproductivos entre cónyuges. Según la moral cristiana, cualquier acto sexual que se haga por placer es condenable y es pecado, y todo hombre o mujer que no esté casado, definición de ser célibe, está impedido para mantener relaciones sexuales.
En una sociedad como la colombiana, esto representaría un problema que tildaría a millones de colombianos de pecadores; pues en 2013 el porcentaje de uniones libres fue del 39% y el de matrimonios registrados apenas llegaba al 19%. Según un estudio de siete instituciones educativas, con el que se construyó el Mapa Mundial de la Familia, Colombia ostentaba en ese año el mayor porcentaje de parejas que viven juntas sin haber pasado por el altar en América Latina, y también, para nuestra sorpresa, es el país con el menor número de matrimonios; listado que encabeza Costa Rica, seguido por Paraguay, Chile y Bolivia.
En algunas culturas el sexo pertenece al ámbito más privado de la persona, mientras que en otras, el sexo está rozando la esfera de lo público. En África la homosexualidad está condenada en 37 países con penas de cárcel, mientras que justo en frente, en España, si se va por una ciudad como Madrid es habitual ver homosexuales besándose en las aceras, muchachitos caminando con la mano dentro del bolsillo trasero de su novia y escenas de televisión en horario familiar que incluyen caricias, lenguaje explícito y contenido que se llamaría muy sexual. Así se vive y así es, por más que a algunos les parezca erróneo.
En cuanto a países asiáticos, si se miran las enseñanzas de los chinos, ellos hablan de trayectos de energía sexual y describen que el sexo eleva la salud del espíritu. Por ejemplo, el perineo, que está entre la vagina y el ano, y que es por donde se suele cortar para hacer la episiotomía del parto, tiene el nombre de “músculo de los ancestros” porque es donde ellos sitúan el punto de la memoria del linaje materno y paterno. Según esta cultura, el sexo circula por el organismo, y nuestro deber es ayudarla a que fluya por él. Cuando la energía se estanca pueden empezar las complicaciones. De acuerdo con las enseñanzas chinas, en los genitales se guarda la energía vital, y es a través del acto sexual que los hombres y las mujeres consiguen una forma de higiene para el cuerpo y la mente.
Y ya sea que se estudie la cultura china, india, africana o del lugar que sea, el caso es que a el sexo influye en nuestro bienestar; y mientras unos desarrollan el estudio de la energía y elaboradas cuestiones teóricas; otros tienden a creer que, a través del sexo, los hombres son capaces de liberar agresividad y las mujeres tristeza; y otros, más prosaicos, confiesan que a través del sexo se relajan, se liberan y punto.
Aprender sobre nuestra sexualidad trae beneficios a la hora de mejorar nuestras relaciones con los demás, aumentar el conocimiento de lo que somos; y también nos enseña a entender nuestro cuerpo, que es una máquina sensorial refinadísima. ¡Venga de donde venga la enseñanza, el sexo es positivo para el ser humano! Más allá de que apreciemos las diferencias culturales a la hora de interpretar el sexo, lo que lo hace importante es que durante el sexo participamos de forma completa y el acto sexual nos recuerda que somos un perfecto de clic cerebro y un cuerpo. Y justo después de decir esto, me he dado cuenta de lo siguiente:
¡Sólo los seres con cerebro están habilitados para tener sexo y sólo los seres humanos son capaces de hacer y comprender el arte!
Extracto de mi libro Sexo sin comillas. Intermedio Editores
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