Por: Juan Diego Perdomo Alaba
Comienzo con una confesión. Hace algunos años me propusieron ser concejal de Cartagena. La plata no era problema, es decir, no había mucha pero lo suficiente para mover una campaña decorosa. Vivo de mi sueldo y cualquier rubro por fuera de mis gastos me descuadra el mes.
Y como mi aspiración iba a causar impacto, para bien o para mal, pensé inmediatamente en mi mamá y mi hijo, mi única familia. También en mi vida profesional. En que tenía que renunciar a mi trabajo en la universidad para irme a hacer política electoral en un escenario incierto. En que mis malquerientes comenzarían a escarbar y a esculcarme la vida a ver de dónde se agarraban para hacerme daño. Me aterró eso de tener que lidiar con la mentira como arma política instalada. Me pudo más el miedo y decliné.
Sigo a Alejandro Gaviria desde hace algunos años desde que era columnista de este medio, El Espectador. Sus ideas, trinos y posiciones me identificaron. El haber tenido la oportunidad de conocer las entrañas de lo público desde un gobierno (2012 – 2015) me permitió asimilar mejor de qué estaba hablando este economista e ingeniero con ínfulas de intelectual y pedagogo que todo lo plantea en puntos o decálogos y que sonaba en esa época para liderar la cartera más caliente, ingrata, impopular y desgastante de este Estado nuestro, la de Salud y Protección Social.
Su lucha contra el cáncer linfático y los temores existenciales que eso contrajo, esa doble condición paradójica de ser ministro de Salud y paciente, sus quimios, sus libros, sus charlas en el Hay Festival sobre la eutanasia, la vida y la muerte, todo eso me hizo ver en este liberal escéptico a un reformador gradualista muy optimista de que el cambio social es posible. También identifiqué a un tipo común y corriente con defectos y manías que tiene que sopesar para tomar cualquier decisión que afecte su vida profesional e involucre a su familia. Por eso sé lo difícil que fue para él lanzarse a ese abismo de lo incierto y sórdido de la política electoral, sobre todo a la presidencia, un camino lúgubre, escarpado y pedregoso donde pocas cosas serán gratas más que demostrar que hacer buena política a través del respeto y la pedagogía democrática es posible en un país donde hace años cursa la mentira como ley, y el odio como sentimiento oficial de esta democracia imperfecta que a falta de un discurso inteligente, conciliador y unificador, se decanta entre dos vías donde el todo o nada es premisa cardinal, palabra de dios.
Por eso y más, valoro su arrojo de ser candidato presidencial. Y sí, me ilusiona porque suscribo muchas de sus posiciones frente a la política. Y en la política las formas son importantes. Me pliego a su visión de país. Su irrupción sacude el tablero político y da un golpe de opinión estruendoso por varios motivos. La extremaderecha dice que representa al santismo, otro sector de ese flanco lo ve con posiciones demasiado progresistas; la izquierda lo tacha de ‘otro neoliberal’ o uribista camuflado; en la centroizquierda, donde Gaviria cabe, incomoda porque algunos lo ven como ‘la carta debajo de la manga por si Fajardo se cae‘, pero no es cierto, allí preocupa porque muchos saben que es fuerte y se podría quedar con la nominación si se le mide a una consulta, pese a que el senador Jorge Enrique Robledo no lo quiere ni en pintura, pero sí se traga a Fajardo…En fin.
Sin embargo, Gaviria es tan bien visto por variopintos sectores, que hace un par de años cuando no era un ‘Neoliberal más‘, Gustavo Petro lo invitó a ser su carta a la alcaldía de Bogotá, pero hoy el petrismo, asustadizo y siempre presto para matonear en redes al que no se pliegue a las ideas de su líder, le dedicó el día al exministro y lo hizo tiritas. El uribismo le anda pasito pero no demora en reventarlo a punta de calumnias cuando vea en él una amenza para sus propósitos. El partido Liberal, de donde es oriundo, le tiene listo el aval. Un sector de los verdes, el de Juanita Goebertus y Angélica Lozano, brega para tenerlo en sus toldas. En el viejo Nuevo Liberalismo de los hermanos Galán es bien recibido y si me preguntan, desde ahí lo veo, pese a que anunció que iría por firmas. El exrector de Los Andes congrega lejos de los extremos y eso es importante en un país que, según las encuestas, la ciudadanía se identifica más con el ‘centro’.
Las fortalezas de Gaviria son evidentes. No obstante para finalizar y así parezca absurdo, me quiero centrar en sus negativos, en sus debilidades. Y lo haré a su estilo, numerándolos.
1. Colombia no lo conoce. Según una encuesta sobre conocimiento e imagen del CNC para CM&, a Alejandro Gaviria sólo lo conoce el 43% de los consultados, eso sí, tiene una imagen positiva del 69%. Le va a tocar remar duro en posicionamiento de nombre. Él sabe que Colombia es más que esa burbuja de académicos, estudiantes, intelectuales y seguidores en redes en la que se mueve. Deberá abrirse y construir un relato para nada populista, pues no es su estilo, pero aterrizado y robusto sin dejar de ser inteligente.
2. Su paso por el Ministerio de Salud. Sus contradictores se irán por ahí para azuzarlo. Sabrá qué responder, tiene discurso para ello. Lo conozco. Lo jodido es que la razón no es reconocida por la política electoral, movida más por la emoción y el miedo, la mentira y la confección de realidades paralelas, que por el debate de las ideas.
3. El caso de Camila Abuabara será un lastre que lo perseguirá durante toda la campaña. Un negativo que si sabe darle la vuelta, puede convertirse en un interesante positivo que fortalecería su componente programático.
4. Se van a meter con su pasado político y entorno familiar. Alejandro es un tecnócrata. Participó en los gobiernos de Uribe y Santos. Su esposa y hermana serán blancos del odio, la mentira y la calumnia de sus contradictores. Alejandro es y será un frondoso árbol de ideas al que todos, desde todas las orillas, querrán tirarle piedras.
5. Gaviria es muy Bogotá pese a su origen antioqueño. Si lee a Estanislao Zuleta y lo interpreta tan bien, debería consultar a Fals Borda y mirar hacia la periferia con táctica, tacto y contacto. Colombia requiere un reordenamiento territorial. En muchos sectores él representa centralismo y eso toca que lo revise a detalle.
6. El mismo Gaviria aclara que su candidatura no es una gesta personalista e invita a que, su campaña, sea un popósito colectivo compartido. Temo que algunos comiencen a verlo como un rockstar infalible y para caudillos, es mejor verlo opinando desde la universidad. Él lidera, pero a Colombia la transformamos entre todos.
7. Su ateísmo confeso será tema de debate permanente, sobre todo en un país tan confesional como el nuestro. Será usado en su contra y con fuerza.
Comparto este Ideario de 60 puntos que publicó Alejandro este viernes en su portal web y que suscribo no como verdades absolutas sino como un ejercicio de ideas en provisionalidad.
http://agaviria.co/2021/08/un-ideario-en-60-puntos.html
Comparto mis reflexiones sobre su libro Alguien tiene que llevar la contraria, que da luces sobre su visión frente a la vida y la democracia. Decálogo para llevar la contraria, texto de 2017. https://www.google.com/amp/s/jdperdomoalaba.wordpress.com/2018/02/13/decalogo-para-llevar-la-contraria/amp/