Políticamente insurrecto

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Las peroratas repetidas de Vallejo

valle

Por: Juan Diego Perdomo Alaba – @Perdomoalaba

No alcancé a llegar a casa para ver vía streaming, en la página web de Señal Colombia, el último esputo torrente del escritor antioqueño radicado en México, Fernando Vallejo, en el marco de la reciente Feria del Libro de Bogotá.

Me fui a Youtube, donde quizá ya algún ‘vallefan’ había publicado su discurso,  y hallo a un escuálido viejo cándido con voz aguda pero letal, emplazado en un atril disparando durante treinta y cinco minutos,  diatribas envenenadas de su verdad, hacia el blanco móvil de la clase dirigente colombiana. Aquel paisita que dice sin tapujo ser homosexual,  la acribilla sin tregua.

En el foro de comentarios del sitio web, se lee la reacción clásica del corrosivo discurso de un hombre que por iconoclasta consumado, genera odio y veneración al tiempo: “Vallejo es un pobre resentido que se repite y utiliza la misma arenga para venderse y vender sus libros”,  dice uno de los foristas. Otro le rebate: “Cuando uno dice la verdad, es muy difícil no repetirse”.

Fernando Vallejo es reiterativo, hasta el hastío, qué duda cabe. Para la muestra un libro: la española Alfaguara, casa editorial del polémico autor, compiló en 2013, treinta y dos de sus textos  entre artículos, discursos, conferencias, ponencias, prólogos,  y presentaciones de libros y películas, y lo tituló Peroratas.

Perorata, viene del latín «peroratio», es decir, cierre de un discurso, síntesis, conclusión con el fin de influir,  aconsejar y llamar la atención del receptor, lector o audiencia. Esa misma atención e hilaridad que el ganador del Premio Rómulo Gallegos en 2003, por la novela El desbarrancadero, genera en cada texto que compone este libro de 313 páginas, así como el discurso de arriba.

Ahora bien, según la Real Academia de la Lengua Española,  «perorata» es  un discurso pesado, molesto, vacuo e inoportuno que no aporta ninguna información valiosa y que termina por aburrir.

Cualquier lector apasionado del también autor de la Virgen de los Sicarios, podría acoger y sugerir su definición etimológica;  pero  un lector desprevenido, que no conozca su ideario, terminaría alejándose más pronto que tarde de su lectura.  En esta obra yacen, uno tras otro,  los derroteros ideológicos que lo han hecho célebre en la literatura hispanoamericana. No hay sección del libro, independiente del público al que se dirija,  el contexto en el que esté  y el tema  que trate,  donde no describa su inagotable y abnegado amor por los animales; donde no recuerde con nostalgia taciturna su refugio preferido: la finca ‘Santa Anita’, entre Envigado y Sabaneta en su añorada Medellín. Donde no se despache y califique de tartufo pérfido al papa;  infame y vil a Fidel Castro;  bellaco quemalibros al procurador Ordóñez;  culibajito lenguaraz al expresidente Uribe,  y de simple narrador omnisciente en tercera persona a García Márquez, a quien le dedica un antológico cursillo de orientación ideológica (Pág.34).

Incendiario y provocador, pero consistente. Este escritor de 71 años, se pasea en todas las lecturas del compendio, arremetiendo contra la Iglesia Católica y justificando la inexistencia de Dios con pataletas dialécticas de erudito, que no obstante, seducen a la reflexión.

El también cineasta nacionalizado mexicano, sostiene que «Nadie tiene la obligación de hacer el bien, todos tenemos la obligación de no hacer el mal» y repite, una y otra y otra vez, que la reproducción es mala, perversa, engorrosa, sucia y criminal. No desperdicia momento para insistir en que imponer la vida es el crimen máximo: «no le hagas a otro el mal que te hicieron a ti sacándote de la paz de la nada».

Vallejo venera a un santo, a san Rufino José (Cuervo); así se refiere al prolífico filólogo bogotano, a quien admira profusamente y de quien dice,  es el personaje más puro, más noble y el alma más grande que ha tenido Colombia; varias conferencias recopiladas en Peroratas, son dedicadas a él, escritas con la misma nobleza y vehemencia  de aquella conferencia dictada en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, en el 2000, titulada Los impensados caminos del amor (Pág.239), donde relata su historia con Bruja, según el escritor, su ángel, el amor de su vida;  la gran danés negra, alta y esbelta que estuvo a su lado durante trece años y a quien prometió llevar a su finca ‘Santa Anita’ en Colombia. «Brujita, tú eres la estrella de la noche. Para volverte a ver no tengo sino que cerrar los ojos.»

Y a pesar de lo resabiado, caustico y zalamero –como buen paisa-, que se torna a veces, es tonificante leer a ese Vallejo de prosa estructurada, atrevida,  arrolladora, boyante y explosiva, maestro de la primera persona que se regodea en la miseria humana y la convierte en su gran Obra: su perorata del latín repetida.

«No sé muy bien qué sea el amor, pero de lo que sí estoy convencido es de que es algo muy distinto al sexo y a la reproducción, con los que lo confunde mi vecino. El amor es puro; el sexo, entretenido y sano; y la reproducción, criminal.»

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