Cosmopolita

Publicado el Juan Gabriel Gomez Albarello

Ojalá el Alcalde Petro revise y rectifique lo que dice y lo que hace

Los actos y el discurso del Alcalde Petro esta semana que termina no han sido los más afortunados. Para cualquier demócrata, el uso de una metáfora de guerra es de pésimo recibo, sobre todo si es usada para explicar el sentido de un acto autoritario. Ojalá el Alcalde revise y rectifique.

Una vez ganada una batalla, es hora de reorganizar las tropas”. La frase no es del Alcalde, pero parece que refleja su sentir. Expresa la idea de que la política distrital es una guerra. ¡Qué desatino! La metáfora de la guerra evoca discordia y enfrentamiento, fenómenos ordinarios en la política, pero los pone en la escala de la polarización, de la diferencia entre amigos y enemigos. Una definición de la política distrital en esos términos achica el espacio del entendimiento y del acuerdo.

No se trata, empero, de una definición inútil. La noción de guerra apela a lealtades férreas y también a disciplina para perros. Incluso en sociedades modernas en las que la orientación materialista y egoísta socava la solidaridad y el espíritu de sacrificio, la idea de la guerra aplicada a cosas tan distintas como la erradicación del SIDA, la lucha contra las drogas, la persecusión del terrorismo e incluso la lucha contra la pobreza convoca a los ciudadanos para que se unan en torno a un propósito común. Sin embargo, es una convocatoria hecha a costa de movilizar emociones demasiado primarias y de precluir los cuestionamientos, no importa cuán razonables sean.

Digamos que este es un desliz menor del cual quizá el mismo Alcalde no sea responsable. El asesor que habló a nombre suyo tal vez sea más papista que el papa. No obstante, lamento que el Alcalde Petro no haya desvirtuado la idea de que él es un comandante al que hay que obedecer.

Como ciudadano de Bogotá, uno de mis deberes es obedecer al Alcalde como primera autoridad política. Pero esa obediencia no es incondicionada. Es una obediencia que presto dentro de los límites de la Constitución y de la ley. Es una obediencia donde cabe la crítica y, por lo tanto, no se confunde nunca con la sumisión. A diferencia de la militar, mi obediencia es deliberante. Por eso, los ciudadanos de Bogotá le estaremos muy agradecidos con el Alcalde Petro si rectifica las palabras del asesor que habló a su nombre. Le abonaremos que nunca use metáforas marciales para referirse a su equipo, a la política distrital, a ninguna cosa de la vida pública.

A Walt Whitman le perdonamos la metáfora (de origen platónico) según la cual el estado es un barco y el presidente un capitán. La suya es la licencia de la poesía. La nuestra es la libertad política de quienes queremos hacer de Bogotá una ciudad amable, honesta, justa y sostenible. Para alcanzar este logro, bueno será que todos los ciudadanos, incluido el Alcalde, nos atengamos a la prosa ciudadana.

Tan ominosos como la aludida metáfora marcial son los actos cuyo sentido esa metáfora explica. El pedido de una renuncia protocolaria a los doce secretarios del gobierno distrital ha introducido inestabilidad y, por lo tanto, desorden. El efecto no ha quedado circunscrito a los doce secretarios. Como una onda expansiva, ha tocado a todos los funcionarios encargados de dirigir unidades administrativas en cada secretaría. La interinidad produce recelo porque en este interregno no hay una directriz clara que estabilice las expectativas del trabajo hacia futuro.

¿Qué se procura conseguir con este modo de hacer las cosas? Este es el peor método para demandar una efectiva rendición de cuentas. Lo que produce esta interinidad es envenenar el ambiente de trabajo con recriminaciones y rumores, y dar lugar a la sensación de que el Alcalde y su entourage van a proceder cual comisarios en lógica de purgas.

El método de la interinidad tiene un tufillo estalinista (malhaya sea la hora en la que se lo puso en marcha). También suscita enconadas sospechas respecto de las ambiciones de algunos concejales que quieren cultivar clientela a costa de la administración distrital. Quienes lo defienden, con buenas intenciones, han apelado a la tesis según la cual se necesitan ejecutores, luego de haber completado la etapa de planeación. El Rector Isaza ha desvirtuado el fundamento de semajante planteamiento. Bien ha señalado que lo lógico es que el ejecutor del plan sea quien lo ha ayudado a construir.

Nada de lo anterior significa que los secretarios y su equipo deban ser inamovibles. Pero si el Alcalde los va a remover, que lo haga mediante un procedimiento claro de rendición de cuentas que nos permita  a los ciudadanos exigirle una rendición de cuentas también a él acerca de la forma como dirige y coordina su equipo. Sostener que esta gestión es del resorte privado del Alcalde sería inmunizarlo respecto de la crítica ciudadana, blindarlo con una coraza autoritaria. En la Bogotá del Siglo XXI una tesis como esta es insostenible.

El Alcalde Petro tiene gente que le odia. Le odian tanto que odian a Bogotá. Es gente dispuesta a minar su trabajo, aunque la ciudad y los ciudadanos sufran, con el fin de probar que quienes votamos por él hicimos una elección equivocada. Querrán aprovechar toda crítica, todo cuestionamiento a su liderazgo para que aborte una visión alternativa de ciudad. Allá ellos en su odio. Quienes queremos a Bogotá no les podemos cambiar. Ellos son los únicos que pueden hacerlo. Lo que nosotros sí podemos hacer es pedirle al Alcalde que revise y rectifique lo que dice y lo que hace. Bien lo hacemos por su Alcaldía y también por Bogotá.

Una definición de la política distrital en esos términos achica el espacio del entendimiento y del acuerdo. No es desde luego una definición inútil. La noción de guerra apela a lealtades férreas y también a disciplina para perros. En sociedades modernas en las que la orientación materialista y egoísta socava la solidaridad y el espíritu de sacrificio, la noción de guerra, aplicada a cosas tan distintas como la erradicación del SIDA, la lucha contra las drogas, la persecusión del terrorismo e incluso la lucha contra la pobreza convoca a los ciudadanos a unirse en torno a un propósito. Sin embargo, es una convocatoria hecha a costa de movilizar emociones demasiado primarias y de precluir los cuestionamientos, no importa cuán razonables sean.
Digamos que este es un desliz menor del cual quizá el mismo Alcalde no sea responsable. El asesor que habló a nombre suyo tal vez sea más papista que el papa. No obstante, lamento que el Alcalde Petro no haya desvirtuado la idea de que él es un comandante al que hay que obedecer.
Como ciudadano de Bogotá, uno de mis deberes es obedecer al Alcalde como primera autoridad política. Pero esa obediencia no es incondicionada. Es una obediencia que presto dentro de los límites de la Constitución y de la ley. Es una obediencia donde cabe la crítica y, por lo tanto, no se confunde nunca con la sumisión. A diferencia de la militar, mi obediencia es deliberante.
Por eso, los ciudadanos de Bogotá le estaremos muy agradecidos con el Alcalde Petro si rectifica las palabras del asesor que habló a su nombre. Le abonaremos que nunca use metáforas marciales para referirse a su equipo, a la política distrital, a ninguna cosa de la vida pública.
A Walt Whitman le perdonamos la metáfora (de origen platónico) según la cual el estado es un barco y el presidente un capitán. La suya es la licencia de la poesía. La nuestra es la libertad política de quienes queremos hacer de Bogotá una ciudad amable, honesta, justa y sostenible. Para alcanzar este logro, bueno será que todos los ciudadanos, incluido el Alcalde, nos atengamos a la prosa ciudadana.
Tan ominosos como la aludida metáfora marcial son los actos cuyo sentido esa metáfora explica. El pedido de una renuncia protocolaria a los doce secretarios del gobierno distrital ha introducido inestabilidad y, por lo tanto, desorden. El efecto no ha quedado circunscrito a los doce secretarios. Como una onda expansiva, ha tocado a todos los funcionarios encargados de dirigir unidades administrativas en cada secretaría. La interinidad produce recelo porque en este interregno no hay una directriz clara que estabilice las expectativas del trabajo hacia futuro.
¿Qué se procura conseguir con este modo de hacer las cosas? Este es el peor método para demandanr una efectiva rendición de cuentas. Lo que esta interinidad produce es envenenar el ambiente de trabajo con recriminaciones y rumores, y dar lugar a la sensación de que el Alcalde y su entourage van a proceder cual comisarios en lógica de purgas.
El método de la interinidad tiene un tufillo estalinista (malhaya sea la hora en la que se lo puso en marcha). También suscita enconadas sospechas respecto de las ambiciones de algunos concejales que quieren cultivar clientela a costa de la administración distrital. Quienes lo defienden, con buenas intenciones, han apelado a la tesis según la cual se necesitan ejecutores, luego de haber completado la etapa de planeación. El Rector Isaza ha desvirtuado el fundamento de semajante planteamiento. Bien ha señalado que el mejor ejecutor es el que entiende el plan que ha ayudado a construir.
Nada de lo anterior significa que los secretarios y su equipo deban ser inamovibles. Pero si el Alcalde los va a remover, que lo haga mediante un procedimiento claro de rendición de cuentas que nos permita  a los ciudadanos exigirle una rendición de cuentas también a él acerca de la forma como dirige y coordina su equipo. Sostener que esta gestión es del resorte privado del Alcalde sería inmunizarlo respecto de la crítica ciudadana, blindarlo con una coraza autoritaria. En la Bogotá del Siglo XXI una tesis como esa es insostenible.
El Alcalde Petro tiene gente que le odia. Le odian tanto que odian a Bogotá. Están dispuestos a minar su trabajo, aunque la ciudad y los ciudadanos sufran, con el fin probar que quienes votamos por él hicimos una elección equivocada. Querrán aprovechar toda crítica, todo cuestionamiento a su liderazgo para que aborte una visión alternativa de ciudad. Allá ellos en su odio. Quienes queremos a Bogotá no les podemos cambiar. Ellos son los únicos que pueden hacerlo. Lo que nosotros sí podemos hacer es pedirle al Alcalde que revise y rectifique lo que dice y lo que hace. Bien lo hacemos por su Alcaldía y también por Bogotá.

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